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Hannah Arendt, pensar y educar

Hannah Arendt, pensar y educar: escribe Renato Opertti
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04 de enero de 2024 a las 05:01

Las sociedades pueden verse tensionadas por posicionamientos que parecen encontrarse en las antípodas pero que, en definitiva, y con o sin mayor intencionalidad o cercanía o lejanía, coadyuvan a fisurar valores y referencias universales que nos vinculen a unos y otros apreciando la diversidad y las diferencias sin erigirlas en hegemónicas y autoritarias. Por un lado, la fuerte tendencia a considerar que todo es construido, relativo y sin anclajes comunes en hechos y verdades. Los valores, las actitudes y los comportamientos tienden a justificarse, entre otras cosas, en función de los contextos, las circunstancias, las ideologías, los credos y las afiliaciones, así como se supone que venimos al mundo desprovistos de toda herencia e identidad, y sin historias que entender y significar. Como asevera el filósofo político norteamericano, Michael Sandel, el riesgo que los ciudadanos estén “carentes de historia, incapaces de entretejer las diversas hebras de su identidad para formar un todo coherente” y sin basamentos morales de comunidad que orienten y den sentido a sus vidas (2023).

Por otro lado, el supuesto derecho y obligación de ejercer a plenitud las máximas de lo políticamente correcto nos empodera a cancelar y prohibir creaciones humanas de las más variadas índoles, que dan cuenta de la riqueza de la experiencia humana a lo largo de siglos, bajo la máxima que lo que se expresó, en otros tiempos y circunstancias, contraviene lo que hoy dogmáticamente definimos como “correcto” y sin margen para la duda o menos aún para el disenso. Se olvida que una creación de ayer pudo implicar un avance respecto al estatus quo de otrora, y un paso en la dirección de allanar el camino hacia lo que hoy se sostiene como “correcto”.  En todo caso, si todo se refrenda por una visión absolutista del presente, quedaría poco de apreciar de nuestro pasado.

La cancelación, el prohibicionismo, el relativismo exacerbado y el negacionismo encasillan y adoctrinan a las personas, a los ciudadanos y a las comunidades, y afectan su libertad y pensamiento autónomo. Nos hacen vivir en “piloto automático” sabiendo ya la respuesta que tenemos que dar de antemano a que se nos plantee una situación, un desafío y/o un problema. Otros y otras ya pensaron por nosotros, nos liberaron de la carga de hacerlo, y más cómodamente podemos depender de nuestro propio “piloto automático” para ejercer el inmediatismo que es, lamentablemente, la moneda corriente en nuestras vidas. Como señala el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2023), «no tenemos paciencia para una espera en la que algo pueda madurar lentamente».

Una educación en piloto automático que se sustenta en transmitir verdades dadas y congeladas, donde la información y el conocimiento, sin que estén necesariamente conectados, se van apilando en nuestros espíritu y cerebro, y que se entienden como dogmas que se deben seguir sin “chistar”, no ayuda a formar seres libres y pensantes con capacidad de interpelar sin tener que pedir “permiso”. A veces se tiene la sensación de que la educación más que abrir cabezas, nos vuelve más obsecuentes, dóciles y también menos audaces e imaginativos.

Nos parece por lo demás pertinente servirnos del intelecto, de la agudeza y sutileza de la pensadora universal, Hannah Arendt, para hurgar sobre el pensar y sus implicancias para la educación. La pieza reflexiva “Pensée et considérations morales” - versión en francés publicada por la editorial Petite Biblio Payot en el 2023 - nos ayuda a reposicionar el pensamiento no ya solo como transversal a la educación desde cero a siempre, bajo una perspectiva de formación a lo largo y ancho de toda la vida, sino como la sustanciación misma del derecho a educar, a conocer y aprender, y del compromiso que tiene que asumir cada sociedad con apuntalar y resguardar su inteligencia colectiva. Veamos algunas de las puntas de análisis planteadas por Arendt.

En primer lugar, Arendt arguye que la banalidad del mal no tendría ver con ver con la estupidez, la mezquindad, las patologías y/o las convicciones ideológicas sino con una genuina ineptitud a pensar y una extraordinaria falta de profundidad. No necesariamente la gente tiene el deseo o bien la intencionalidad de hacer el mal. Que de hecho la ausencia de pensar da lugar a actitudes y comportamientos que nos pueden sorprender o afectar por su anomalía o desviación y que, en definitiva, son indicativos de la prevalencia del sistema intuitivo sobre el analítico y sus consecuencias, y que nuestra capacidad de razonar es extremadamente reducida como asevera el profesor de psicología cognitiva de la universidad de Aix-Marseille, Thierry Ripoll (2023). Asimismo, como asevera la política francesa y superviviente de Auschwitz, Simone Weil, que sin pensamiento no existe la libertad de pensamiento (Petite Biblio Payot, 2023).

Comúnmente se hace referencia al sesgo cognitivo que tiene esencialmente que ver con la construcción propia de opiniones y juicios erróneos o representaciones distorsionadas de la realidad, que se sustentan en una serie de creencias mágicas y que nos permiten abordar las situaciones de la vida cotidiana preferentemente bajo la presunción que todo está relacionado y encajonado en términos de causas y efectos (Ripoll, 2020). El abordaje de los sesgos cognitivos involucra al sistema educativo en su conjunto e implica, entre otras cosas, incentivar a los alumnos a poner en discusión sus intuiciones y conclusiones, encarar la complejidad de un problema que abre a la diversidad de perspectivas, y de prevención frente al complot y la radicalidad vacua (Bronner, 2019; Mercier, 2022; Ripoll, 2020).

En segundo lugar, Arendt ensancha la mirada sobre el pensar que no solo tiene que ver con constituir un instrumento para conocer y actuar con una finalidad práctica e inmediata, sino basándose en la necesidad de razón, esgrimida por el pensador universal alemán, Immanuel Kant, quien argumenta que el pensar está más allá del conocimiento, sin límites y no está acotado a ningún tema en particular. Ciertamente el pensar también está asociado al conocimiento, y en tal sentido, las disciplinas, bajo diversidad de formatos, son herramientas esenciales de pensamiento que se mueven en la hibridez entre la disciplinariedad, interdisciplinariedad y transdisciplinariedad.

Pero a la vez, el pensar, desprendido de toda referencia disciplinar, nos habilita a hurgar en la profundidad de conceptos e ideas como justicia y libertad, y tomando como referencia a Kant, Arendt sostiene que necesitamos del ejercicio de la razón como facultad de pensar para impedir el mal. No se trata de un posicionamiento que pueda solo leerse a la luz de la ética sino también de la relevancia del pensar para tomar conciencia sobre lo que uno forja y hace, y también hacerse responsable.

El pensar puede ser un antídoto frente al mal en la medida en que nos hacemos del coraje de poner una pausa en lo que estamos haciendo y de interrumpir nuestras actividades, para enfocarnos en una pregunta o un problema. Nos damos la libertad de pensar, o como decía “a veces lo soy a veces lo pienso” como aseveraba el poeta y filósofo francés, Paul Valéry mencionado por Arendt. Nos podríamos preguntar cuánto en las propuesta educativas y curriculares, inclusive aquellas inspiradas por espíritus transformacionales, se dan espacios y oportunidades para que los alumnos y las alumnas desarrollen sus pensamientos sin ataduras y sin renegar de la complejidad de la vida y de la calidad del pensamiento como argumenta desde hace larga data, el pensador universal francés, Edgar Morin (2021; 2023).

En tercer lugar, Arendt adentra en el sentido democratizador que tiene el pensar. Se refiere a que el pensar alcanza a todo el mundo sin distinción de saberes y perfiles. Mientras que el deseo de conocer involucra a algunas personas y comunidades con intereses específicos y entendibles, el pensar nos convoca a cada uno, que no esta mediado por lo tangible, y que tiene que ver con buscar respuestas a temas que nos quejan o angustian nuestra existencia, y sin los cuales, como argumentaba el filósofo clásico griego, Sócrates, la vida no valdría la pena ni sería plenamente vivida.

En cuarto lugar, Arendt arguye que el pensar es evolutivo, dinámico y descongela dogmas, conceptos y palabras que aparecen eternizarse en el tiempo y que, asimismo, alimentan los conformismos y los sesgos. Cabría indagar sobre si la educación está demasiada inclinada a dar respuestas que respondan a necesidades inmediatas y puntuales de formación, y menos preocupada por ahondar en la complejidad de los temas que en perspectiva de tiempo, pueden fortalecernos en la comprensión, versatilidad y flexibilidad de responder sustantiva y sostenidamente a los problemas y desafíos que precisamente nos pueden aquejar en la inmediatez.

En quinto lugar, Arendt entiende el pensar como peligroso para todos los credos y dogmas por igual ya que pone la mirada en los supuestos tácitos e implicaciones de valores y opiniones que asumimos como dados y válidos. No se trata de caer en el nihilismo como asevera Arendt, sino de abrirnos a entender lo que intuitivamente nos guía en la vida sin uso de nuestra facultad de razonar. En efecto, el pensar se centra, como se ha señalado, en las cuestiones invisibles como la justicia o el bienestar hurgando en su sentido para las vidas individuales y colectivas. Las ideas fuerza que permean las propuestas educativas, curriculares y pedagógicas, y que son el eje vertebrador del desarrollo de las competencias de los alumnos, y de los conocimientos que adquieren, no debieran ser referencias congeladas en el tiempo y de interpretaciones únicas y hegemónicas, sino abiertos a procesos intergeneracionales de pensamiento y de construcción colectiva en clave evolutiva y transformacional.

En sexto lugar, Arendt nos hace ver que el pensar radica en hacer emerger lo que es invisible, intangible y ausente, y dialogando necesariamente con nosotros mismos, muñirse del espíritu y de las referencias para poder juzgar basado en el efecto liberador y si se quiere, emancipador del pensar. En tal sentido, el pensar no solo se mueve instrumentalmente por un deseo de conocer sino implica crucialmente desarrollar la aptitud para diferenciar, por ejemplo, como asevera Arendt, lo justo de lo injusto. Como ella misma señala, asumir que el juzgar es la más política de las aptitudes mentales de las personas.

Sin caer en ingenuidades ni traslaciones lineales ni mediaciones simplificadas, el fortalecimiento del pensar en la educación puede ser el más de los potentes antídotos para contrarrestar la cancelación, el prohibicionismo, el relativismo exacerbado y el negacionismo a la luz de cementar la formación de seres libres y autónomos. Quizás los sistemas educativos tendrían que encontrar un justo balance entre pensar para conocer y pensar para entendernos en la esencia de las cuestiones fundamentales y sujetas siempre a inventario y evolución, que informan nuestros valores, actitudes y comportamientos. Un poco más de albedrío y de pensar sin ataduras nos podría ayudar a ambicionar y plasmar mejores presentes y futuros para las nuevas generaciones.

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