The New York Times

El Torero de la Torá: la historia del matador judío y gay que ahora es un símbolo LGBT

Sidney Franklin fue además el primer estadounidense en convertirse en matador en el circuito español

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06 de julio de 2019 a las 14:07

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Por Corey Kilgannon, New York Times News Service

En los famosos ruedos de las plazas de toros de España, Sidney Franklin era conocido como el Torero de la Torá. Franklin, quien falleció en 1976 a los 72 años, fue el primer judío estadounidense en alcanzar el selecto estatus de matador en los círculos españoles de la tauromaquia. 

Franklin era gay. Entre quienes lo conocieron su identidad sexual era un secreto a voces, pero nunca fue divulgada públicamente.

Aunque su carrera (que inició en la década de 1920 y terminó en la de 1950) antecedió al movimiento moderno por los derechos de las personas homosexuales, es probable que se hubiera regocijado ante la posibilidad de formar parte de la Marcha del Orgullo Gay del mes pasado que, en el 50 aniversario de los disturbios del Stonewall Inn en Nueva York (28 de junio de 1969), podría ser la más grande de la historia.

“Nació mucho antes de todo el movimiento, pero si hoy estuviera vivo, estaría en la marcha y nos mostraría el camino”, comentó su sobrina DorisAnn Markowitz, de 78 años.

Fue amigo de gente famosa como el escritor Ernest Hemingway y el actor Douglas Fairbanks, y actuó o fue asesor en películas hollywoodenses, incluyendo la comedia de 1932 Torero a la fuerza.

Su orientación sexual se ha dado a conocer gracias al material biográfico publicado en años recientes. 

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Aunque el Mes del Orgullo LGBT celebra los avances que han logrado las personas de esa comunidad para poder llevar una vida abiertamente homosexual, los tabúes sociales durante la vida de Franklin presionaron a otros hombres que no habían salido del clóset a asumir las características de una vida heterosexual, tal vez casándose con una mujer para encubrir la verdad, algo que Franklin no hizo.

La naturaleza viril de la tauromaquia ayudó a que Franklin pudiera ocultar su orientación sexual, aunque le permitía satisfacer su pasión por la extravagancia y la pompa, afirmó Rachel Miller, una archivista de los objetos de Franklin que trabaja en el Centro de Historia Judía en Manhattan. 

“La tauromaquia le dio un escenario donde podía desempeñarse con mucha elegancia y estilo, sin salir del clóset”, dijo. Franklin amaba los tradicionales trajes de luces. “Sus atuendos de matador son más elegantes y costosos que los de cualquier otro matador”, escribió Lillian Ross en una semblanza que hizo de Franklin en 1949 para la revista The New Yorker.

Dicho en otros términos, “como torero, podías ser un macho ataviado de brocado dorado”, aseguró Bart Paul, autor de una biografía sobre Franklin titulada Double-Edged Sword.

No obstante, en ocasiones el gusto de Franklin superaba el límite de las normas de la tauromaquia, como cuando el traje rosa que ordenó fue objeto de burlas en el ruedo, narró Miller, quien clasificó una colección de objetos de Franklin para la Sociedad Histórica Judía Estadounidense.

Incluso después de retirarse de los ruedos en 1959, Franklin a menudo viajaba con veinte trajes de lentejuelas bordados a mano en baúles, dijo Markowitz, y agregó que su tío se sentía atraído hacia un estilo de toreo muy melodramático. “El arte del capote y el control corporal eran como una danza”, dijo Markowitz, a quien Franklin adoraba. 

Franklin nació en 1903 con el nombre de Sidney Frumkin, y creció en Park Slope, Brooklyn, como uno de los diez hijos de una pareja de judíos ortodoxos nacidos en Rusia.

En la escuela, prefería las artes visuales y la actuación y adoptó el apellido Franklin para ocultar sus representaciones teatrales a su padre, un hombre de nariz grande que a finales del siglo XIX se convirtió en uno de los primeros judíos en ser oficial de policía en la ciudad de Nueva York.

“Su padre trató de acabar a golpes con el artista que había en él”, dijo. “Acostumbraba llamarlo ‘Nancy’, un nombre que se usaba para designar a una persona gay o rara”. 

Franklin abandonó su hogar a los 19 años y se trasladó a Ciudad de México, donde había una escena artística y cosmopolita que ofrecía un entorno más permisivo lejos de su padre, narró Bart Paul.

Ahí, Franklin comenzó a producir carteles promocionales para corridas de toros, y al inicio sintió repulsión por la crueldad animal, a pesar de que le fascinaba el papel del matador en el centro de un magnífico espectáculo, dijo Markowitz. 

Después, cuando un mexicano le dijo que los estadounidenses carecían del valor para convertirse en toreros, se avivó su deseo de convertirse en uno. “El típico arrojo de Brooklyn se apoderó de mi tío”, y comenzó a prepararse en serio, afirmó Markowitz.

Hizo su debut en Ciudad de México en 1923 y salió del ruedo en hombros después de matar a un toro de forma impresionante.

La aceptación del público y los aficionados al toreo contribuyó a sanar las heridas emocionales de su juventud, narró Markowitz.

“Amó cada minuto de validación porque jamás la obtuvo de su padre”, dijo su sobrina. 

También le encantaba la adoración del público, las alabanzas que le decían: “Todos los sexos se lanzan hacia ti”, afirma Bart Paul.

De piel clara y cabello rojizo, a Franklin le gustaba ser el centro de atención. A pesar de su gracia en el ruedo, mantuvo su acento de Brooklyn pero, según su sobrina, también podía hablar yidis y varios dialectos del español a la perfección.

La tauromaquia estaba en su apogeo en España cuando Franklin llegó en 1929 y los mejores toreros, como él, eran reverenciados con devoción. Ahí fue donde conoció a Hemingway y se hicieron buenos amigos y compañeros de viaje.

En su aclamado libro de no ficción Muerte en la tarde, acerca de las corridas de toros, Hemingway describe a Franklin como un ser “valiente con un valor frío, sereno e inteligente” y “uno de los manipuladores del capote con más gracia, habilidad y suavidad hoy en día”.

Markowitz dijo que a algunas personas les parecía extraño que, antes de ingresar al ruedo en España, las monjas católicas rezaban por su tío, un torero gay y judío de Brooklyn. “Quizá la gente pensaba: ‘Pero usted es judío’”, dijo Markowitz. “Sin embargo, él solía decir: ‘Sí, pero los toros son católicos’”. 
 

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