Twitter Ernesto Talvi

El sketch de Sanguinetti, los helados de Talvi, el baile de Alonso y el tobogán de Antía

Los candidatos se atreven a dejar de lado su cara más sobria pero está por verse si ese desenfado se traduce en votos ¿qué dicen los politólogos?

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15 de abril de 2019 a las 05:00

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La política uruguaya está cambiando y, para darse cuenta, no es necesario saber quién es Juan Sartori. Si bien el multimillonario devenido en precandidato presidencial parece encarnar casi todo lo que los uruguayos aspirantes a la presidencia no han sido -casado en la isla griega de Skorpio con una rusa rica como él, recién llegado al país después de años viviendo en el extranjero, sin aspiraciones gubernativas hasta hace unos pocos meses, desconocido por la inmensa mayoría de los votantes, entre otras cosas- hay cierto desenfado en sus procederes que –sin ser tan evidentes- parecen estar ganando a buena parte de sus ahora colegas.

Son pequeños gestos, a veces imperceptibles y otras más evidentes, en los que políticos de todos los colores revelan que están prontos para dejar de lado la sobriedad de antaño.

Allí está la nacionalista Verónica Alonso haciéndose filmar mientras mueve sus caderas al ritmo de una cumbia y de una batucada, baile que terminó en pareja con Sartori.

O podemos ver colgado en el Twitter del precandidato comunista Oscar Andrade la figura del obrero de la construcción contoneándose, de pantalón cortito en el Desfile de Llamadas, al paso de una comparsa.

Allí está el intendente blanco Enrique Antía, cabeza del grupo de los intendentes, tirándose por un tobogán para inaugurar las refacciones en el Parque el Jaguel de Maldonado, y el colorado Ernesto Talvi metiéndose en varias heladerías del interior del país dispuesto a degustar cremas hasta determinar cuál es el mejor helado, y cantando en el programa de Orlando Pettinatti aquello de “movete, movete, chiquita movete/, sacate, sacate esa timidez/, fijáte que estoy hecho un demonio/nadie me para esta vez…”

Hasta el dos veces presidente Julio Sanguinetti –al que es difícil ver sin corbata- se animó a participar de un pequeño sketch junto al humorista Diego Delgrossi y al dirigente Gustavo Osta para invitar a participar de un acto de campaña.

En tanto, Jorge Larrañaga se sacó una foto espalda con espalda con Andy Vila, conductora del programa Vamo’ Arriba de Canal 4, y sus militantes repitieron el gesto en las redes logrando ser tendencia en Twitter con el hashtag LarrañagaChallenge. Además, el fin de semana se mostró andando en monopatín.

En la pasada campaña electoral fue Luis Lacalle Pou el que intentó hacer una broma dirigida al entonces candidato frenteamplista Tabaré Vázquez. El líder blanco se colgó de una columna callejera, y arqueó su trabajado cuerpo de 40 años hasta dejarlo paralelo a la vereda. “Díganle a Vázquez que lo espero en esa bandera”, exclamó. Hasta el día de hoy se arrepiente de haberlo hecho.

Siga el baile

Pero, ¿está el electorado uruguayo abierto a aceptar, e incluso a festejar, bailes, bromas y otras informalidades de sus candidatos? ¿o los políticos que intentan escaparle a la solemnidad corren el riesgo de pasarse de coloridos? ¿qué rol juegan las redes sociales en este fenómeno?

Son pequeños gestos, a veces imperceptibles y otras más evidentes, en los que políticos de todos los colores revelan que están prontos para dejar de lado la sobriedad de antaño.

El politólogo Adolfo Garcé dijo a El Observador que todo depende de la eficacia o la credibilidad del candidato.

 “Todo lo que parezca artificial e impostado es contraproducente. Creo que lo que pide el electorado son políticos de verdad, auténticos y serios. No hay nada peor que la pose. La idea es acercar a la gente a la política, pero si lo que percibe la gente es algo artificial y falto de sinceridad, lo que se logra es que tome aún más distancia. Es mucho peor”, dijo Garcé.

Por su lado, Diego Luján, integrante del Instituto de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales, observó que en casi todo el mundo los políticos suelen solventar sus pasos, y diferenciarse, a través de un trípode formado por el programa de gobierno, el clientelismo más o menos desembozado, y la promoción de su imagen.

Luján consideró que en Uruguay el mecanismo clientelar no está del todo desarrollado y que la tercera pata que tiene que ver con los atributos personales –imagen, simpatía, carisma- le ha empezado a morder terreno a las propuestas programáticas.

 “Hoy parece que todos los políticos tienen que bailar. Seguramente eso sucede por la irrupción de la inmediatez de las redes en donde se necesita un mensaje bien simple, sin demasiada elaboración. Es mucho más barato, en todo sentido, colgar un video donde el candidato baila o donde canta, que subir el programa de 200 páginas que no lee nadie. Esa tendencia es creciente. Los políticos son seres super racionales y, si lo hacen, es porque algo consiguen. Si no pagara, no lo harían”, dijo el politólogo.

Luján precisó que los políticos suelen segmentar el electorado para no descuidar a las personas que valoran las propuestas de gobierno pero tampoco a aquellos que votan por cuestiones más superficiales.

“Si no se atiende a todo el electorado, se cae en el efecto Sartori. Sartori es un tipo que considera que todo el electorado es el mismo y por eso su señal es única. Una señal que en su caso prende mejor en el público más joven y de nivel sociocultural más bajo”, agregó Luján.

El profesional estimó que los políticos tienen una “canasta optima de mensajes que van segmentando en función de la audiencia que enfrentan en cada momento, y los van adaptando de acuerdo a los cambios tecnológicos y a los comportamientos de la sociedad”.

La política uruguaya está cambiando y, para darse cuenta, no es necesario saber quién es Juan Sartori.

En ese sentido, no es improbable que esos gestos menos acartonados hayan existido en el pasado pero hoy encuentren en las redes sociales una pantalla que los multiplica.

Lo primero

Por su lado, el director de la empresa Factum, Eduardo Botinelli, dijo que las personas en Uruguay suelen, mayormente, elegir a los partidos políticos por encima de las personas y, por tanto, la simpatía por un candidato es un paso secundario. “Después de que se elige partido, recién llega la identificación con las cualidades de los candidatos. Recién ahí empiezan a jugar estas actitudes que buscan acercar los políticos a la gente”, sostuvo.

“Es decir, la gente puede verse   seducida por ese candidato que muestra comportamientos parecidos a los suyos. Pero lo hace a posteriori, sin traicionar sus ideas. Primero se es liberal o estatista”, opinó.

En definitiva, no hay estudios que nos ofrezcan una respuesta más o menos científica acerca de qué siente un elector cuando ve a un político cruzar la frontera de sus propuestas para ingresar en terrenos resbaladizos.

Sí se sabe que la línea que separa lo sublime de lo ridículo es finísima y que aquello que a uno le da vergüenza ajena, otro lo encuentra simpático. Pero más allá de bailes y otros divertimentos, en política y en Uruguay, estos asuntos se siguen dilucidando a la manera clásica: cada cinco años, nos vemos en las urnas.

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