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Golpes devastadores contra el presidente de Estados Unidos

Donald Trump vive sus horas más bajas desde que llegó a la Casa Blanca
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25 de agosto de 2018 a las 05:00
Si quieres tener un amigo en Washington, cómprate un perro", decía Harry Truman. Lo que se olvidó de dejar dicho fue que si, además, tienes algún episodio turbio en el archivo, habrá una jauría dispuesta a devorarte por ello.

Pasó a fines de los '90, cuando al expresidente Bill Clinton le entablaron un juicio político en el Congreso por su consabido affaire con Monica Lewinsky. Y está pasando ahora, que la palabra impeachment vuelve a retumbar con fuerza en las paredes de Washington por los pagos que el presidente Donald Trump les hizo a dos examantes durante la campaña para comprar su silencio.

Trump vive hoy su hora más menguada en la Casa Blanca. Ha recibido en simultáneo los dos golpes judiciales más devastadores desde que asumiera la presidencia en enero de 2017. El martes su exabogado de confianza Michael Cohen se declaró culpable de fraude fiscal y bancario ante una corte de Manhattan, donde además testificó que les había pagado a la actriz porno Stormy Daniels y a la ex playmate Karen McDougal por instrucciones del propio Trump cuando este era candidato, aunque no lo mencionó por su nombre. Minutos antes, su exjefe de campaña Paul Manafort era procesado por evasión fiscal y fraude bancario en un tribunal federal de Virginia.

La doble noticia corrió como reguero de pólvora por los titulares de todos los medios, que la interpretaron abrumadoramente como una victoria de Robert Mueller, el fiscal especial que investiga la trama rusa en la campaña de Trump, y como la antesala del impeachment que muchos han vaticinado para este presidente aun desde antes de su toma de posesión.

Pero ¿cuáles son las verdaderas implicaciones de ambos casos y cuáles, la posibilidades reales de que el presidente sea sometido a un juicio político?


En los negocios de Manafort, Trump no tiene ninguna responsabilidad. Manafort, un veterano operador político que ha colaborado en las campañas de prácticamente todos los candidatos republicanos desde el expresidente Gerald Ford, trabajó en la Casa Blanca durante la administración Reagan y supo tener entre su cartera de clientes como consultor político al exdictador filipino Ferdinand Marcos, al angolés Jonas Savimbi y a Mobutu Sese Seko, de Zaire, fue condenado por no haber declarado al fisco estadounidense cerca de US$ 13 millones que recibió por su particular signo de asesoría política en Ucrania, al expresidente prorruso Viktor Yanukovich. Entre otras cosas, como mantener cuentas ocultas en el exterior, de las que ya había sido indiciado por la Justicia desde antes de trabajar para la campaña de Trump.

El presidente tampoco está implicado en los cargos de fraude por los que Cohen se declaró culpable el martes. Sin embargo, los pagos realizados a sus dos examantes sí podrían traerle problemas, de un modo también bastante singular: Stormy Daniels y Karen McDougal recibieron a cambio de su silencio US$ 130 mil y US$ 150 mil respectivamente. Esto, según los fiscales, califica como donaciones de campaña. Y como ambas sumas exceden con largueza el límite de donaciones por persona, configuraría una violación a la ley de financiación de campañas.

Si resulta confuso es porque lo es. Normalmente por donación de campaña se entiende a la contribución que un individuo o grupo de individuos hacen a las arcas de una candidatura electoral determinada. En este caso fue el candidato quien pagó, y no hay donante; por lo que el debate se ha planteado de parte de los defensores de Trump, que esgrimen que en ningún caso eso puede ser considerado una donación de campaña.

La verdad es que, sin ponerse en abogado del diablo, resulta un poco traído de los pelos. Sobre todo si se tiene en cuenta que el mandato de Mueller, nombrado por el Departamento de Justicia, era investigar si existió connivencia entre la campaña de Trump y el gobierno de Rusia para incidir en el resultado de las elecciones de 2016. El fiscal con poderes extraordinarios empezó la indagatoria con la trama rusa, pero pronto siguió con una posible obstrucción a la justicia; y lleva casi año y medio de investigación y 32 imputados y lo único que presenta es esta dudosa violación a la financiación de campañas.

Mueller cada vez se parece más a Kenneth Starr, el fiscal especial que en su momento llevó a Clinton al impeachment. Starr había empezado la investigación con el caso Whitewater, un supuesto fraude en un negocio inmobiliario del matrimonio Clinton por el que Starr pudo mandar a prisión a una socia de Clinton y hasta a su sucesor como gobernador de Arkansas. El expediente viró luego hacia acoso sexual por el caso Paula Jones; y terminó también con obstrucción a la justicia y falso testimonio por haber negado el presidente su relación con Lewinsky. De ahí al Capitolio sin escalas: juicio político.

Dependiendo de qué tan gravemente evolucionen los acontecimientos y, sobre todo, los apoyos de Trump en la base, podrían ser sus propios correligionarios en el Capitolio los que terminen por tirarlo debajo del ómnibus.

Pareció desmedido entonces, y parece desmedido ahora. A menos que Cohen pueda implicar directamente a Trump en la trama rusa, como ha sugerido su propio abogado. Y desde luego tampoco faltan los columnistas y opinantes en los medios —de hecho son varios— que consideran que esto ya es "material de impeachment" suficiente, y no hace falta que se pruebe la injerencia de Vladimir Putin en la elección, ni contubernio con Trump, ni más nada.

En cuanto a las posibilidades de que todo esto llegue efectivamente a un impeachment y qué podría pasar entonces. La verdad es que todo puede pasar. Si los resultados de las elecciones legislativas de noviembre se parecen un poco a las encuestas de hoy, Trump tiene buenas chances de salvarse. Los demócratas podrían obtener la mayoría en la Cámara de Representantes, pero los republicanos mantendrían el control del Senado. Y allí se necesitan dos tercios (65 senadores) para destituir a un presidente. En ese escenario, Trump podría ser condenado por la Cámara y luego absuelto en el Senado, tal como le sucedió a Clinton. Y antes, a Andrew Johnson, el otro presidente de Estados Unidos al que se le entabló un juicio político, en plena Reconstrucción post-Guerra de Secesión. En el Watergate de Richard Nixon, ni siquiera llegó al juicio en la Cámara Baja; su propio partido le bajó el pulgar y forzó su dimisión bastante antes de llegar a esa instancia.

Sin embargo, Trump no significa lo mismo para los republicanos que Clinton para los demócratas. Y dependiendo de qué tan gravemente evolucionen los acontecimientos y, sobre todo, los apoyos del presidente en la base, podrían ser sus propios correligionarios en el Capitolio los que, como a Nixon, terminen por tirarlo debajo del ómnibus.

Críticas a las redes sociales por acallar a voces "conservadoras"

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, utilizó ayer su cuenta personal de Twitter para acusar a las redes sociales de censurar la voz de "millones de personas" e instó a estas empresas a dejar que sea el pueblo el que decida "qué es real y qué no".

"Los gigantes de las redes sociales están silenciando a millones de personas. No pueden hacer algo así, incluso si ello implica que debemos seguir escuchando a Medios Falaces como CNN, cuyos índices de audiencia se han resentido gravemente. La gente debe decidir qué es real y qué no, ¡sin censura!", escribió.

Su protesta se produce después de que el jueves 23 Google anunciara la eliminación de 58 cuentas de YouTube, Blogger y Google+ presuntamente vinculadas a Irán e involucradas en campañas de desinformación.

No es la primera vez, sin embargo, que el presidente carga contra las redes sociales a lo largo de las últimas semanas.

Ya había acusado a las redes sociales de discriminar "las voces republicanas/conservadoras".

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