Presidencia

El lastre de un bloque amurallado

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02 de abril de 2021 a las 22:18

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La calificación de “lastre”  al actual proceso de integración del Mercosur, por parte del presidente Luis Lacalle Pou, durante una reunión de los jefes de Estado de los países miembros, en la conmemoración del 30 aniversario de la organización, el pasado 26 de marzo, es, a nuestro juicio, una definición certera y adecuada. La actitud resuelta del mandatario uruguayo contribuirá de algún modo a tomar una decisión acerca de la dirección de un barco que se hunde. 

De las cuatro acepciones de la palabra lastre, es evidente que el presidente tuvo en mente el significado que se refiere a una “cosa que entorpece o detiene algo”. Y quizás también el que alude a un “material pesado, como arena o agua” que se utiliza en embarcaciones para evitar su movimiento.

El Mercosur no es “un lastre” per se, sino la insistencia de un modelo proteccionista que impide avanzar, pese a su comprobado fracaso. 

La mejora del nivel de vida de la población, depende del grado de profundización del comercio. Ese fue el camino exitoso de los “tigres asiáticos” (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán), en contraste con el de las murallas al comercio de nuestra región, desde el fallido paradigma de la industrialización por sustitución de importaciones que promovió los subsidios, las barreras arancelarias, intervención del tipo de cambio), todo lo cual dejó la mesa servida para una fuerte intervención estatal, salvo casos aislados. 

Es asombroso el poder que tienen en América del Sur las ideas voluntaristas, la creencia de un Estado como generador de riqueza o de que es posible el desarrollo sin comercio con el mundo. 
Mal que les pese a muchos, la alternativa para el bienestar es la globalización, una conclusión por sus resultados favorables al crecimiento económico y, por tanto, al combate a la pobreza.  

Es un proceso irreversible, además, por el peso que han adquirido los mercados externos en las dinámicas económicas, y de una velocidad de crucero por las tecnologías de la comunicación.

La desaceleración del comercio mundial en los últimos dos años, no significa para nada el fin de la globalización, sino un retroceso coyuntural de apenas algunos casilleros.  

Como escribió el analista internacional Zachary Karabell, en Wall Street Journal, en marzo del año pasado, a la globalización “es fácil odiarla y muy oportunista usarla como diana de nuestras críticas, pero imposible de detenerla”. 

Según datos del Banco Mundial, a mediados de la década de 1960, el arancel medio en el mundo industrializado  fue de 15%; en 2017, el promedio global, incluyendo a países en desarrollo, fue de 3%.

Si Uruguay quiere progresar, no puede darse el lujo de dejar pasar el tren del libre comercio mundial, anclado como está en las salvaguardias del Mercosur, que equivalen a los sacos de arena que impiden volar a un globo aerostático. 

Un bloque amurallado nos imposibilita aprovechar el cambio de forma que se avecina en la globalización ante los problemas en las cadenas de suministro que desnudó el covid-19 y perder oportunidades que se pueden presentar por una deslocalización de inversiones. Y jugar un papel más importante en la economía digital del mundo posindustrial. 

El riesgo, en definitiva, es quedar para siempre a la zaga de los países avanzados, una tragedia tanto económica como cultural. 

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