Las actas / Argentina, 1985

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Gilberto Vázquez en teatro, Jorge Rafael Videla en el cine: ¿cómo se construye a un represor?

Las actas, de la Comedia Nacional, y Argentina, 1985 ponen en escena dos hitos de la historia reciente de la región, y coinciden en que muestran el rostro de dos nombres vinculados a lo peor de esa época
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04 de noviembre de 2022 a las 05:03

En ocasiones este tipo de coincidencias se dan. Sin efeméride de por medio, sinergia colaborativa o intención de lanzamiento en conjunto, en el último mes dos hechos culturales “hermanos” aterrizaron en las marquesinas montevideanas y dejaron a los espectadores, ya en los estertores del 2022, mirando otra vez en dirección al pasado reciente del Río de la Plata. Por un lado, está el cine: la película Argentina, 1985, de Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín, que retrata el juicio a la junta militar que gobernó el vecino país durante la dictadura y que fue conducido por los fiscales Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo. Por otro, el teatro: el último estreno de la Comedia Nacional, Las actas, de Margarita Musto, que pone en escena el tribunal de honor que debió enfrentar Gilberto Vázquez en 2006, y cuyas revelaciones salieron a la luz en 2020.

Hay diferencias en los abordajes de ambas propuestas —por mencionar una: Argentina, 1985 construye a un héroe y hasta habilita la comedia; Las actas, en cambio, es un viaje a lo profundo de la noche del Uruguay más oscuro—, pero también unas cuantas similitudes que llaman la atención y que, incluso, escapan a la propia narrativa. Por ejemplo, ambas esgrimen algunos códigos reconocibles de los procesos judiciales. Hay confesiones, testimonios, indagados, tribunales, revelaciones a viva voz y casos que se mueven y generan oleadas para sus respectivas sociedades. Y en ese esquema, el que se sienta en el banquillo del acusado es uno: el monstruo.

Pablo Varrailhón es el actor de la Comedia que se pone en la piel de Gilberto Vázquez en la obra de Musto —acompañado, además, por un elenco integrado por Daniel Espino Lara, Juan Graña, Gustavo Bianchi y Fernando Vannet—. Su caracterización apela al histrionismo del que el propio Vázquez hizo gala en sus escarceos con la prensa, así como a un interés por abrazar el costado más abyecto de unas declaraciones que, dichas a viva voz, estremecen.

Del otro lado aparece el argentino Marcelo Pozzi en el rol de Jorge Rafael Videla. Presente en películas como La flor y Relatos salvajes, Pozzi juega en un registro muy diferente al de Varrailhón para su personaje: es como una presencia ocasional que salpica al relato de Mitre de una oscuridad instantánea, pero que apenas si tiene una línea de diálogo. Lo suyo son miradas al público durante el juicio, un trabajo introspectivo que, para los pocos minutos de pantalla que Argentina, 1985 le da, cala hondo.

El abordaje para delinear a estos dos represores fue muy diferente en cada caso y los acercamientos de los actores a sus figuras también. La bestia tuvo varias cabezas y cada una tuvo sus particularidades, sus códigos, su esencia. Una manera de ser y estar en el mal.

El color de Videla

Pozzi se sorprendió bastante cuando Mariana Mitre, directora de casting, lo llamó para sumarse a Argentina, 1985 y le dijo que calzaba con el physique du role del principal dictador argentino. Él no creía ni siquiera tener un aire. 

“No me hubiese imaginado, ni yo ni nadie de mi entorno, en ese papel, la verdad. Cuando comenté que iba a hacer de Videla, me empezaron a decir ‘ah, puede ser, eh’”, cuenta desde Buenos Aires en diálogo con El Observador.

Marcelo Pozzi

Una vez que recibió el guion, empezó con las preparaciones para un personaje que, a priori, resultaba desafiante: al margen de ser un rostro archiconocido para buena parte del público que vería la película, no tenía diálogo y debía buscar alguna forma de delinear su presencia para marcar la participación de su Videla a fuego. Se puede decir que lo logró: cuando los nueve miembros de las juntas se paran en su lugar, uno de los más pequeños es el que interpreta Pozzi. Pero la sombra sobre él —o lo que proyecta a un nivel inconsciente— lo hace parecer de dos metros.

“Me habían anticipado que el personaje no tenía desarrollo, pero que tenía una presencia. Por eso necesitaban que fueran actores quienes encarnaran a los militares y no extras. Necesitaban algo más que un parecido”, cuenta.

“Busqué videos del juicio y encontré muy pocos. Y en los que había, a los militares se los veía de espaldas, a excepción de un momento puntual: al final del alegato de Strassera, después del ‘nunca más’, cuando la sala se desborda, festejan y se llevan a los militares, se ve a Videla mirando a la gente, con una expresión, por decirlo de alguna manera, muy particular. Esa mirada fue la que me inspiró. Como el personaje no tenía desarrollo tenía que encontrarle un color, un matiz, y en ese momento suyo mirando a la gente convencido de todo lo que hizo lo encontré. Si yo podía captar de alguna manera eso, plasmarlo y mantenerlo durante los minutos que me tocaba estar en pantalla, podía conseguirlo. Como no se trata de una película sobre Videla, tenía que encontrar ese color, ese detalle. Que la gente lo viera unos segundos y comprendiera todo enseguida”.

Argentina, 1985 se filmó en el mismo lugar donde se ejecutó el proceso contra las juntas militares. Pozzi estuvo sentado en el sitio donde Videla se sentó, a espaldas de las madres de Plaza de Mayo que pedían justicia y frente a un par de fiscales que, sin estar convencidos del todo del puerto en el que podían desembarcar sus aspiraciones, sacaron adelante un juicio histórico para la defensa de los derechos humanos en el mundo. De más está decir que el clima del rodaje, en más de algún sentido, era especial. 

Marcelo Pozzi como Jorge Rafael Videla

“Fue muy fuerte —dice Pozzi—. Pensar que estábamos en el mismo lugar, sentados donde ellos mismos estaban sentados, repitiendo lo mismo, es fuerte. El momento del ‘nunca más’, cuando se hace el contraplano y los militares quedamos como espectadores viendo lo que sucede, cuando vemos a la gente emocionarse y cuando se abrazan las madres de Plaza de Mayo. Es imposible no emocionarse. Yo me emocioné. Era tan real lo que estábamos viviendo. Todo estaba muy vivo.”

El contexto de aquellos años oscuros encontró a Pozzi haciendo el servicio militar obligatorio a los veintipocos años, y las imágenes del juicio que tiene son difusas. Sin embargo, recuerda lo que se sentía en el aire, lo que pasaba. Y de allí que para bajar al centro de uno de los principales responsables de la dictadura argentina haya buscado sus propias estrategias, algo que le permitiera adentrarse en ese abismo sin peligro.

“Siempre lo hice desde el juego, desde ese lugar. De otra forma hubiese sido imposible. Si uno lo piensa bien, es casi imposible representar a Videla. Y para ponerme en ese lugar tenía que ser creíble. Había que verlo y que no hiciera ruido. Creo que lo hice de forma inconsciente. Jugué a él. Creo que uno no puede ponerse en la piel de estos personajes si no se juega. Pero no por irresponsabilidad, sino porque es tan tremendo conectar con eso, que es la forma de abordarlo”.

Las escenas del juicio de Argentina, 1985 se filmaron en la misma sala del juicio original

Gilberto, el actor

Lo que terminó siendo Las actas no fue la primera idea de Margarita Musto. La dramaturga, directora y actriz se interesó, en primera instancia, por un relato de los últimos días del dictador rumano Nicolae Ceaușescu y su familia. De hecho, le encargó a quien todavía no era director de la Comedia, Gabriel Calderón, si podía conseguir un texto sobre el tema en alguno de sus viajes a Europa. Calderón no lo halló pero, en contrapartida y una vez que se incorporó a su nuevo rol, le acercó a Musto un informe de la prensa sobre el caso de las actas del tribunal de honor a Gilberto Vázquez, que se difundieron en 2020 y que hacían referencia a las declaraciones del represor en 2006.

Ahí el rumbo cambió y la puesta empezó a construirse. Musto enseguida le encontró sentido a la propuesta, pero había una dificultad primordial: debía hallar la dramaturgia en medio de una pila de documentos farragosos.

“Había que buscarle la teatralidad a ese mamotreto. Pero en un momento vi que podía funcionar, que había un espacio fuerte para la ficción a partir de la comprensión de lo que estaba pasando ahí en el tribunal, y empezamos. Encontré que me interesaba, tanto como el relato de Gilberto Vázquez, la cuestión de cómo funciona el ejército por dentro”, dice a El Observador.

Gilberto Vázquez está interpretado en Las actas por Pablo Varrailhón

Las actas pone en escena algunos de los momentos más álgidos de las declaraciones de Vázquez al tribunal, que en buena medida fueron replicadas por los medios en su momento, y que se produjeron luego de una fuga del Hospital Militar que incluyó un disfraz, una peluca, y una frase captada por las cámaras cuando lo recapturaron: “¿No estoy precioso?”.

Vázquez tenía una personalidad histriónica muy fuerte, era un pavo real. A la hora de trabajar, los actores solemos apelar a estas comparaciones con animales, y esa actitud de pavonearse que tenía era algo de lo que agarrarse. En ese sentido, Pablo (Varrailhón, que interpreta al militar juzgado) hizo un trabajo increíble. Él es un gran actor, pero acceder a los vericuetos de este tipo era difícil. ¿Cómo hacés de esto un personaje?, ¿cómo levantás la personalidad de este hombre y la volcás al escenario? Partimos de la comprensión de la situación. De saber que el tipo, en ese momento puntual, se enfrentaba a un cáncer de próstata y a la posibilidad de pasar ocho años preso, de los que seguramente no fuera a salir vivo”, cuenta Musto.

“El trabajo con Pablo fue de mucho detalle —agrega—. El asunto era conseguir poner en el centro al personaje y al conflicto que genera en los miembros del tribunal. Queríamos que se entendiera perfectamente el enfrentamiento entre él y sus compañeros, que se entendiera que él confió y que consideraba que le habían mentido. Y que estaba orgulloso de lo que hizo. Sobre el final, los espectadores se vuelven parte del tribunal, y en ese momento Pablo hace un esfuerzo enorme en comunicar quién es y el estado en el que se encuentra. Su contexto. Porque es un criminal, un tipo que torturó a gente indefensa, que mató, que hizo todo lo que hizo, y todo eso está claro. La clave era transmitir su estado, las formas que utilizaba para comunicarse con el resto del mundo.”

En la obra, que puede verse actualmente en el teatro Circular, Varrailhón grita cosas como “tuve que matar y maté, y no me arrepiento; tuve que torturar y torturé con el dolor en el alma, y me cuesta muchas noches dormir acordándome de los tipos que cagué a palos, pero no me arrepiento”; también mira a la cara al público, suplica, a veces se ríe, sufre por los dolores de su enfermedad, transpira. Cuando llega el momento de los aplausos, el actor está exhausto. Acepta la recompensa del público con el rostro turbado, marcado por la oscuridad de un hombre, de un sistema, de un momento histórico.

Las actas se puede ver en el Teatro Circular

“Esta es una obra en la que buscamos meternos en un territorio y un viaje muy jorobado, muy conmovedor, y tenía que afectarnos en cada función. El actor siempre trabaja en una zona gris. El personaje no existe, pero lo siente. Hay una zona de quienes actuamos que debe verse afectada en nuestro trabajo. No puedo quedar por fuera y solo mostrar. Si el actor no está entregado, comprometido y pasando él por esa situación, no hay teatro. O sería el teatro del siglo xix. La actuación ha cambiado mucho. Hoy yo quiero ver sangre sobre el escenario. No quiero que me digan ‘qué dolor’, quiero ver que duele. Que el actor pase por esa experiencia, que la transmita”, asegura Musto.

Con el trabajo de su protagonista, la transmisión a la que se refiere Musto en Las actas es exitosa. Pero, en un registro diferente, la que pretende Pozzi con su personaje en Argentina, 1985 también. Al final, ambos abordajes son dos caras de una forma de entender la actuación o lo que pide cada papel, un mapa para encontrar el camino que baja a ciertos abismos humanos que permanecen en penumbras y continúan generando ecos en el presente. Así son Las actas y Argentina, 1985: ambas están en cartel y miran a la cara al monstruo. O mejor: la revelan para que nosotros podamos hacerlo y, de esa forma, no nos olvidemos más.

Hitler y Walter Reyno

Entrevistado por María Esther Gilio para Brecha en junio de 1989, el icónico Walter Reyno, que también se puso varias veces en las botas del mal, tuvo tiempo para hablar de su experiencia en este tipo de papeles. Esa jugosa conversación, que se encuentra en el libro Bendita indiscreción editado por Estuario este año, incluye el siguiente intercambio:
“—¿Pensás que haciendo un personaje que tiene experiencias distintas a las tuyas podés modificar cosas propias?
—Sí, eso pasa. Uno de pronto tiene verdades de esas que parecen inamovibles, y un personaje te hace dudar. Sobre el bien y el mal, por ejemplo.
—Es que si ves a un malo de cerca, siempre vas a encontrar razones que lo expliquen.
—Los malos no existen. Para el actor no existen. Si mañana tengo que representar a Hitler, no puedo hacerlo como un perverso retorcido porque lo estereotipo. Yo, Hitler, tengo que sentir de corazón —mirá lo que te voy a decir— que está bien matar a los judíos, porque es la única forma de salvar a la humanidad.
—Muchos dicen que actuar es una forma de locura y que el actor es alguien que encontró la forma de entrar y salir de ella. ¿Tú qué pensás? 
—Que sí, que jugamos con la locura, aunque nunca nos atrapa del todo.
—Veo por tu cara que ese juego te gusta mucho. ¿En qué consiste?
—En soltar a los fantasmas. Cosas que alguna vez te pasaron por la cabeza, que nunca ni te atreviste a considerar, las vivís en la escena.”
 

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