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Defazio-Knuppel: un sueño olímpico para el que necesitan US$ 100.000

En ocho meses defenderán a Uruguay en Tokio 2020; ahora buscan recursos para terminar de cerrar la preparación
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13 de diciembre de 2019 a las 05:02

“Hola, soy Dominque Knuppel, tengo 26 años y formo parte de la tripulación Defazio-Foglia-Knuppel clasificada a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 en la categoría Nacra 17 de vela”, dice con naturalidad y sin ensayo previo mirando fijamente al lente de la cámara, que registra el momento mediático de la tripulante.

“¿Quedó bien?”, pregunta. Enseguida, la camarógrafa aprueba su presentación.

Es uno de los últimos jueves del año de una calurosa mañana en el Puerto de Buceo. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 están a ocho meses, pero la preparación hace de ese tiempo un período tan escaso que les deja la sensación que no será suficiente para atender cada detalle que deben perfeccionar.

“Hola, soy Pablo Defazio, tengo 38 años…”, explica el timonel cuando llega su turno ante cámaras.

El Oveja está acostumbrado. Compitió en los Juegos Olímpicos de Río 2016 junto a su esposa Mariana Foglia, y registra un largo recorrido en la náutica, donde construyó una carrera exitosa.

La preparación del equipo que por estas horas se desarrolla en silencio, en julio del año próximo tendrá otra repercusión, la de un país que preguntará por estos uruguayos, que en un catamarán y en un reducido grupo de embarcaciones (20) buscará una histórica medalla olímpica.

Defazio no quiere hablar de aspiraciones para Tokio 2020. No se quiere encerrar en un número, ni poner los objetivos en un lugar que pueda resultar irreal. Desconoce el nivel de los rivales, aunque sabe que será difícil porque les duplican y triplican en presupuestos.  

De todas formas, se apura a adelantar que un décimo lugar será destacado para esta dupla que llegará al próximo año con cuatro años de trabajo y un crecimiento constante.

Un día en la vida de los olímpicos

La embarcación, que hasta hace unos minutos volaba en el agua y permitía a Pablo y Dominique seguir acumulando registros para perfeccionar los movimientos y mejorar el rendimiento, hace de escenografía para las fotos y los videos.

La vida de los olímpicos uruguayos (dos de los tres clasificados hasta ahora, la tercera es Dolores Moreira) queda expuesta ante los medios de comunicación que aceptan el desafío de dar visibilidad a un deporte que se pierde en la soledad del mar. 

Un equipo de camarógrafos de Referí sigue desde el agua, en un bote, los movimientos de la dupla que representará a Uruguay.

Esa mañana nada transcurre como el resto de los días en el Puerto de Buceo. Aunque todo se desarrolla bajo la misma rutina, las cámaras que registran cada movimiento, periodistas que le piden tal o cual pose, modifican la naturalidad de la actividad hasta que bajan el catamarán al agua.

Un entrenamiento abierto a la prensa permite descubrir los mínimos detalles del esfuerzo que implica coordinar los movimientos para conseguir que el viento dé a la embarcación la velocidad que les permite a las orzas generar la sustentación suficiente para levantar los cascos del agua y, literalmente, volar en el trazado establecido, en busca de la próxima boya, y de la llegada. 

“La clave del equipo es ir evolucionando como equipo, trabajar muchísimo en la comunicación. Hay roles para cada uno. Yo me encargo del trimado de las velas, Pablo de la toma de decisiones a bordo. La clave es sumar muchísimas horas en el agua para lograr funcionar como uno solo. Hablar lo menos posible de cómo haremos las cosas para hablar de la parte estratégica de las regatas”, explica Dominique sobre la forma en que funciona la dupla.

La vida de Pablo y Dominique suele transcurrir en el anonimato de los deportes que no tienen tribunas, que se desarrolla en medio del mar y en donde el orgullo y la ambición de cada uno es el motor que les impulsa cada día. Hasta que un día, los ojos de Referí son capaces de contar la historia del sacrificio y el esfuerzo.

Referí les propone que cada uno realice una pregunta a su compañero de equipo. Defazio rompe el fuego, y dispara: “Después de haber navegado cuatro años en el equipo, ¿pensabas que era tan difícil o cómo imaginabas lo que significaba clasificar a los Juegos Olímpicos?”.

Dominique responde con la misma soltura con que se mueve sobre el catamarán para ejecutar cada movimiento: “Cuando entré al equipo como suplente, los Juegos Olímpicos eran un objetivo súper lejano. No me daba cuenta lo que significaba. Más adelante, con el paso del tiempo, fui tomando decisiones, que fueron dejar de lado otras cosas para dedicarme 100% a la campaña. Eso fue lo más difícil. Cuando mirás para atrás te das cuenta la cantidad de decisiones que tomaste”.

La respuesta de la triuplante se extiende: “El momento en el que sentí más presión fue en el de la clasificación. Dejamos todo en Lima 2019. Aspirábamos a ganarle a Guatemala, Perú y Venezuela. Con eso teníamos la clasificación. Sin embargo, hasta no estar allí no te das cuenta de la magnitud del evento. Queda la sensación que uno sale al agua y siempre hace lo mismo, siempre da vuelta alrededor de las boyas, que todas son iguales salvo el cambio de algunas condiciones, hasta que llega ese momento en el que al otro día tenés que ir a buscar la clasificación, sabés que no tenés otra chance. Y pensás si estuvieron bien las decisiones que tomaste. Si debí dejar más cosas por el camino para dedicarme a esto. Entonces allí te cuestionás: ¿Trabajo un poco más para financiar la campaña? O me dedico un poco más al entrenamiento para obtener mejores resultados. Ahora, mirando para atrás, es más difícil de lo que imaginaba aquel primer día en el que dije: ‘Dale, me subo al equipo’”.

¿Cómo es la vida arriba de un catamarán? Cada uno tiene sus roles, explica Dominque y reafirma Defazio.

“El mejor navegante es el que se sabe adaptar a todas las condiciones. En un campeonato tenés siete días de regatas, y el objetivo será promediar para adaptarte a las condiciones de cada día”, puntualiza.

Luego, ella ingresa en los detalles técnicos. “Esta embaración es bastante exigente desde lo físico, es un Nacra 17, un catamarán rápido, que foilea, por la forma de su quilla y timones, apenas alcanza cierta velocidad el barco se despega del agua. Eso lo hace muy técnico. Cada día probamos los seteos del barco, del cuerpo, qué hacemos nosotros con las velas en esas condiciones y cuando regresamos anotamos en un block de notas las condiciones del día, del agua, si había olas, si estaba plano, qué seteos, cómo nos movemos en el barco. Eso servirá para lograr el seteo ideal para cada condición de carrera”.

Defazio viaja a los comienzos de la preparación, cuando con 23 años, Knuppel asumió la titularidad en la embarcación.

“Cuando empezamos con Dominque, mi rol era duro para ella y difícil para mí. En esa época no teníamos un entrenador que supiera del barco en Uruguay, porque siempre utilizábamos entrenadores del exterior. Al mismo tiempo de timonear y ocuparme de llevar el barco, debía entrenarla y enseñarle a navegar, cómo pararse, cómo moverse. Era muy desgastante para mí y muy exigente para ella. Era el reemplazo de Mariana, que había hecho una campaña olímpica y unos Juegos. Para Dominique era difícil. Sin embargo, el camino se fue dando, pulimos cosas, tuvimos un entrenador acá y ahora estamos empujando los dos a la par. Los dos queremos que el barco vaya a fondo”, dice, y reflexiona: “Ahora cambió el rol. Sabe lo que debe hacer. Yo también. Buscamos la forma para lograr lo mejor y qué hacer para que navegue más rápido”.

Defazio se define como “rezongón” arriba del barco. “Soy muy exigente con los detalles. A veces me paso para el otro lado. En las regatas soy más liviano y no estoy tan pendiente de los detalles que está haciendo Domi. En los entrenamientos soy insoportable”, concluye.
Dominique vive arriba de los barcos. Entrenan de lunes a viernes de 8.30 a 10.30. Generalmente navegan. En ocasiones, cuando por las condiciones climáticas no pueden salir, trabajan en el gimnasio.

Ella es la extensión de su padre en el agua. “Mi padre siempre nos transmitió la pasión por navegar, pero fue mi madre la que me trajo a la escuela de vela con seis años. Mi padre no quería que empezara tan temprano para no aburrirme”, explica.

Es la hija de Bernie, olímpico en 1984 y 1988.

El día que sintieron miedo

Hace dos años en Punta del Este estaban motivados por alcanzar el máximo de velocidad arriba del catamarán. “Queríamos sentir la adrenalina pura”, dice Dominique. Hasta que el placer de la velocidad se transformó en miedo. “Navegábamos dentro de la bahía, un día de virazón, estaba plano. Nos dijimos: ‘Vamos a alcanzar la velocidad máxima?’. ‘¡Vamos!’. Seteamos las velas, empezamos a acelerar, acelerar, acelerar, nos miramos y dijimos vamos a bajar esto porque nos la pegamos. Llegamos a 52 kilómetros. Me dio un poco de miedo. Te asustás cuando el barco alcanza esas velocidades”, dice ella. Él asegura no temer a nada cuando está arriba de la embarcación. “Sentís que te vas a matar. No sabés cuándo. No sabés si va a pasar una ola y vas a volar. La sensación arriba del barco es de descontrol. 

Ella tuvo miedo, me acuerdo, que dijo pará, y paramos. Yo no le tengo miedo a la velocidad. Soy un poco inconsciente a veces, a pesar de los golpes, pero no siento miedo en el barco”, resume.

Faltan ocho meses para los Juegos Olímpicos. El plan que tienen lo presentaron al Comité Olímpico Uruguayo y al Yacht Club Uruguayo. Esperan respuestas sobre apoyos. Necesitan US$ 100.000 para financiar la preparación desde enero, dice Defazio, y están en cero.

Pretenden trasladar la embarcación a Tokio a fines de febrero. “Eso lleva dos meses, porque va en un contenedor. La mayoría de sus rivales ya tienen la suya en Japón. En nuestro caso no tendremos la embarcación para entrenar, así que alquilaremos una en Europa”, dicen.

La hoja de ruta, si consiguen los recursos, tiene previsto que en marzo viajen a Europa a competir durante dos meses en el inicio de la temporada europea. Entre mayo y julio entrenarán en Japón. Los Juegos comienzan el 24 de julio.

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