A.SCHNEIDER - AFP

El país que pasó de la tertulia del café al talud de la popular

La dirigencia política vive un microclima de redes sociales y pierde sintonía con la gente, que pide soluciones a problemas reales y no piensa en “izquierda-derecha”

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13 de octubre de 2018 a las 05:03

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Los tiempos cambian. Uruguay fue un país con características de debate serio, con espacios para polémicas profundas, con cruces de opiniones en medios de prensa, y con una cultura de tertulia de café, en los que no cualquiera se animaba a abrir la boca, pero sí aprovechaba para aprender.
“Las redes sociales” permiten popularizar el debate y dar lugar a todo aquel que desee volcar pensamiento sin necesidad de pertenecer a una estructura partidaria o a una especie de club de amigos, pero no cumplen el objetivo de usina de pensamiento. Pese a la masividad de ese ámbito cibernético, los mensajes que se vuelcan no son representativos de opinión pública ni de una elite de intelectuales, sino que consisten en “microclimas” apestados de simplezas, agravios y escupitajos entre convencidos.
Falta franqueza, sobra hipocresía.

Escasea pensamiento propio, abunda el relato de tirar agua para molino propio.

De aquellas mesas de café en el Sorocabana, el Tupí Nambá, el Ateneo y otros, se ha pasado a un canto a coro de la Amsterdam contra la Colombes, con un  nivel de mensajes cruzados tan bajo, que todo parece más de talud, que de tribuna. Parados contra el alambrado y gritando.

El riesgo para los dirigentes políticos (y los periodistas) está en la tentación a responder críticas, a expresar indignación por titulares de un hecho que escandaliza, o en exponerse a un interminable hilo de reproches cruzados con agravios.
Y así, varios han quedado en posición de off side al comentar titulares de noticias “no confirmadas”, notas con información inexacta, o simplemente barbaridades sin chequeo previo.
Al creer que “las redes” son “la gente”, muchos dirigentes partidarios quedan atrapados en un microclima contaminado de cólera y fobias, lo que en definitiva los aleja de la ciudadanía en sentido amplio.
Y ese es el problema, cuando creemos que todos estamos más cerca, en realidad nos alejamos.
El caso es que “las redes” terminan siendo amplificadas por los medios tradicionales, porque lo que digan ahí los dirigentes políticos tiene la misma validez que una declaración formal.

El riesgo para los dirigentes políticos (y los periodistas) está en la tentación a responder críticas, a expresar indignación por titulares de un hecho que escandaliza, o en exponerse a un interminable hilo de reproches cruzados con agravios.

Y lo que un candidato o legislador, haya escrito como reacción espontánea, como reflejo pasional más que como comentario racional, termina siendo fijado como si fuera producto de algo pensado.
En estos últimos días, se ha visto mucha discusión entre dirigentes partidarios sobre conceptos de “derecha” y de “izquierda”, en un país donde la amplia mayoría es de “centro”.

La batalla electoral se cuela en todas las discusiones y cualquier hecho político, hasta el más pequeño episodio de especulación sobre algo que pudiera concretarse, es visto a través de un lente de conveniencia electoral.
La dirigencia del Frente Amplio tuvo una reacción de indignación y alerta frente al resultado electoral de Brasil y con eso inundó la red twitter, no sólo expresando su postura, sino reclamando –exigiendo- a otros que también calificaran de monstruo fascista al más votado por los brasileños.

La batalla electoral se cuela en todas las discusiones y cualquier hecho político, hasta el más pequeño episodio de especulación sobre algo que pudiera concretarse, es visto a través de un lente de conveniencia electoral.

Los dichos y pensamiento de Bolsonaro indignan por su desprecio por la democracia, por su intolerancia, por su arrogancia prepotente y por su negación a la libertad, pero ¿es más importante destilar ira por ese presidenciable brasileño que analizar las causas por las que un pueblo le confía el manejo del poder de gobierno?
No se trata de que no se pueda condenar a expresiones antidemocráticas, pero no puede ser eso el único punto. Sobra ira, falta pensamiento crítico.

A.SCHNEIDER - AFP

Blancos y colorados fueron cautelosos, y en exceso, como si el “efecto Bolsonaro” pudiera perjudicarles. 
También los medios cayeron en el micromundo de girar obligatoriamente en una exposición monotemática con extrapolación de lo brasileño a lo uruguayo. La búsqueda del Bolsonaro uruguayo suena absurda, porque hay gente en el país que piensa como el campineiro, pero no hay chance alguna de visualizar un presidenciable de esas características.

Uruguay tiene un sistema de partidos estable, a diferencia de otros países de la región, como en Argentina que se crean “frentes”, alianzas puntuales, o se lemas especiales; en Chile que los partidos se agrupan en un par de coaliciones, o en Brasil con un sistema fragmentado en muchos lemas sin tradición.
Y los que llegan a presidente lo hacen a través de esa estructura y sin discursos radicales, sino desde un perfil de “centro”.
Los uruguayos que se sienten de “derecha” o de “centro derecha” son apenas el 20% del electorado, según las encuestas de Equipos Consultores.

Hoy, la gente tiene un reclamo de seguridad que va de la mano de sintonía con medidas de “mano dura”, lo que se vincula a que desde hace diez años la mayor preocupación es por los robos y rapiñas, pero no se ha movido la aguja de identificación ideológica.
Que la derecha sea minoría no significa que la izquierda sea mayoría. Los que se manifiestan de “izquierda” sumados a los de “centro izquierda” no llegan al 30% de los votantes de acuerdo a esos sondeos, lo que muestra que la sociedad uruguaya se identifica de “centro” (48%).

Reuters

Más allá de referencias ideológicas, las familias uruguayas reclaman soluciones a los problemas que sufren, que son en proporciones similares el aumento de delitos y la acumulación de problemas económicos, sean por falta de empleo para trabajadores o de baja o nula rentabilidad para comerciantes y otros empresarios.

No hay debate en serio sobre eso y la gente siente que le hablan de temas que no encajan en sus inquietudes.
Además, el cuestionamiento a dirigentes políticos por cuestiones éticas, contamina más la relación entre ciudadanía y dirigencia.
Mientras Twitter se ha convertido en una cloaca, la dirigencia se enreda en discusiones ajenas a las preocupaciones populares, y hasta que no se haga visible un compromiso férreo con el comportamiento ético en los cargos públicos, la distancia entre electores y elegibles se ampliará, y el riesgo no será de un loco que surja como candidato, sino de una desvalorización de la democracia, una pérdida de confianza en las instituciones y descreimiento del sistema. Eso es más peligroso que un loco suelto. 

No hay debate en serio sobre eso y la gente siente que le hablan de temas que no encajan en sus inquietudes.

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