Toreo de cuatro caminos, México DF, 1995

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El instante inmenso

Nació para documentar la realidad pero en manos de un artista, la fotografía es capaz de explorar otras profundidades
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07 de junio de 2015 a las 05:00
Es una plaza de toros abarrotada. Desde lo profundo de la tribuna parece que se ve a cada uno de los 50 mil espectadores, que parecen cien mil. Hay acción por todas partes pero solo dos protagonistas. Uno es un vendedor de alguna clase de refresco, en vasitos de plástico. Tiene una bandeja llena. No, tiene una bandeja casi llena. Falta uno.

Es una foto de Gabriel García Martínez, un tipo que tiene ojo para esto. En la esquina inferior izquierda del cuadro está el vaso que falta, agarrado por una mano que está a punto de sacarlo de la foto pero se quedará ahí para siempre, en blanco y negro, colgado de una pared del living de mi casa.

La plaza ya no existe. Era el toreo de Cuatro Caminos, en México, pero fue demolido. La foto fue sacada a fines del siglo pasado, desde la tribuna de la sombra, una tarde eterna. En la esquina inferior derecha se luce un gran sombrero blanco, uno de miles en las gradas.

La otra protagonista es una mujer con un buzo a rayas blancas y negras que casi mira a cámara y empieza a ensayar un gesto con la mano, un gesto de una delicadeza muy deliberada, que no llega a culminar.

Borges definía al hecho estético como la inminencia de una revelación, que no se produce. Yo me sorprendo interrogando a esa foto, una y otra vez. Busco esa respuesta cada día, con una esperanza que no decae.

Cosa rara, la fotografía. El autor se comporta como un cazador, más que como un artista. La realidad cae en esa trampa sutil que arma, hasta que dispara y entonces lo efímero permanece y se puebla de significados.

Tengo la suerte de contar con la amistad de algunos de estos especímenes, García incluido. En El Observador convivieron, en una época dorada, buena parte de los mejores fotógrafos de Uruguay. A mí me gustaba andar cerca; me parecía que tenían un poder de síntesis milagroso.

Una vez salí a hacer una nota con García y, de vuelta al diario, me hizo un comentario que me pareció tan oportuno que decidí usarlo para titular. Pronto quedó estipulado que cuando trabajáramos juntos, yo escribiría el texto y a él le correspondería la foto y el título.

Pero lo que más me atrae del universo de esa gente es que son artistas. Documentan la realidad con una mirada personal que solo se puede entender en el terreno de la estética. Es algo que cuando un periodista lo intenta en el texto, suele obtener resultados deplorables, salvo rarísimas excepciones. A la foto, en cambio, se le exige esa magia: que diga pero también que sugiera y que interrogue.

Otra cosa extraña que tiene la fotografía es que no hay original. El resultado final es una de tantas copias. Mauricio Skrycky una vez me regaló la foto de un primer plano de un caballo blanco, de esos que se hamacaban un par de minutos después de poner una moneda en la ranura. La cara del equino tenía una dignidad y una tristeza devastadoras.

Poco después vi una copia gigante de esa misma foto en una exposición del autor. Lo sentí como una traición. Ni siquiera me había pedido permiso. El tipo me tuvo que explicar con mucha paciencia que me había regalado una copia. Finalmente lo entendí.

Luis Alonso quiso resolver el entuerto mediante un truco sencillo. Me regaló una foto de un paisaje nocturno de 18 de Julio y le puso "1 de 10" al lado de la firma. Sin embargo, tiene mi permiso para hacer todas las copias que estime pertinentes. Me conformo con que no le ponga "1 de 10" a ninguna otra.

Como periodista, siempre me sentí muy a gusto escribiendo debajo de una buena foto. Tal vez éste sea el ejemplo extremo de ese placer.

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