Finamente llegó el siglo XXI

En el flamante 2021, sentimos que el futuro asociado al nuevo milenio ha llegado

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02 de enero de 2021 a las 05:00

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Al final de Barry Lyndon (1975), extraordinaria adaptación de Stanley Kubrick de la novela de William Thackeray, La suerte de Barry Lyndon (1844), aparece un cartel que dice, a manera de síntesis no solo de los 187 minutos previos del metraje, sino de la vida misma: “Fue en el reinado de Jorge III que los personajes arriba mencionados vivieron y pelearon; buenos y malos, hermosos y feos, ricos y pobres; ahora todos ellos son iguales”. Vi la película en carácter de prestreno en el cine 18 de Julio, en la peor época de mi vida y al salir de la sala, con el impulso anímico que siempre otorga una obra maestra, pensé que siempre las cosas pueden llegar a estar peor y que hubo una época en que lo estuvieron, y que sobre el mañana, lo más seguro es que nadie sabe. Dimos vuelta la página del año 2020, y los sobrevivientes hacemos memoria sobre lo ocurrido en 12 meses que no estaban en el libreto de nadie, ni siquiera en el de los chinos, creadores de la enigmática expresión “ojalá te toquen vivir tiempos interesantes”. 

A diferencia de tantos años que han quedado perdidos por ahí en la historia de la humanidad y de los cuales nadie se acuerda, tal vez porque nada de importancia universal ocurrió, al 2020 no lo podemos acusar de haber carecido de interés. En cuanto a tragedia y dramatismo fue un año interesantísimo, algo así como una película de terror a la que estamos viendo con pánico y al mismo tiempo no queremos que termine, pues la realidad afuera, en la calle, puede ser incluso peor. ¿Vendrán tiempos peores que los asociados a 2020? Quienes sobrevivan habrán de saberlo. Algo pasó en el mundo tal cual lo conocíamos, y podemos hablar de un antes y un después. De un punto que no es final, sino parte de los puntos suspensivos. ¿Habrá sido solo la primera parte de algo? 

El historiador británico Eric Hobsbawm dijo que el siglo XX recién comenzó en 1914, con el inicio de la primera guerra mundial. La escritora Virginia Woolf creía que en verdad empezó en 1910, cuando en las artes y en las ciencias hubo un giro y se notó un cambio cualitativo de percepción y de sensibilidad con respecto al proceso histórico que se estaba gestando. Los siglos no necesariamente llegan cuando les corresponde. Son en cierta manera como aquellas novias que por tener dudas hasta último momento llegan tarde a su boda. El siglo XX no llegó en 1900 ni en 1901, sino bastantes años más tarde, es decir, cuando se le antojó. Algo parecido y muy similar ocurre con el siglo XXI: en muchos aspectos, todavía estaba por llegar, hasta que llegó. Tras haberse ido, lo que celebramos de 2020 son las inauguraciones que trajo, todo lo nuevo que no existía y que a partir de la intermediación del virus comenzó a tener realidad propia, así sea en forma de proyecto o esbozo, pues son infinidad las realidades en desarrollo. 

Por dos décadas, el siglo XXI fue inquilino del calendario, de lo que dicen las cifras. La realidad siguió diciendo que en demasiados aspectos aun continuábamos mentalmente detenidos en el espíritu del siglo pasado. En el umbral de una nueva década del primer siglo del tercer milenio, empezamos a vislumbrar un cambio de rumbo. Ahora sí quizá el futuro comience finalmente a llegar, esto es, aquel que imaginamos asociado al siglo XXI. Quien pueda ver más allá del horizonte quizás tenga algo para decir al respecto. Lo único cierto, por ahora (pues el futuro puede cambiar la idea que tenemos del pasado), es que el año 2020, que pasó con nombre y más pena que gloria, trajo cambios que pocos esperaban.  Se fue, además, a pesar de la condición de catástrofe inédita que tuvo, a gran velocidad. Qué lejos y qué cerca parece marzo pasado cuando el mundo se detuvo y todos se fueron para sus casas, a recluirse como niños de la escuela en penitencia.

El ser humano, cada vez que constata lo rápido que pasa el tiempo, recurre a un lugar común que siempre resulta efectivo a la hora de poner ejemplos. Dice: “Parece que pasó ayer”. Y esta vez es cierto, pues parece que el comienzo de la década que termina fue ayer, y sin embargo se marcharon ya 20 años del siglo, una barbaridad de tiempo teniendo en cuenta lo corta que es la vida humana. Según la actual expectativa de vida, situada por encima de los 70 años de edad, se fue el 28,5 por ciento de la existencia de un ser humano que se considere “promedio”. Dos décadas que resultan imposible de sintetizar en una sola página, pero que pueden quedar definidas en una frase: “en la parte final fue muy diferente”. Si la vida del hombre puede ser mejor de lo que ha sido en estas dos décadas, también las cosas que podrán pasar en la década que comienza deberían aspirar a ser más memorables que las de las dos precedentes, las cuales, por encima de todo, fueron peculiares. A la hora de los balances queda de relieve una cosa inesperada en el año 2000, cuando el optimismo colectivo auspició fastos de costo millonario, desplegados para despedir al siglo XX y al segundo milenio, y no se había encogido tanto como en el presente. Los optimistas son hoy minoría. En ese año con tres ceros juntos, pocos imaginaron que el personaje más ubicuo de los veinte primeros años del siglo iba a ser un virus que casi nos manda de regreso a la Edad Media, cuando las pandemias atiborraban a pueblos y ciudades con cadáveres.

Los veinte primeros años del siglo XXI fueron absolutamente específicos en su dictamen: el sinsentido, la insensibilidad y la falta de criterio siguen siendo elementos característicos del ser humano. El futuro podrá traer grandes adelantos médicos y nuevas alternativas cibernéticas, pero difícilmente vaya a librarnos de la idiotez humana, la cual regresará en plenitud una vez que la población planetaria quede vacunada. Contra ella deberemos seguir luchando. No creo que hayamos aprendido mucho. Y perdón por el realismo. Fueron, sin embargo, más allá de las mismas lacras de antes y de siempre, veinte años caracterizados por avances tecnológicos extraordinarios que no dejaron de ser simplemente promesas. La mayoría de ellos encontraron su escenario propicio en el espacio cibernético, donde los cambios fueron considerables. Y esto, que no sabemos bien qué es, recién comienza. En los últimos veinte años, Facebook, que en su inicio pareció una bobería para adolescentes, superó la marca de los 2. 7 mil millones de usuarios mensuales. Confirmó que es un fenómeno increíble y mucho más real que una gran cantidad de realidades que han estado ahí desde antes. Google se convirtió en la primera empresa de “comunicaciones” (así prefieren llamarla ahora quienes la fundaron) en facturar US$ 100 mil millones. Un estudio realizado en EEUU por Pew Research Center pone de relieve la particular relación que mantenemos con el cibermundo y lo habituados que estamos a la intermediación digital. 

En el año 2000, el 46% de los adultos usaba Internet; en 2019 la cifra ascendió al 90%. En el año 2000 el 5% de los hogares tenía banda ancha; en 2019 tienen banda ancha el 73% de los hogares. Hoy el comercio en internet compite con tiendas y supermercados. Empresas con prestigio señero cerraron por no haber sabido adaptarse a los cambios de costumbres. En 2018 las ventas en internet fueron de US$ 524 mil millones. En 2019 llegaron a los US$ 602 mil millones. El incremento anual es exponencial. Podríamos vivir sin internet, pero nos hemos olvidado cómo vivir sin internet. Realidades que veinte años atrás eran inexistentes hoy protagonizan nuestra cotidianeidad.  “How did we get here?” (¿Cómo llegamos aquí?), dice la canción Once in a Lifetime (1981), de Talking Heads. La realidad ha sido invadida por un vocabulario proliferante que es sinónimo de usos irremplazables referidos a la forma en que nos comunicamos. Facebook, YouTube, Instagram, Twitter, y TikTok son casi las únicas palabras que al comienzo del siglo XXI –finalmente ha llegado– compiten en ubicuidad con otra que también seguirá vigente por algún tiempo más: covid-19. Ante ella, todos somos iguales.   l
 

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