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2 de julio 2019 - 5:00hs

Dos frases acompañan al lector desde su infancia: “podemos alimentar al mundo” y “hay que exportar valor agregado”. Ambas ciertas. Un sueño jaqueado por dos enemigos: el agro norteamericano y el europeo, en especial el francés, el español y el italiano. Subsidios y restricciones de importación fueron armas de esa eterna guerra perdida.

La Ronda Uruguay de 1986 del entonces GATT, la de Doha y posteriores, cimentaron la globalización, pero dejaron al agro fuera del juego. El Mercosur aceptó con resignación ser paria y de paso redujo la alianza regional a un sistema de fabricación-importación de autos carísimos o a la lluvia de ensambladoras ficticias. Proteccionismo cepaliano reductor de cabezas y bienestar. 

¿Qué cambió? Es cierto que la empatía de Mauricio Macri con los líderes mundiales saltó por encima de las barreras diplomáticas, consiguió apoyos a los máximos niveles y embanderó a un inicialmente tibio Jair Bolsonaro que hubiera preferido un tratado con Estados Unidos y logró que suavizara su loca idea de abandonar el tratado climático de París, imitando a otro desaforado, Donald Trump. 

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Pero los motores de la inflexión fueron otros. El brexit dejó a la UE con un bache de comercio relevante, una pérdida de masa de negociación crucial y un deterioro en su peso geopolítico. Paralelamente, el proteccionismo de Trump crea vacíos que llenará China y la UE necesita competir con un crecimiento de su comercio si quiere poder negociar con la futura primera potencia económica. Eso mismo ha movido a Apple a llevar su producción de Mac Pro al país asiático. Un simétrico a la queja de las empresas americanas por la veda a Huawei. 

En aspectos más prosaicos, la comunidad ya estaba bajando los subsidios de 2020 al agro de su plan PAC, lo que le acarrea protestas muy parecidas a las que se oyen localmente cada vez que se habla de libertad de comercio. La UE tiene un gasto de dos veces el PIB uruguayo nada más que a esos fines y lo intenta reducir. Este acuerdo marcha en esa dirección. 

En rigor hay una gran diferencia entre los subsidios al campo en Europa, sus recargos y reglas, y el proteccionismo del Mercosur. Los europeos protegen a los actores pequeños de su economía. El Mercosur protege a un grupo de empresas que obtienen sus ganancias de la obsolescencia y los precios exorbitantes que se les garantiza. Esas industrias tratan de justificar sus prebendas alegando su contribución al empleo, lo que simplemente no es cierto. Véanse las cifras macro y micro. 

La columna defiende permanentemente el libre comercio, no abundará ahora sobre sus evidentes beneficios, constatables analizando los resultados del último medio siglo. Una ventaja colateral del tratado es que hace estallar en pedazos la dialéctica. Quienes sostenían que había que eliminar la regla 32/00 y salir a negociar acuerdos uruguayos con el mundo, ahora descubrirán que eso es imposible sin bajar el gasto estatal y los costos laborales, y aumentar la productividad. Quienes querían irse del Mercosur con igual propósito descubrirán que sin la alianza regional Uruguay es una hoja al viento tratando de lograr que le permitan vender, a menos que -vaya novedad- baje sus impuestos y sus costos. 

Quienes sostenían que no había progreso porque la UE no dejaba vender carne, cereales y oleaginosas, ahora dicen que “se nos condena a vender solo carne, cereales y oleaginosas”. Una mentira conceptual, además, que rebaten los resultados estadísticos. 

Lo que lleva al tema de fondo. Uruguay, Argentina y Brasil están ante el mismo escenario: se ha anunciado apenas la apertura de una ventana, cada uno decidirá lo que quiere ver a través de ella. Si se sigue con el discurso del proteccionismo empresario y laboral, la ventana tendrá siempre los postigos cerrados, con lo que habrá sido inútil. Brasil va a intentar aprovechar la oportunidad, como siempre lo ha hecho. Ha empezado los cambios aún antes de su nuevo gobierno. Paraguay es inteligente y piensa en iguales términos desde antes. Bolivia, un miembro en ciernes, es astuto, además, y por eso lo aplaude. 

Los dos rioplatenses son diferentes. Raro mérito. Uno está preso de su proteccionismo industrial que paga campañas a legisladores, políticos y medios de comunicación, que harán oír su voz en defensa de las supuestas fuentes de trabajo que están muriendo de todos modos en la tristeza del estatismo gastador y dirá que 15 años (más 70 que ya llevan) no alcanzan para adaptarse.  El otro, de un seudosocialismo melancólico y miedoso que cree que la solución es encerrarse en un caparazón y recurrir al estado recaudador para compensar la crueldad del mundo externo. Ambos le cobran su discurso al consumidor y al contribuyente. 

Uruguay adiciona el peligro del accionar -confeso en el paro de hace dos martes- del PIT-CNT,  que está dispuesto a no aceptar las decisiones de los legisladores y autoridades que elija la ciudadanía, y luchar contra ellas. ¿Logrará empujar a todos al abismo?

Empero, avanzar en el tratado y aún llegar a una alianza Mercosur-Chile-Bolivia con estos criterios de apertura, no luce imposible y cambiaría para bien la suerte de la sociedad de todo el sur del continente. ¿Sería inteligente quedarse afuera? 

Faltan años, porque también los europeos tienen su circo de quejas, lobbies, conveniencias políticas, recargos y reglas aduaneras. Y porque ya no estará Merkel para obligar a todos a pensar como estadistas. El término oportunidad se oirá muchas veces, el de libertad también. Dos palabras que meten miedo a muchos. 

Histórico. Es la palabra más escuchada. Error. Histórico será cuando se hagan los cambios que sacan del atraso, la pobreza y la mediocridad. Esa debería ser la política de estado regional. 

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