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12 de julio de 2020 a las 05:00

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No parece un título muy original ni muy vendedor. Pero es enteramente imprescindible en estos tiempos en los que la libertad de expresión y hasta la de pensamiento vienen siendo implacablemente coartadas por la doctrina de lo “políticamente correcto”, que se ha adueñado del pensamiento único en materia de raza, género, política migratoria, modelo de familia y otros múltiples temas. Quien no comparta la “verdad oficial” del pensamiento único - que se expresa desde cátedras universitarias hasta redes sociales donde determinados lobbys dictan la voz cantante, no tiene derecho a disentir ni a expresar su opinión diferente. Si lo hace, será arrastrado a la hoguera de esas redes sociales, donde gente sin conocimiento cabal de los temas ni lectura a fondo de los argumentos, echará mil improperios sobre quien se animó a discrepar.

Esto se está dando muy especialmente en los Estados Unidos a raíz de las protestas generadas por la ignominiosa muerte de George Floyd. Quien haya visto el video de 8 minutos en los que Floyd yace en el suelo y el policía Dereck Chauvin le aprieta el cuello con su rodilla cuando no había ningún riesgo para la policía o los ciudadanos ni de fuga, debe sentir verdadera repulsión por el hecho. Más si escucha lo que Chauvin le dice a Floyd cuando este se queja de que no puede respirar. “Entonces deja de hablar, deja de gritar. Se necesita mucho oxígeno para hablar”.

A raíz de ese hecho, inmediatamente se encendieron enorme cantidad de protestas en todo el país. Y, junto a las protestas, el aprovechamiento de algunos para saquear y robar en diversas ciudades, especialmente en Nueva York y Washington. Protestas más que justificadas, saqueos fuera de lugar pero incontrolables en ese período en el cual la actitud del presidente Trump ayudó a calentar más los ánimos.

Pero una cosa es la protesta, legítima en sí misma, para que cambie el procedimiento policial que favorece a los uniformados y se ejerce por igual con blancos, afrodescendientes e individuos de otras razas, y otra es incendiar la pradera.

En materia de procedimientos policiales parece que hay mucho para mejorar, sin que sufran ciudadanos inocentes. En efecto, si miramos la base de datos Fatal Force del Washington Post, que lleva cuenta de todos los muertos en encuentros con la policía en Estados Unidos, desde 2015 hasta ahora, los distintos cuerpos de policía han matado por disparos o de otro modo a 5.442 personas. De ellas, 905 fueron hispanas, 1.299 negras y 2.486 blancas. Otras 752 están clasificadas como “otros” o no se sabe. Como se ve, aunque mueren violentamente gente de todas las razas, los afrodescendientes llevan la peor parte en proporción a la población total.

Pero también es grave cómo se ha incendiado la pradera con manifestaciones contra los primeros presidentes entre los que se cuentan George Washington y Thomas Jefferson, autor de la Declaratoria de la Independencia, o ataques a monumentos de generales de la Confederación en la Guerra de Secesión. O la presión para que renunciara James Bennet, el director de la sección Opinión del New York Times, por permitir que se publicara un artículo del senador republicano Tom Cotton en el que apoyaba el empleo de tropas militares para hacer frente a las protestas. Y Bennet fue quemado en la hoguera de las redes incluso por algunos periodistas del diario neoyorquino. Y ni la dirección del propio diario salió en su defensa. Porque lo que publicó el New York Times no es un panfleto anónimo sino un artículo escrito por un senador de los Estados Unidos que tiene, al igual que los demás ciudadanos, derecho a la libertad de expresión, y que obviamente la ejerce en el Congreso y en sus actividades. Y opinión que según una encuesta de la cadena ABC NEWS es respaldada por el 52% de la población, seguramente atemorizada por las protestas que, en un momento, se extendían sin parar. Un argumento que ayudó para que fuera despedido es que reconoció que no leyó el texto antes de ser publicado.

Pero sea como sea, ¿en base a qué se le iba a prohibir al senador Cotton dar su opinión si el mismo la puede decir ante cámaras de televisión que lo entrevistan? ¿O hay que dejar de entrevistarlo porque sostiene que es preciso enviar las fuerzas armadas a reestablecer el orden? Recomiendo a esos efectos la lectura de un artículo de Antonio Caño, publicado en El País de Madrid, diario del que fue director entre 2015 y 2018, y que se titula “En defensa del periodismo”. Caño sostiene que “Bennet cayó porque ni sus compañeros ni la empresa tuvieron el valor de resistirse a las hordas que imponen su causa, por justa que sea, sobre la libertad de expresión, por equivocadas que sean las ideas que se expresa”.

En todo caso es preciso quebrar una lanza por la defensa de la libertad de opinión y expresión. Voltaire decía que aunque no compartiera las ideas de su adversario ocasional, daría su vida para que pudiera expresarlas libremente. Sería bueno prestarle atención antes que nos arrastre la corriente de una verdad única y se lleve consigo la diversidad de opinión.

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