Leonardo Finotti

El secreto de Sacromonte, el lugar donde el tiempo se vuelve tesoro

Un empresario peruano de 51 años se enamoró de Uruguay, dejó todo y abrió un hotel y viñedo que la revista Time eligió como uno de los 100 mejores lugares del mundo para hospedarse

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13 de enero de 2020 a las 05:00

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Hay un punto del camino a Sacromonte en el que parece que no vas a llegar. Empieza en una ruta asfaltada que a los pocos kilómetros se transforma en una carretera de piedra y luego en un sendero angosto que serpentea la silueta de una sierra. 

Las rocas y la tierra que hacen patinar las ruedas del auto, los árboles que esconden la dirección y el motor que forcejea. El camino funciona como una prueba: el que quiera descubrir el secreto de Sacromonte tiene que ganárselo.

Pero nada de eso importa una vez que alcanzás la cima del cerro y te enfrentás por primera vez al paisaje. Una marea en tonos de verde, marrón y amarillo que se despliega infinita en todas las direcciones enmarcada en una bóveda celeste. Está el monte nativo y también los viñedos. Están la arquitectura, el diseño, el silencio. El sol que calienta los primeros días de enero y el viento y las nubes que apenas logran refrescarlos. Quienes viven por la zona hace años dicen que el calor es más sofocante en el laberinto de las sierras que en cualquier otra parte.

En el medio de ese paisaje sencillamente uruguayo está uno de los mejores lugares del mundo para alojarse, según la revista Time y tantas otras publicaciones que encendieron la conversación al norte del planeta y llamaron la atención de aquellos que cuando salen de vacaciones lo último que hacen es mirar los precios. Solo importa la experiencia y qué tan distinta sea a todo lo que probaron antes. Cuando las mismas fotos que ilustran este artículo se viralizaron en Europa y Estados Unidos, Sacromonte no había abierto sus puertas al público. Aún así ya estaba ganando premios. 

Tali Kimelman

Naturaleza. Refugio. Magia. Exótico. Paz. Los títulos de las revistas de diseño que le presentaron Sacromonte al mundo se imprimieron con palabras rimbombantes y seductoras.

En busca del futuro

Edmond Borit tiene desperdigadas muchas de esas revistas sobre una mesa en la recepción del hotel, un contenedor negro de ventanas grandes anclado bajo un monte en la mitad de las sierras. Borit es peruano, tiene 51 años y hace algún tiempo su mundo se detuvo. Llevaba 25 años trabajando como gerente regional para una empresa multinacional de origen sueco que produce aceites y grasas vegetales. Estaba cómodo, pero repleto de dudas.

“Un día me pregunté qué haría con mi vida si solo me quedaran por delante tres años. ¿Cambio o sigo con lo que estoy haciendo? La respuesta apareció enseguida”, recuerda Borit. Su estilo de vida se estaba volviendo insoportable. Viajaba 150 días al año, apenas tenía tiempo para ver a sus hijos y el ritmo de la empresa cada vez se ponía más demandante. “Tenía un cargo muy importante, status, acciones en bolsa, pero nada de tiempo. ¿De qué sirve trabajar para tener todo eso si no vas a poder disfrutarlo? Me llevó 45 años darme cuenta de que el tiempo es el recurso más valioso que tenemos”, agrega. Y renunció a todo su prestigio sin saber en dónde iba a terminar.

Borit llegó a Uruguay en 2008 con su esposa y tres hijos. La empresa para la que trabajaba tenía por delante la instalación de una nueva fábrica en Paso de la Arena y él se iba a encargar de supervisar todo el proyecto. En los papeles, su estadía en Montevideo se iba a extender por un año, que resultaron ser dos. Cuando el proyecto se encaminó, en 2013, la empresa le pidió a Borit que regresara a San Pablo, en Brasil. Ahí fue cuando llegó el primer quiebre. El matrimonio decidió que lo mejor para los hijos —que ya estaban entrando en la adolescencia— era regresar a Perú. La trampa al solitario duró un mes. Luego hubo reunión familiar y un veredicto unánime: nadie quería dejar Uruguay. 

Leonardo Finotti

Justo cuando decidieron quedarse, un ejecutivo del banco Citi puso a la venta más de 100 hectáreas en la sierra del Carapé, a 90 kilómetros de Punta del Este, que había comprado por especulación. Borit consideró que esa era la oportunidad perfecta para empezar un proceso de anclaje en Uruguay y, sin pensarlo demasiado, compró el terreno. 

Lo que el peruano no sabía es que algunos meses después su vida iba a estar patas para arriba.

Lo primero que vino fue el vino

La pareja de turistas tiene la piel roja por el sol, pero este mediodía está nublado y se animan a recorrer caminando los viñedos plantados en la tierra de Sacromonte. Son jóvenes —treinta y tantos— y llegaron desde Chicago, Estados Unidos. ¿Por qué Uruguay? Porque tienen un amigo que viene siempre y les dijo que tenían que conocer las playas de José Ignacio y escaparse algunos días a una pequeña bodega en las sierras que tiene un hotel lindísimo que salió en la revista Time. 

“Uruguay es una gema, ojalá que la masividad de los turistas no lo descubra”, dice él, que se dedica a bienes raíces. Ella trabaja para Pinterest, una red social con más de 250 millones de usuarios mensuales. Dicen que lo que es barato en Uruguay es la comida, que la carne es alucinante y que el ritmo del este en verano es ideal y un poco les hace acordar a Los Hamptons de Nueva York, donde veranean las clases altas de Manhattan. 

Borit, que está a unos pocos metros de la pareja, les hace una seña para que se acerquen a probar el vino que hacen en Sacromonte. Los americanos quedan fascinados con un tannat y prometen llevarse algunas botellas de vuelta a Chicago.

Sacromonte también es un viñedo y, de alguna manera, el vino fue lo que empezó todo. El abuelo de Borit era un viticultor enólogo francés que fue contratado por una bodega peruana para producir mejores bebidas. Se quedó ahí y montó dos bodegas propias, una con fines comerciales y otra para experimentar. Una se llamó La Florida y la otra Sacromonte.

Tali Kimelman

“Siempre quise hacer vinos por la influencia de mi abuelo. Siempre me sentí muy identificado con su trabajo y hasta tenemos el mismo nombre”, dice Borit. Cuando se mudó a Uruguay, su vínculo con esta bebida se hizo más y más profundo. Además, la fábrica de la multinacional para la que trabajaba se instaló a pocos kilómetros de la bodega Bouza y cada vez que tenían visitas internacionales Borit los llevaba a conocer el viñedo. Esperaba esas visitas todos los meses.  

Cuando renunció a la multinacional la brújula apuntó al vino y el terreno que había comprado en Maldonado era perfecto para plantar viñedos por las particularidades del suelo. Luego surgió la idea de un hotel especial y el diseño de un paisaje. Entonces la apuesta de Borit se volvió salvaje.

Tali Kimelman

“Todo el capital que hice en la empresa está puesto acá, invertí hasta el último centavo”, dice y señala la tierra. Luego, agrega: “El hecho de que apuestes todo a un solo proyecto te obliga a sacarlo adelante. No hay plan B”. 

Los refugios de las sierras

La esencia y el concepto de Sacromonte fueron evolucionando. De hecho, la idea de transformarlo en un hotel llegó un tiempo después de la compra de la tierra y la decisión de los viñedos.  

“En los años dentro de la empresa acumulé 1500 noches de hotel como huésped. En algún punto empecé a viajar a los hoteles como un estudiante. Observaba todo con ojo crítico. Qué haría si yo fuera dueño de ese hotel y cómo lo haría. Fue una especie de práctica gratis”, recuerda.

Cuando empezó a construir el proyecto, la idea era más discreta; cabañas o algo parecido. Borit se compró un tractor, una chirquera y empezó a limpiar el terreno, que en un principio era puro monte. Hizo un par de caminos y más o menos definió dónde iba a construir las cabañas y la viña. 

“Una tarde estaba en la cima del monte, sentado en el tractor, y me di cuenta que no podía hacer todo esto solo porque iba a terminar siendo un mamarracho”, recuerda el peruano. Entonces salió a buscar ayuda.

Tali Kimelman

Un amigo le presentó a Roberto Mulieri, un prestigioso paisajista argentino que se encargó del diseño del paisaje de los olivares de O`33. 

“Al principio Roberto no me dio bola, hasta que se dio cuenta que yo iba en serio y que esto no era un barrio o una chacra privada como hay tantas por la zona. Tenía un componente de sustentabilidad que a él le gustó mucho. Cada aporte que me hizo hacía valer la pena el dinero que pedía”, explica Borit. 

Fue ahí cuando el proyecto tomó vuelo por primera vez. 

Mulieri trabajó dos años en el paisajismo de Sacromonte, basándose en la idea de que aquello tenía que verse distinto a todo lo demás que había hecho antes. Cuando estuvo listo, las cabañas eran una idea ridícula. “Teníamos que hacer arquitectura para darle identidad y carácter al proyecto”, recuerda el emprendedor.

El estudio de arquitectos Mapa apareció en el radar para aportar esa solución.

“Edmond nos llamó a través de un amigo suyo con el que estábamos trabajando en ese entonces. Cuando nos contó el plan y fuimos a ver el lugar nos dimos cuenta que solo íbamos a tener que acompañar porque la visión estaba clara”, dice Andrés Gobba, uno de los socios de Mapa. 

Leonardo Finotti

Sacromonte entraba perfecto en los planes del estudio porque ellos estaban buscando proyectos que los llevaran a paisajes remotos en los que se pudiera aplicar arquitectura e industrialización. “Estos elementos mezclados hacen un combo interesante porque para habilitar esos paisajes alejados y para llegar con la arquitectura de buen confort es necesario trabajar con lo industrializado”, agrega Gobba.

En diseño, uno de los insumos de la arquitectura industrializada son las estructuras prefabricadas. Eso fue lo que montaron en Sacromonte y los llamaron refugios.

“Nos gusta decirle así porque tienen esa condición de interacción con el entorno. Los refugios no tienen identidad propia como objeto arquitectónico si no los pensás en el paisaje”, explica el arquitecto. 

Los refugios se ven como contenedores con paredes de vidrio y están empotrados sobre unos muros de piedra bajitos que funcionan como una interfase entre la topografía y la construcción. 

Cuando todo estuvo armado, llegó la explosión mediática. 

De Asia a Nueva York

En mayo de este año la pantalla del teléfono de Borit se encendió por una llamada de un número desconocido. Atendió. Era un editor de la revista Time en Estados Unidos.

“Nos pidieron información porque alguien nos había recomendado como uno de los mejores lugares del mundo para hospedarse”, recuerda Borit, que mandó a la revista yanqui todos los documentos que tenía a mano. Pasaron cinco meses y dos días antes de que saliera la edición especial de la publicación, lo contactó otro editor para felicitarlo: era uno de los 100 mejores lugares del mundo para hospedarse. “Fue un notición. No lo esperábamos”.

Tali Kimelman

Borit cree que llegaron tan lejos porque antes varias revistas —como la inglesa Wallpaper y otras— publicaron varias notas al respecto en Francia, Italia, Rusia, Alemania y países asiáticos. La renombrada Interior Design, en Estados Unidos, publicó un reportaje de 10 páginas sobre el lugar. 

Fue Mapa la que mandó el brief del proyecto al norte y conquistó a todos. “Fue el trabajo que más exposición nos dio. Creemos que fue porque tiene mucha identidad”, asegura Gobba. 

Borit apuesta a que Sacromonte seguirá creciendo. Piensa sumar ocho refugios más a los cuatro que ya tiene, además de una capilla enclavada en los cerros. 

El peruano dice que todo el año recibe turistas, todos extranjeros. En temporada alta el precio de un refugio para cuatro personas es de US$ 700 la noche y en la baja pueden alquilarse por US$ 450. Además, el establecimiento ofrece comidas típicas y paseos al aire libre para conocer el funcionamiento del viñedo. 

“Desde el punto de vista del negocio es probable que no valga la pena abrir en invierno, pero a mí no me gusta mirar esto solo como un negocio. Si hacés las cosas bien, el resultado económico va a llegar casi como un efecto secundario”, asegura Borit. Y agrega: “Esto tiene varios propósitos y ninguno de ellos es hacer dinero. Tiene que haber plata para pagar los salarios y para que podamos vivir de esto, pero acá nadie se va a enriquecer. Sacromonte para mí es una manera de vivir y disfrutar: lo que quiero es contagiar ese disfrute a cualquiera que venga”.

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