Leonardo Carreño

El ministro, su amigo el policía corrupto y otros búmeran en la política

El caso Germán Cardoso, la salida del GACH, las desafortunadas frases de sindicalistas sobre la pandemia y el presidente en la interna de los médicos

Tiempo de lectura: -'

18 de junio de 2021 a las 16:51

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Al final de una semana muy fría, pero políticamente caliente, te comparto en esta newsletter EnClave una Semana Traducida, para analizar los temas más importantes de la agenda de los últimos siete días.

Los esperanzadores datos sobre la pandemia

Esta fue la semana en la que empezamos a ver, nuevamente y ojalá ahora de forma definitiva, una luz al final del túnel. Las cifras de casos nuevos de covid-19, si bien siguen altas, vienen bajando considerablemente. El R, la tasa de reproducción de la epidemia, está por debajo de uno desde hace varios días, lo que indica que la epidemia cede. ¿Es suficiente? No, porque se necesitan muchísimos días con este indicador así para considerar en control la situación sanitaria. Pero la baja de casos también empieza a reflejarse en los indicadores que más preocupan: ingresos a CTI y muertes.

Si bien esta semana chocamos contra la dura realidad de haber llegado a las 5.000 muertes desde que comenzó la pandemia, la evolución de la gráfica en los últimos días trae esperanza.

Los científicos abren una señal de alerta por el aumento en la movilidad detectado desde la semana pasada con el regreso a clases en las escuelas. La unión evidente entre movilidad y aumento de los contagios abre la incógnita sobre si esta situación del R por debajo de uno será sostenible en el tiempo, pero lo bueno es que ahora ya se ven efectos positivos de la masiva campaña de vacunación.

El GACH se merecía más

Leonardo Carreño
Los coordinadores del GACH en el último día de colaboración del grupo con el gobierno

Esta semana también estuvo marcada por el fin del GACH, el grupo de científicos que honorariamente asesoró al gobierno en el manejo de la pandemia. La creación de este grupo fue una gran jugada del presidente Luis Lacalle Pou. En primer lugar, porque durante buena parte de la crisis sanitaria dotó al gobierno de evidencia científica para la toma de decisiones y a la sociedad le brindó consejos y aportes que dieron tranquilidad y respaldo en momentos en que la situación, por lo desconocida, nos dejaba a todos en una temerosa incertidumbre. 

En segundo lugar, fue una excelente movida política. Lacalle se blindó de muchísimas críticas con el aporte de los científicos. El presidente decidió, como es sabido, un encare de la pandemia muy diferente al de la mayoría de los líderes políticos mundiales. Durante meses Uruguay con su estrategia tuvo éxito. Cuando en la mayoría de los países los muertos se contaban de a miles, por aquí la situación estuvo controlada. Lamentablemente en los últimos meses esa realidad cambió. Y en esa transición, el oficialismo cometió algunos errores con los científicos que fueron erosionando la relación. Primero, en el verano, cuando la oposición empezó a levantar el tono de sus cuestionamientos, varios senadores oficialistas fueron demasiado explícitos en la intención de blindarse con el GACH. Lacalle había manejado bien esa situación, pero desde el Partido Nacional empezaron a decir que todas las decisiones tenían el aval del GACH. “Cuestionar las medidas del gobierno es cuestionar a los científicos de primerísimo nivel e incuestionable idoneidad", dijo en su momento la senadora Carmen Asiaín.

Eso tal vez le sirvió unos días como defensa, pero rápidamente se les volvió como un búmeran. Porque en febrero, cuando los casos aumentaban y se empezaba a visualizar una situación de peligro como la que luego sucedió en abril y mayo, el GACH realizó varias sugerencias que el gobierno no tomó. Entonces la realidad chocó con ese discurso oficialista.

De allí en adelante el desgaste fue evidente. El GACH siguió trabajando con sus informes, aportó, pero bajó el perfil. Y las pocas veces que alguno de sus coordinadores salió públicamente se notó el desacople.

El final de la actividad del grupo se dio esta semana con una reunión en Torre Ejecutiva. Los coordinadores bajaron y ante la prensa hicieron unas cortas declaraciones y sin nadie de la Presidencia que los acompañara. Según anunció el gobierno más adelante, habrá un homenaje en el Sodre. Pero al menos en el escenario público quedó gusto a poco para el final.

Para rematarla, el nombre que le pusieron al mecanismo que decidieron usar para comunicarse no remite a una situación amistosa sino todo lo contrario: el “teléfono rojo” de la Guerra Fría.

 

El “genocidio” y la “política sanitaria homicida”: frases que solo descalifican a quienes las dicen

¿Realmente alguien cree que el gobierno quiere que se mueran 50 o 60 uruguayos por día? ¿Es posible pensar que haya una actitud deliberada de que eso suceda?

Aunque parezca mentira, dos líderes sindicales de dos gremios de profesionales esta semana dijeron eso. Primero fue la secretaria general del Sindicato Médico y candidata a la presidencia por el oficialismo, Zaida Arteta, que calificó la situación durante una comisión directiva como un “genocidio”. “La intención no es pegarle al gobierno, sino salvar a las personas de prácticamente un genocidio, porque sabemos que van a morir miles en adelante (...) Si no hacemos nada, es un genocidio y somos cómplices porque lo estamos viendo”, aseguró según consta en las actas que publicó El País.

Por su parte, el dirigente del gremio de profesores José Olivera dijo que “la política sanitaria que se está desplegando hoy es homicida” y que el paro del PIT-CNT del jueves fue “por la vida”, según declaraciones que emitió canal 10.

Nadie puede tomarse en serio este tipo de declaraciones, salvo que quieran entrar en el terreno de hacer política de la más baja. Solo descalifican a quienes la dicen y siguen empobreciendo el debate. Porque lejos de poder convencer a alguien de tomar medidas diferentes para lograr otros resultados, lo que hace es que el otro (en este caso, el gobierno) se ponga a la defensiva.

 

El presidente en el juego político de un sindicato

Seguramente por estar “dolido”, como le dijo a otros médicos esta semana con los dichos de Arteta y por la actitud de la semana pasada del expresidente del SMU Julio Trostchansky, Lacalle Pou se metió en dos terrenos donde un presidente no suele hacerlo.

En primer lugar, no debería rebajarse a polemizar con cualquiera. Lacalle suele usar una figura retórica para decir que no va a hacer equis cosa, pero al decirlo lo hace. Eso fue lo que pasó con la polémica sobre Trostchansky. Cuando un periodista lo consultó sobre su planteo de denunciar a Uruguay ante tribunales internacionales, Lacalle habló de “caranchos”, las aves que se alimentan de otros animales muertos.  

“No me tiren la lengua porque para hablar tengo, pero no es mi rol. Soy el presidente de todos los uruguayos, aun de aquellos que se dedican a caranchear, como se dice en campaña”, respondió en Artigas.

Pocos días después, Lacalle decidió –luego de haber ignorado dos pedidos de reunión de la directiva del Sindicato Médico– reunirse con una de las candidatas opositoras y el grupo de médicos que la respalda.

Al presidente le encanta el juego electoral y es muy bueno en ese terreno. La interna del SMU, siempre compleja, está muy intensa y entre los blancos hay esperanzas de poder ganar el dominio de ese sindicato. Lacalle jugó fuerte al meterse en esa campaña.

Pero también es un riesgo que asume, porque esa jugada puede volver, también como un búmeran. Una victoria del oficialismo en esas elecciones fijadas para fines de julio ahora puede volverse una derrota innecesaria para el presidente luego de involucrarse de esta forma.

 

El ministro, su amigo el policía corrupto y las señales del sistema judicial

Leonardo Carreño
El ministro de Turismo Germán Cardoso aparece en las escuchas a un policía imputado por delitos de corrupción

Uruguay es el país de los contactos. La cercanía, el tener siempre un conocido o al menos el conocido de un conocido cerca de algo que se necesite, ayudan a una cultura del favor. Los pocos grados de separación entre las personas, como bien graficó en su momento una publicidad, es una tentación muy grande para que muchas personas vayan por el camino más rápido de pedirle ayuda al conocido, en vez de ponerse al final de la cola como indicaría la norma o el protocolo.

Por eso a mucha gente no le hizo ruido el caso del ministro de Turismo, Germán Cardoso. El dirigente colorado apareció mencionado en la investigación llevada adelante por la fiscalía de San Carlos sobre un jerarca policial –el tercero en la línea del comando de Maldonado– imputado este miércoles por varios delitos de corrupción por haber accedido a varios favores pedidos por el ministro.

“Hizo lo que haría cualquiera de nosotros”, confesó con profunda sinceridad el senador blanco Jorge Gandini. “¿Hay alguien, cualquier ciudadano, en cualquier lado del país que conozca a un funcionario y no lo llamé por algún tema concreto? ¿Llegaremos al colmo de la hipocresía?”, escribió el intendente de Rocha, Alejo Umpiérrez.

La discusión sobre si el ministro cometió algún delito o no me excede. No soy experto en el área y no me siento con credenciales para opinar. En esta nota consultamos a diferentes penalistas que si bien tienen matices con el accionar judicial no ven un delito claro.

Para el fiscal del caso, Jorge Vaz, Cardoso no incurrió en un delito porque los pedidos no los hizo como ministro, sino como “amigo” del policía corrupto.

¿Es posible separar una cosa de la otra? ¿Cuando uno llega a un cargo de jerarquía como el de un ministro, no debería sopesar de manera diferente los pedidos personales que realiza?

Dejando de lado la responsabilidad penal, el tema político es más discutible. Y más que nada, las señales que dio el sistema judicial con este asunto.

Uno de los puntos más vidriosos es el episodio por el cual el policía imputado acciona, al parecer luego de una llamada de Cardoso, después del accidente que tuvo una amiga de la pareja del ministro. El fiscal entiende que el policía tenía la intención de que no se le hiciera la espirometría a la mujer, que se chocó sola contra una columna luego de haber tomado alcohol. El fiscal asegura que esa es la interpretación que hace, pero que no tiene elementos para afirmar que Cardoso pidió que no se hiciera una espirometría.

¿Por qué no lo citó para preguntarle eso? ¿No valía la pena preguntarle? ¿Si existe la sospecha que un ministro pide que no se haga una espirometría, no vale la pena tirar de esa piola?

Con esa cultura del favor tan instalada –y ahora hasta aceptada y defendida públicamente por los políticos– la falta de fuerza en la indagatoria para al menos dar la señal que el caso se investigó a fondo también puede ser un búmeran peligroso para los políticos, en tiempos en que la profesión se ve desprestigiada a nivel mundial.

 

Soy Gonzalo Ferreira, editor jefe de El Observador. Podés escribirme a este mail por sugerencias y comentarios.
CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.