La policía registra varias casas

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El hombre que descubrió a Tsarnaev en el fondo en su casa

Un repaso con detalles desconocidos del atentado y la búsqueda de los hermanos Tsarnaev
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22 de abril de 2013 a las 16:09

Dos bombas, tres muertos y más de 72 horas sin respuestas. Los investigadores demoraron una par de veces una conferencia de prensa. Finalmente, el jueves a las 5:10 p.m., dos agentes del FBI instalaron dos caballetes con láminas rígidas volteadas para no divulgar de inmediato los resultados de sus pesquisas.

Había llegado la hora de hacer el crítico pero peligroso anuncio: presentar a Boston a los dos hombres que se creía eran responsables del mortal atentado contra el Maratón de Boston.

"Alguien por ahí conoce a estos individuos, como amigos, vecinos, colegas de trabajo o familiares de los sospechosos", dijo Richard DesLauriers, jefe del FBI en Boston. Mientras hablaba, los investigadores le dieron la vuelta a las láminas para revelar imágenes tomadas de cámaras de vigilancia.

Tantas personas de todo Estados Unidos se apresuraron a visitar el portal electrónico del FBI para estudiar la cara de los sospechosos que los servidores de la entidad policial quedaron abrumados al instante.

Y el temor que atenazó a la ciudad desde el lunes a las 2:50 p.m. se reavivó.

Si todos habían visto las fotos, eso tenía que significar que los sospechosos también las habían visto.

La maratonista Meredith Saillant se preguntó qué harían los sospechosos una vez que conocieran que se les acababa el anonimato.

La mañana siguiente al maratón, Saillant huyó de la ciudad, tratando de escapar la pesadilla de las bombas que habían explotado en la acera, exactamente debajo de la habitación donde ella celebraba haber terminado la carrera. Entones echó mano a un teléfono multiusos para estudiar las imágenes de vigilancia.

"Yo esperaba sentir alivio. (Me dije) 'OK, ahora puedo verles la cara' y comenzar a dejar esto atrás", dijo Saillant. "Pero creo que sentí más pesimismo. Me sentí, no sé, helada. Como conozco la era en que vivimos, yo sabía que tan pronto como se dieran a conocer esas fotos... algo iba a suceder... como si fuera el principio del fin".

Pero ni ella ni ninguna otra persona podrían saber cuándo terminaría todo, o cómo.

En el punto de meta.
El lunes, cerca de la línea de meta, Brighid Wall estaba mirando la carrera con su esposo e hijos. Después de la carrera, Tracy Eaves fue a buscar orgullosa su medalla. Pero la primera de las dos explosiones echó por tierra cualquier festejo.

"Todos quedaron como paralizados", dijo Wall. "La primera explosión ocurrió bastante lejos, sólo vimos el humo". Entonces sonó el otro bombazo, esta vez a sólo tres metros (10 pies) de distancia.

"Mi esposo lanzó los niños al suelo y se les colocó encima", dijo Wall. "Un hombre se nos encimó y nos dijo: '¡No se paren! ¡No se paren!'"

Desde el lugar donde ella estaba más allá de la línea de meta, "(la onda expansiva de) una enorme explosión" le pegó a Eaves.

"Me di la vuelta y vi mucho humo", dijo. Al principio pensó que pudiera ser parte de las festividades, hasta que ocurrió la segunda explosión y los voluntarios comenzaron a sacar a los corredores del lugar.

"Entonces comienza a darte pánico", dijo.

Cerca de la línea de meta, Diane Jones-Bolton, de 51 años vio que los corredores se daban la vuelta y corrían hacia ella. De repente la carrera de detuvo, pero nadie sabía por qué.

En la llegada, Wall, su esposo y los niños levantaron la cabeza tras un par de minutos de silencio. Al lado, un hombre estaba arrodillado, parecía aturdido y la cabeza le sangraba. Muy cerca había un cadáver.

"Nos agarramos los unos a los otros y corrimos" hasta una cafetería, salieron por la puerta trasera hacia un callejón y siguieron corriendo.

Mientras tanto, los instintos del doctor Martin Levine, que estaba de voluntario para atender a los corredores de elite en la línea de meta, le dijeron que hiciera exactamente lo contrario.

"¡Hagan espacio para las víctimas, unas 40!", gritó a los que estaban en la tienda de campaña de los maratonistas. En eso explotó la segunda bomba. Levine llegó al lugar del estallido y se encontró con un panorama que parecía un campo de batalla, lleno de miembros cercenados.

"Todavía estaban humeantes, con las ropas y la piel quemadas", dijo el médico.

La investigación
Tres días después de los atentados, los investigadores habían avanzado mucho.

Ejércitos de agentes con ropas blancas habían revisado los restos, lo que reveló que los autores habían armado bombas caseras usando instrucciones que se encuentran fácilmente en internet, como ollas de presión, cables y baterías. Pero los investigadores todavía no sabían las razones ni conocían la identidad de los autores.

A final de cuentas, todo dependió de las fotos, sacadas de cientos de horas de video y fotografías recopiladas de cámaras de vigilancia y entregadas por espectadores. Pero si no podían descubrir la identidad de los sospechosos, entonces tenían que hacer una elección complicada: podían no dar a conocer al público las fotografías, con lo que prolongaría la búsqueda y se corría el riesgo de que los autores escaparan o atacaran de nuevo. O podían pedir la asistencia del público. Para entonces, los sospechosos sabían que el cerco a su alrededor se cerraba.

Cuando decidieron dar a conocer las fotos, el nivel de tensión en la ciudad volvió a aumentar.

Ese día, el presidente Barack Obama habló en un servicio religioso en honor a las víctimas, donde dijo: "Es posible que hayamos perdido el equilibrio de momento. Pero nos vamos a recuperar. Vamos a seguir adelante. Vamos a finalizar la carrera".

Los vecinos.
Posteriormente, amigos y familiares recordarían a los sospechosos, Tamerlan Tsarnaev, de 26 años, y su hermano Dzhokhar, de 19, como personas incapaces de cometer un acto de terrorismo. Los hermanos pertenecían a una familia de origen checheno que llegó a Estados Unidos en 2002 para huir de los problemas en Kirguistán y después en Daguestán, una república predominantemente musulmana en el Cáucaso de Rusia. Se asentaron en Cambridge, donde el padre, Anzor Tsarnaev, abrió un taller de mecánica automotriz.

A Dzhokhar le fue bien en sus estudios en la prestigiosa escuela Cambridge Rindge and Latin, y se ganó una beca municipal de 2.500 dólares para asistir a la universidad.

Pero Tamerlan solía ser hosco. "No tengo ni un solo amigo estadounidense", dijo en una entrevista para un ensayo fotográfico sobre su vida en el boxeo. Antiguo estudiante de Contabilidad con esposa y una hija, explicó su decisión de dejar la escuela cuando le dijo a un familiar: "Yo me dedico a las cosas de Dios".

Durante varios años, Tamerlan había impresionado a sus entrenadores y a otros como un boxeador aficionado particularmente talentoso. "Se movía como una gacela. Pegaba como un mulo", dijo Tom Lee, presidente del Club de Boxeo del Sur de Boston, donde entrenaba.

Pero lejos del gimnasio, Tamerlan a veces fanfarroneaba, dijeron algunos de los que lo conocían. Y comenzó a declarar su apego al islam, a lo que se sumaron puntos de vista cada vez más exaltados.

Albrecht Ammon, un vecino, recordó que el hermano mayor discutió con él sobre la política exterior de Estados Unidos, la guerra en Afganistán e Irak, y la religión. La Biblia, le dijo Tamerlan, era una "copia barata" del Corán, que usaban para justificar guerras con otros países. "No tenía nada contra el pueblo de Estados Unidos", dijo Ammon. "Tenía algo contra el gobierno de Estados Unidos".

Dzhokhar, por otra parte, era "muy agradable", dijo Ammon. "Un tipo alegre".

Pero después de los atentados, cuando paró un momento en un taller de Cambridge, los mecánicos, acostumbrados a hablar largo rato con Dzhokhar, notaron que el joven de 19 años, que normalmente estaba tranquilo, se estaba mordiendo las uñas y temblaba.

El mecánico, Gilberto Junior, dijo que Tsarnaev no había tenido la oportunidad de trabajar en un Mercedes que había dejado en el taller para repararle la defensa. "No me interesa. No me interesa. Necesito el carro ahora mismo", le dijo Dzhokhar Tsarnaev, según Junior.

Ya habían publicado las fotos, así que era hora de irse a otra parte.

La escapada
La llamada al despachador de la policía fue el jueves a las 10:20 p.m.: ha habido disparos en el recinto del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge. Cuando la policía llegó a investigar, encontraron al agente policial universitario Sean Collier en el interior de su vehículo con varios impactos de bala.

Los testigos reportaron haber visto a dos hombres.

Quince minutos después hubo otra llamada sobre dos hombres que habían robado un vehículo. Durante la media hora siguiente, la víctima del robo fue retenida en su carro. Sus captores usaron su tarjeta bancaria para sacar 800 dólares de un cajero automático y le dijeron que acababan de matar a un policía y que eran los autores de los atentados, dijo Edward Deveau, jefe de la Policía de Watertown. Cuando los captores llegaron a una gasolinera, el hombre secuestrado escapó y llamó a la policía, dijo Robert Hass, comisionado de Policía de Cambridge.

Esa era la información que necesitaban los investigadores.

Para entonces eran pasadas las 11 de la noche, y mientras el Mercedes se dirigía a toda velocidad hacia el oeste, en dirección a Watertown, uno de los agentes de Deveau lo vio y comenzó a perseguirlo, dándose cuenta demasiado tarde que era él solo contra los hermanos en dos carros diferentes. Cuando ambos vehículos se detuvieron, dijo Deveau, los hombres se bajaron y abrieron fuego. Llegaron más agentes, y fue entonces cuando otro policía, Richard Donohue, recibió un disparo en la ingle que le cortó una arteria.

"Estábamos en un tiroteo, un tiroteo serio", dijo Deveau. "Hay una balacera y de pronto ven que les lanzan algo, a lo que sigue una fuerte explosión".

Los vecinos de Watertown se apresuraron a mirar por las ventanas.

"Ahora sé lo que es estar en una zona de guerra, como en Irak o Afganistán", dijo Anna Lanzo, de 70 años.

Mientras la balacera continuaba, Tamerlan Tsarnaev se acercó a los agentes y siguió disparando a pesar de haber sido herido por la policía, hasta que se le acabó la munición y los agentes lo derribaron. Pero mientras batallaban por esposarlo, Dzhokhar Tsarnaev subió a uno de los vehículos, dijo Deveau.

"Alguien gritó: '¡Apártense!', y ellos (los policías) vieron que se les encimaba la camioneta negra que habían robado. Lograron apartarse del camino a toda velocidad y Dzhokhar Tsarnaev atropelló a su hermano, arrastrándolo, y entones huyó", dijo.

Tamerlan Tsarnaev fue llevado de urgencia un hospital, donde lo declararon muerto.

El segundo hombre había desaparecido. Los agentes, armas en mano, acordonaron la zona.

A las 8:30 a.m., Jonathan Peck escuchó varios helicópteros dando vueltas encima de su casa y salió, para encontrarse con unos 50 hombres armados.

"Parecía que equipos de Fuerzas Especiales estaban buscando en todos los rincones de mi patio", dijo.

Las autoridades anunciaron que iban a cerrar no sólo Watertown, sino todo Boston y muchos de sus suburbios, lo que afectaba a más de 1 millón de personas. El servicio de trenes se canceló y ordenaron a los taxis que no circularan.

Pero a medida que pasaban las horas el viernes y continuaba la búsqueda casa por casa, los investigadores no encontraron huella del fugitivo. Finalmente, a eso de las 6:30 p.m., anunciaron que el cierre de actividades quedaba cancelado.

En todo Watertown la gente se aventuró a salir, entre ellos un hombre que salió a su patio y notó que la lona que cubría su embarcación no estaba como él la había dejado. La levantó, echó un vistazo y vio a un hombre ensangrentado.

Regresó corriendo a su casa a llamar a la policía. Una vez más, los agentes inundaron el vecindario. El hombre que estaba en la embarcación, que más tarde identificaron como Dzhokhar Tsarnaev, se batió a tiros con la policía durante más de una hora, hasta que finalmente pudieron controlarlo.

A eso de las 8:45 p.m. la radio de la policía informó: "El sospechoso está detenido".

Los vecinos aplaudieron y los agentes se felicitaron mientras la ambulancia que llevaba Tsarnaev les pasó por delante.

"Ahora me siento un poco más segura", dijo la abogada Beth Lloyd-Jones. Pero no pudo dejar de pensar en las víctimas: "Pudiera haber sido cualquiera de nosotros".

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