PEDRO MENDEZ / AFP

El Mercosur, una gran idea arruinada al modo latinoamericano

Demasiada ambición para los estándares políticos actuales

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27 de marzo de 2021 a las 05:02

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Carlos Menem, un hombre audaz que no se ponía colorado fácilmente, comentó el 31 de enero de 1998 en el exclusivo Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, que el Mercosur pronto tendría su moneda común. “Estamos siguiendo los pasos de la Unión Europea”, dijo, muy suelto, el presidente argentino. “Pero lo que llevó a Europa casi 50 años, nos llevaría una décima parte de ese tiempo”. Los funcionarios brasileños y otros representantes sudamericanos presentes quedaron pasmados. La moneda común solo existía en la imaginación de Menem. 

El hecho ilustra dos cosas: la capacidad de Menem para los golpes de efecto y el optimismo que campeaba por entonces en la región.

El Mercado Común del Sur, formalizado hace 30 años por los presidentes de Brasil, Fernando Collor; Argentina, Carlos Menem; Paraguay, Andrés Rodríguez; y Uruguay, Luis Lacalle Herrera; se propuso integrar radicalmente las economías de la región mediante la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países, y la eliminación de las aduanas. Andado el tiempo, la unión económica conduciría a una mayor integración productiva, social y política, como en Europa, y a una reducción de las desconfianzas nacionalistas

Fue un proyecto valiente y formidable, desnaturalizado luego por sus propios líderes, los mareos de corto plazo y la incomprensión popular.

Acabada la segunda guerra mundial, el enésimo conflicto iniciado por los nacionalismos, Estados Unidos presionó para una integración de Europa occidental a cambio de ayuda financiera. Además, a la puerta estaban los soviéticos, listos a tragarse las ruinas de la vieja Europa. Después de tantos baños de sangre, era hora de probar una comunidad con la receta liberal inversa: eliminación de barreras económicas y comerciales, integración de cadenas productivas, coordinación macroeconómica, libre tránsito de capitales y personas.

El deslumbrante éxito de la Unión Europea, un bloque ahora de 27 Estados, 24 idiomas, 450 millones de personas y una economía casi igual a la de Estados Unidos, dibujó un hermoso espejo en el que mirarse. 

“Con un poco de facilismo latinoamericano, quisimos hacer en pocos años lo que en Europa llevó 50”, comentó ahora Lacalle Herrera entrevistado por AFP.

Todo pareció funcionar muy bien al principio. El comercio entre los cuatro socios del Mercosur creció a una tasa anual enorme hasta 1998. 

Tanto Brasil como Argentina habían iniciado planes de estabilización: el real y la “convertibilidad”, que les permitieron acabar con incendios inflacionarios que superaron 3.000% anual. Pero la nueva estabilidad requería una disciplina fiscal –nada de déficits y emisión– que los gobiernos pronto comenzaron a trampear.

El principio del fin fue la devaluación de la moneda brasileña, el real, en enero de 1999, sin decir agua va. Brasil es demasiado grande y egocéntrico como para aceptar una coordinación macroeconómica, una regla de oro en la Unión Europea que permite a todos los socios bailar al son de la misma música. Entonces Argentina y Uruguay quedaron fuera de precios, con costos internos muy altos, e imposibilitados de exportar hacia Brasil, su principal cliente, y hacia parte alguna.

Entre 1999 y 2002 Argentina y Uruguay colapsaron: un cataclismo económico-financiero pocas veces visto en sus historias modernas, que significó un sinceramiento y nuevos precios relativos. 

Los países del bloque salieron de la crisis de modo muy diferente, lo que signaría sus historias posteriores. Desde entonces las economías de Paraguay y Uruguay, más abiertas, han avanzado mucho más que las de Argentina, que se frenó ya en 2008, y de Brasil, que se estancó en 2013.

El Mercosur es un pequeño grupo de socios ciertamente desparejos. Brasil por sí solo representa el 80% de la población del bloque y el 75% de su producto bruto, Argentina el 20% del PIB y los enanos Uruguay y Paraguay apenas suman el 5%. Eso no sería mucho problema con una institucionalidad fuerte, al estilo de la Unión Europea. Pero al fin de cuentas el Mercosur dependió siempre de los pujos proteccionistas y del humor predominante en Brasilia y Buenos Aires, que suelen presentar hechos consumados a sus socios menores.

En los inicios del siglo XXI en la región predominaban los gobiernos de izquierda, integracionistas en el discurso aunque proclives al proteccionismo comercial, las cuotas y el estatismo, sobre todo en Argentina. Brasil, por su parte, tiene una larguísima tradición proteccionista, cualquiera sea su gobierno: un gigante pobretón encerrado en sí mismo. 

De la mano de Tabaré Vázquez y Danilo Astori, la izquierda uruguaya abandonó el “apoyo crítico” inicial y las severas reservas ante el Mercosur y pasó a un apoyo incondicional, de “más y mejor Mercosur”. 

Pero ya en 2004 Astori advirtió: “No se trata ahora de sustituir la economía cerrada” del Uruguay neobatllista “por un encerramiento regional”. La idea era abrir la economía al mundo, no solo a la región, al modo de lo que ha hecho Chile.

A poco de asumir la Presidencia, y ante las agresiones desde Argentina por la fábrica de celulosa de Botnia en Fray Bentos y la prescindencia de Lula, quien miró para otro lado, Tabaré Vázquez dijo a sus ministros: “El Mercosur no existe”. 

No fueron los órganos del Mercosur los que pusieron fin al conflicto sino la justicia internacional (y el recurso de Vázquez con George W. Bush). 

En 2006, Vázquez y Astori impulsaron negociaciones con Estados Unidos para firmar un tratado de libre comercio (TLC). Era una huida hacia adelante, en procura de una mayor prosperidad, y una forma de reforzar la independencia nacional. Pero ese plan audaz fracasó por las divisiones internas en el Frente Amplio y las advertencias de Lula y Néstor Kirchner.

Venezuela, un nuevo socio que ingresó por la ventana en 2012 y que podría equilibrar un poco las maletas, fue suspendido del Mercosur en 2017. El chavismo al fin no era democrático, ni capitalista, ni practicaba el libre comercio.

Ahora las exportaciones uruguayas hacia Brasil y Argentina, que en la década de 1990 llegaron a ser casi la mitad del total, apenas representan el 20%. China compra más que ellos dos juntos. Argentina se ha vuelto casi irrelevante como comprador, salvo por el turismo.

A 30 años de aquella firma de Asunción, Lacalle Herrera dijo que el mercado común nunca se configuró, lo comercial “se desvirtuó por lo ideológico” y el Parlamento del Mercosur (Parlasur) se convirtió en “una reunión de amigos”, una triste caricatura de Bruselas. 

El Mercosur ha traicionado sus fines esenciales, salvo en las palabras. Para sobrevivir debería volver al principio: la integración comercial y económica. Hecho eso, lo demás viene por añadidura. Pero tamaña ambición parece excesiva para los estándares políticos actuales.

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