LUDOVIC MARIN / AFP

Fatiga de coronavirus

Recaídas en Europa auguran más padecimientos para América Latina

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31 de octubre de 2020 a las 05:00

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A fines de octubre, avanzada la primavera, Uruguay promedia unos 50 nuevos casos de coronavirus cada día. Aún mantiene su sitial de privilegio: es un punto entre verde y amarillo en una región en la que predomina el rojo. Pero una idea funesta aparece cada vez más clara. La afectación por la pandemia va para largo y será más costosa de lo previsto: en lo sanitario, en lo económico y en lo social.

La economía de Uruguay tocó fondo en mayo y se recupera claramente desde entonces. Pero el cierre al turismo extranjero, que significará unos 2,5 millones de visitantes menos, y la flaqueza de la demanda internacional por las exportaciones uruguayas, que cayeron 16% en nueve meses, dicen que el techo es bajo.

La situación sanitaria de Europa occidental, que anticipa lo que ocurrirá en América del Sur seis meses más tarde, se ha vuelto deprimente. En otoño la pandemia regresó con una fuerza inusitada, al igual que en ciertas regiones de Estados Unidos.

Los gobiernos de Alemania, Francia e Italia, entre otros, optaron por un regreso parcial al confinamiento, al modo de lo que hicieron en marzo y abril, con cierre de restaurantes y sitios de ocio, aunque no de aulas y talleres. El objetivo es reducir los contagios masivos y aliviar a los sistemas de salud.

“El virus circula en Francia a una velocidad que ni siquiera los pronósticos más pesimistas habían previsto”, justificó el miércoles el presidente Emmanuel Macron.

El país, con 67 millones de pobladores, ya ha sufrido 36.000 víctimas mortales por covid-19. “Si no actuamos ahora, Francia corre el riesgo de sufrir por lo menos 400.000 muertes más”, advirtió Macron.

Las grandes ciudades francesas están bajo toque de queda, pero fábricas y servicios públicos continuarán funcionando. “La economía no debe detenerse ni hundirse”, dijo el presidente. Cada mes de confinamiento le cuesta al país entre 2 y 2,5 puntos del PBI, según estimaciones oficiales, lo que profundiza las privaciones.

Otros Estados, como el Reino Unido o España, optan por aislar las regiones más afectadas y restringir la movilidad entre ellas. El Reino Unido, con 66,5 millones de pobladores, ya sufrió 46.000 muertos por covid-19. Los casos de coronavirus se duplican ahora en Inglaterra cada nueve días. España, con 47 millones de habitantes, padeció 36.000 fallecimientos.

El descenso del PBI español fue el peor de Occidente, el desempleo roza el 17% (sin contar a las personas subempleadas o en seguro de paro) y la coalición de izquierda gobernante, que encabeza el socialista Pedro Sánchez, se desgasta por los fracasos.  

A principios de esta semana las bolsas de Europa y Estados Unidos sufrieron graves caídas, después de una persistente recuperación a partir de abril. Las ventas masivas de acciones reflejan el miedo de los ahorristas e inversores por el recrudecimiento de la pandemia (y la zozobra electoral en Estados Unidos, una nación radicalizada).

Sin embargo Wall Street resucitó el jueves, después que se conociera la fortísima recuperación de la economía de Estados Unidos en el trimestre julio-septiembre (33,1%).

Brasil y Argentina, los vecinos de Uruguay, están entre los 12 países del mundo más afectados. El covid-19 es allí la primera o segunda causa de muerte. Argentina, con 45 millones de habitantes, ha tenido 30.000 fallecimientos; y Brasil, con 210 millones de pobladores, casi 160.000.

La economía de Argentina está básicamente estancada desde hace más de una década. La producción cae desde 2018, al igual que el empleo y los ingresos, y la fuga de capitales es imparable. Alrededor del 40% de la población vive en la pobreza. El país parece en vísperas de grandes sobresaltos cambiarios y eventuales estallidos callejeros.

“Tenemos un problema básicamente con Argentina”, comentó Isaac Alfie, director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), en una comisión del Senado uruguayo.

“Claramente, nuestra opción, en principio, es no pegarnos a Argentina porque nos llevaría a la inestabilidad”, según consignó El País el jueves.

Brasil está mejor pero no demasiado. La economía anda a tientas, el desempleo supera el 13% y el real es una de las monedas que más se depreciaron en 2020. La debacle provocada por la pandemia empeoró la grave situación fiscal que el país sufre desde 2014. La deuda pública pasará del 75% del PBI el año pasado a casi 100% a fines de éste.  Los inversores están deshaciéndose de la moneda de Brasil, de las acciones de empresas y de los bonos de deuda pública.

Puede que Brasil no consiga refinanciar la deuda pública en los próximos años si no lleva a cabo reformas de ajuste fiscal, según advirtió el gobierno en un documento publicado el martes.

“La ola de gastos de estímulo del presidente Jair Bolsonaro ganó elogios en todas partes por salvar a los brasileños de lo peor del dolor económico de la pandemia”, señaló el martes la agencia Bloomberg. “Pero ahora, a medida que pasa lo peor de la crisis de salud, aumenta la ansiedad en los círculos financieros sobre cómo va a pagarla”.

“Brasil en una especie de estudio de caso económico de Covid-19: ¿Puede una nación en desarrollo de nivel medio emular la respuesta fiscal y monetaria de los países más solventes del mundo y salirse con la suya? ¿O se hundirá en una crisis financiera?”, preguntó la nota de Bloomberg.

La situación general de Brasil puede producir una elección presidencial en 2022 aún más polarizada entre derecha e izquierda, advierten otros analistas.

Mientras tanto la economía uruguaya, que ya había entrado en recesión a fines del año pasado, tocó fondo en abril-junio. El producto bruto se redujo 10,6%, una de las peores caídas de la historia, encabezado por el comercio y el turismo.

Desde entonces la economía repunta, aunque se mueve algunos escalones por debajo de lo usual. El agujero en las cuentas del gobierno ronda el 6% del PBI y se cubre con más deuda.

Caen las exportaciones debido a la retracción de China y Europa, millares de pequeñas empresas han cerrado, el desempleo podría sobrepasar el 13%, y la pobreza alcanzaría al 10 o 15% de la población uruguaya, según cómo se mida.

Muchas personas expresan hartazgo y frustración. Hay por delante un largo tiempo afligido. 

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