AFP

El Uruguay embretado

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20 de julio de 2020 a las 05:01

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A inicios del presente mes, una ola de inquietantes rumores surgió en el ambiente periodístico argentino. Producto de una causa judicial por asociación ilícita, vinculada a casos de espionaje durante el gobierno de Mauricio Macri, periodistas de conocida identificación por parte del kirchnerismo como sus enemigos naturales, habrían de ser detenidos, acusados de complicidad en dicha operación. Entre ellos, se mencionaban a Luis Majul y a Nicolás Wiñazki, ambos profesionales de referencia en materia de análisis político.

Esta maniobra política con servidumbre judicial, se inscribía dentro de una guerra aun mayor, que lleva adelante la propia vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner, en contra de todo obstáculo institucional existente en su avance hegemónico. El reconocido periodista Jorge Lanata hablaba de una ofensiva proveniente del “tribunal de la venganza”, mientras que el propio diario Clarín, buque insignia del periodismo combativo en contra del kirchnerismo, titulaba el pasado dos de julio, “Ofensiva K contra la Justicia y la prensa. Espionaje ilegal: crece la preocupación por la eventual detención de periodistas”.

Esta situación no es un hecho aislado ni un episodio más en la saga del derrumbe republicano de la Argentina, llevado adelante por su auténtica líder, investida ahora de un cargo que la blinda relativamente de todo asedio judicial, de las varias causas abiertas en su contra por enriquecimiento ilícito, entre otras acusaciones y sospechas. Asistimos a lo que ese titular de Clarín resume en una dramática síntesis: la destrucción sistemática de los dos poderes que yacen aun –el judicial con cada vez más intermitencias de su agonía como pilar democrático-  y el de un periodismo valiente y objetivo, que nuclea a un grupo de voceros que aún se animan a aferrase a la verdad y a los fundamentos de una genuina democracia, en el ejercicio de la libertad de expresión.

Inserta en el gran contexto de la pandemia, lo que en estos tiempos presentes está realmente en juego en Argentina es nada más ni nada menos que su futura existencia como Estado republicano y democrático, junto a su viabilidad económica, dentro del marco del capitalismo liberal, esa variedad del sistema que bien puede convivir con la democracia en una virtuosa dinámica.

Los asedios a la propiedad privada –la fallida expropiación de Vicentin fue quizás una primera prueba abierta al público- y sobre las libertades individuales, son ya abiertamente manifiestos. Es un ejercicio inútil creer que la cuarentena policial aplicada en la provincia de Buenos Aires y en la llamada “área metropolitana”, se viene aplicando y extendiendo con renovaciones sistemáticas y arbitrarias, en base a argumentos sanitarios supuestamente fundados.

Los resultados del implacable avance del coronavirus en esa zona descalifican la versión oficial y muestran la intencionalidad de fondo: prorrogar hasta el límite posible el inevitable estallido de esa caldera, en la que se viene recalentando un explosivo combustible, formado por un colapso económico sin precedentes y por la consecuente reacción de una sociedad que pasará quizás del temor a la crispación y finalmente a la calle. La sinopsis de una manifestación social del descontento fue la versión civilizada que se vio el pasado nueve de julio, con el llamado “banderazo”. Las siguientes, quizás, no muestren ese comportamiento templado.                      

Cuando se habla de una caída a la pobreza de cerca del 50% de la población de un país, la desesperación nubla a la cautela, neutraliza al miedo y enciende la ira. Pero también, es un sello característico del populismo más extremo, hacia el que parece navegar el binomio de Alberto y Cristina, ésta convertida cada vez más en la titiritera del presidente. Esta clase de populismo se alimenta de esa desesperación, la administra desde el poder de un Estado cautivo, actuando como la palma de la única mano que se extiende cual socorro alimentario, cuando todo el entramado económico de un país ha quedado en ruinas. Lo vemos a diario, en la trágica saga venezolana.

Fue dentro de este contexto, en el que dos periodistas de fuste, Alfredo Leuco y Marcelo Longobardi -ambos pertenecientes a medios del Grupo Clarín- entrevistaron en menos de veinticuatro horas al presidente Lacalle Pou. Es necesario decantar en el tiempo y de las primeras apreciaciones, los actos y efectos políticos detrás de estas entrevistas al presidente por parte de medios opositores al gobierno “Fernández-Kirchner”.

Dos aspectos de ambas entrevistas trataron acerca de temas altamente sensibles en materia de política interna argentina y de la regional. El primero, se vinculó al manejo de la cuarentena, destacando el abierto contraste entre las aplicaciones de Argentina en Buenos Aires y del Uruguay. Apenas terminada la entrevista de Leuco, el portal de Todo Noticias publicaba como titular parte del argumento de Lacalle Pou en la defensa del criterio aplicado. El manejo de las cuarentenas se destacó como parte medular de la entrevista. En ese peligroso contraste, el tiro por elevación hacia el gobierno argentino fue más que notorio. ¿Un ejemplo del uso político de una entrevista, totalmente ajeno a la genuina intención del presidente uruguayo en su argumentación? En el contexto de una guerra abierta, las suspicacias son más que razonables.

El segundo asunto refiere al vínculo con Argentina dentro del Mercosur, ese elefante agónico y cada vez más molesto en su condición de entelequia ideológica, apremiado por las duras realidades políticas y económicas de sus dos principales integrantes. Es en el fangoso terreno de la política interna argentina y en el destino de tragedia que le espera a su economía, en el que este fallido intento de unión económica comienza a hundirse definitivamente.                                        

Cabe preguntarse, que ocurrirá, con aquellos burócratas europeos, quienes, desde la lejana Bruselas, persiguen sellar un acuerdo comercial con un bloque atravesando un deterioro casi terminal, -que ya no es sólo económico sino institucional,- cuando la realidad de la crisis económica impacte con su ciega fiereza a la región y el declive democrático argentino se acelere.

Esa contingencia brutal impone sus interrogantes. ¿Qué reservas de probidad yacen en una Argentina gobernada en parte por una asociación para delinquir, como busca demostrarlo el remanente de una justicia independiente? ¿Es conveniente para el Uruguay el persistir en la porfía de una membrecía caduca por el imperio de la realidad, con socios de tales condiciones impresentables?

Si hay una oportunidad histórica que la pandemia le ha puesto sobre el escritorio al presidente Lacalle Pou, esta es, la de finalmente despegar al Uruguay del brete de un Estado fallido como es el argentino y de un Brasil sumido en el desgobierno de un populista desorientado.

Grandes transformaciones vienen procesándose velozmente en la economía global. Hay allí una ventana de oportunidades para un pequeño país que aún conserva un rasgo cada vez más anómalo en la región y en el mundo: el de una república democrática, estable y hasta ahora predecible y transparente. Es más que un buen capital para salir de una zona llena de trampas y amenazas y no dejarnos limitar por las geografías, un concepto que el complejo mundo del siglo XXI ya no distingue ni considera.

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