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Las historias de cuatro de los uruguayos retratados en el Viaducto del Paso Molino

La primera trans en ser reina, un panchero, una pensionista brasileña y un educador fueron elegidos para formar parte de la intervención artística del Viaducto
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04 de noviembre de 2019 a las 13:51

Por Maximilano Otero

 

Su madre no la conoció como mujer trans. Ximena de los Santos se fue de La Teja luego de ser la primera mujer trans reina de la samba. Hoy está en España y se rodea de millonarios. 

Ariel Sena, en plena crisis económica gastó sus ahorros en un carro de panchos para quedarse en Uruguay y hoy hace más de quince años es un emblema de la esquina de Agraciada y Castro. 

Isaura Machado lee libros para niños con su acento portugués. Dejó Brasil porque se enamoró de un buzo uruguayo. Quedó viuda y ahora no quiere irse de Montevideo. 

José "Joselo" Álvarez es educador hace más de 20 años. Ama a su trabajo y al Paso Molino, el barrio donde se crió y recordó en detalle. Fue referente de muchos jóvenes que aún lo reconocen por las calles del barrio. 

Estas son cuatro historias detrás de los 30 retratos en los pilares del Viaducto del Paso Molino, una intervención artística del Colectivo Licuado. En ella están representadas personas que según Gabriel Otero, el alcalde del municipio A, “hacen de la sociedad todos los días algo diferente”. 

Ximena De los Santos 

De atender el mostrador del quiosquito en la calle José Marmol, a tres cuadras de la Plaza Lafone, a codearse con amigos millonarios en Barcelona. El dibujo de Ximena De los Santos está en el pilar del Viaducto más próximo al barrio Belvedere. En 2016 se destacó por ser la primera persona trans en coronarse Reina de la Samba de su comuna, hoy sueña con ser guardia civil policial en Barcelona y participar en Miss Trans Star Internacional como ciudadana española. 

Va a esos concursos desde hace tres años para apoyar a las uruguayas participantes. Este año, la directora del evento le aseguró que sería una buena candidata, ella se ilusionó con la posibilidad y confía en lograrlo.

Tenía 16 años cuando su madre murió. “Era una mujer con mucho carácter y no sabía cómo decirle que me gustaban las cosas de mujer”, afirmó. Hoy tiene 27 y hace cuatro dejó de ser Danilo.

A la única que aún permite llamarla así es a Mary Presa. Vecina y dueña del quiosquito donde trabajaba, a quien consideró una segunda madre a partir de la muerte de la suya.  “Pasaba todo el día conmigo”, aseguró Presa. “Él (Ximena) usaba el pelo largo y la madre le decía: ‘Andá a cortarte esos pelos’. Yo después me reía por dentro y pensaba: ‘Si supiera que acá adentro de casa pasa todo el tiempo vestido de mujer’”, recordó.

No quiere que vuelva a vivir en Uruguay porque cree que no tiene futuro, pero añora con volver a verla. “Hay días que lo llamo y le digo: ´¡Ay, no sabés cómo te extraño hoy!´”, aseguró.  

De los Santos se fue a España porque amigos la convencieron de que el el progreso económico era seguro. Al tiempo se peleó con ellos y sin saber quién era, se hizo amiga de Erick Putzbach, un reconocido estilista español con quien concurre a eventos con millonarios y personajes públicos.

Hoy vive en una ciudad turística. La mayoría de sus vecinos son extranjeros y rotan con frecuencia. “Con los pocos que hablo y conozco viven en su mundo”, aseguró. Aunque extraña la humildad de la gente de La Teja y el trato que tenía con ellos. Quiere reencontrarse con sus amigos, su familia, con Presa y volver a desfilar en 18 de julio con Imperatriz, la escuela de samba que integraba. 

Ariel Sena 

Sus productos son el soborno perfecto para que padres convenzan a sus hijos de ir a hacer ejercicio a la Plaza de deportes n° 7. Es que cuando salen de allí los espera Sena, el panchero del carrito de “Super Pancho”, quien hace 15 años está en la esquina de Agraciada y Castro, a pocos metros de la sucursal del Banco República del Uruguay. 

Esos niños que a su vez van a centros educativos de la zona, lo votaron para ser parte de las figuras reconocidas del barrio. Aún está “perplejo” y no sale del asombro. 

El negocio es tradición familiar. Su suegro empezó hace más de 50 años en La Teja, donde era reconocido por su potente grito de: “¡Frankfruters!”. Sena y su esposa, Silvia Mendoza, siguieron sus pasos. Por años vendieron los fines de semana, mientras en paralelo él trabajaba de taxista y ella cuidaba enfermos. Hasta que en plena crisis económica a principios del 2000, entre la posibilidad de emigrar a España o comprarse un auto, optaron por gastar 600 dólares en un carro con forma de pancho al pan con mostaza. 

En el barrio ya es un emblema de la esquina. No así para un gerente que era nuevo en la sucursal del BROU y al principio le llamó la atención su presencia y cuestionó su permiso. Ahora es cliente y se dio cuenta de que para el barrio es más que un carrito de panchos. 

Para los vecinos es un lugar de encuentro e incluso hace las veces de receptor de cosas perdidas. Mendoza aseguró que han devuelto celulares, llaves, cédulas, boleteras y una vez, un bolso entero lleno de ropa.

Comer un pancho, para algunos vecinos, es la excusa perfecta para arrimarse a hablar de su vida con los dueños del lugar. Los pancheros comentaron que pasan largo rato con sus clientes, quienes les cuentan sobre sus familias, sus trabajos, sus éxitos y fracasos.  

En invierno ofrecen alimento a indigentes que están abajo del viaducto, también suelen prestar dinero para boletos. Sena dijo que esas acciones lo gratifican, a pesar de que hay veces que no le devuelven el dinero prestado o lo dejan de saludar porque saben que aún le deben.

Piensan seguir con el negocio porque para ellos ese trabajo los involucra con la comunidad, aunque ahora de a poco, le van pasando la posta a sus hijos, como alguna vez lo hizo el suegro de Sena con ellos. 

Isaura Machado

Llegó al barrio porque se enamoró de un buzo uruguayo del dique Mauá. Tiene 61 años, hace dos es viuda y ocho años que vive en el barrio de La Teja. 

Isaura Machado es de Livramento, Brasil. Cuando va a visitar a su familia no aguanta más de una semana allí porque extraña las actividades que tiene en los barrios de la zona oeste montevideana. Todos los días a la semana hace algo: gimnasia, hidrogimnasia o intervenciones sociales que surjan. 

Hace tres meses que intenta mejorar su castellano para que niños de escuelas de Paso Molino, La Teja, Belvedere y el Prado entiendan los cuentos que ella les lee. “Las maestras de la escola eligen los cuentos y yo los leo, por in cuanto no elijo qué leer”, dice Machado con voz grave y potente.  

Cuando hicieron una feijoada para más de 120 personas del barrio La Teja, viajó a Livramento con el objetivo de encontrar ingredientes típicos del menú. Tras diez horas de viaje volvió con bolsas llenas de feijoes (frijoles) y charque, que no se consiguen en Uruguay. El resultado de su esfuerzo la llena de orgullo y sus vecinas lo reconocen.

No quiere volver a su país. Cuando comparó ambas ciudades reconoció que los montevideanos se quejan por la falta de actividades y ella se indigna porque no entiende cómo la gente se aburre. Una vecina que la conoce desde hace años dijo que fue elegida para el retrato por su carisma y por la energía que transmite en el barrio. El Centro Comunal Zonal nº 14 la seleccionó y ella aseguró: “Soy muy participativa, modestia aparte”. 

José "Joselo" Álvarez 

Es común que al caminar por la avenida Agraciada lo saluden niños, niñas, adolescentes y adultos. Para los más chicos es el "profe", para los jóvenes fue el "profe" y los adultos lo reconocen como el educador de sus hijos. Tiene buena memoria para los nombres y a todos le dedica un par de minutos para charla sobre sus vidas.

Cuando se cruzó con Manuel abajo del Viaducto, un joven de 20 años, recordó que desde los 12 años no lo tiene como alumno. Álvarez hace más de 25 años que trabaja en el Instituto El Abrojo-Casa Abierta de el Paso Molino, un centro educativo que no tiene fines de lucro que alberga a niños y niñas para desarrollar actividades socio educativas. La institución tiene un fuerte vínculo con las familias y el barrio porque varias de las propuestas involucran espacios públicos. 

Para él, estar en uno de los pilares es un “reconocimiento al trabajo de hormiga”. La gente lo felicita en la calle, le escriben mensajes y hasta saludan por facebook. 

“Las vueltas del viaducto eran mi vida”, aseguró. Recuerda con nostalgia las maquinitas cerca de la vía del tren, el supermercado Manzanares al que iba con su familia, la tienda de Pocho y la competencia entre el histórico Bar de Vida y el fundido Bar Tío Pepe a los que separaba la calle Ángel Salvo. 

Las fábricas eran un sello del barrio. “Yo comí en la olla popular”, aseguró Joselo, quien no olvida cuando en la crisis se sumaba a los almuerzos de los funcionarios de las textiles Aurora y Campomar donde trabajaban sus vecinos, muchos de ellos, padres de sus amigos. 

De su rol como educador reconoce que vio pasar a chiquilines y años después lo encuentra de una “manera complicada” porque dejaron de estudiar o no encontraron trabajo pero tiene muchas experiencias positivas. 

La que más recuerda es la historia de un niño que en su infancia fue vendedor ambulante en los ómnibus y cuando entró a El Abrojo- Casa Abierta, le dieron horas en el espacio educativo y recreativo para sacarle horas de trabajo. Con él fueron al Arequita y el chiquilín quedó fascinado con volver. Pasaron los años y con su novia, luego de mudarse y establecerse económicamente, compraron un auto. Su primer destino fue ese cerro. 

Iniciativa

El proyecto se inauguró el 26 de octubre, fue impulsado por la Intendencia de Montevideo y coordinado por centros Pro Red del Centro Comunal Zonal 14. El colectivo Licuado, integrado por los uruguayos Camilo Nuñez y Florencia Durán, se encargó de la obra. Según Nuñez, pintar los retratos les llevó un mes, pero entre la preparación de los bocetos y las fotografías de los participantes que hizo Lu Lee, el tiempo previo fue mayor.

Distintas organizaciones sociales y centros educativos seleccionaron a personas y personajes que, según la página oficial de la Intendencia de Montevideo, representan la heterogeneidad de la población y dan cuenta de los colectivos que hay en el municipio. 

Además de De los Santos, Sena, Machado y Álvarez, se retratan niños y niñas de escuelas, vendedores ambulantes, comerciantes y participantes de colectivos como: hogar de madres adolescentes La Bonne Garde, Centro Cívico Tres Ombúes, Corredores del Prado, Centro DIES, centro juvenil El Tejano, entre otros. 

A cada retrato le corresponde un foco de luz que ilumina las caras pintadas en la noche. "Al ser un lugar muy oscuro y complicado para la seguridad. Pusieron cámaras e iluminación", aseguró el alcalde del Municipio A y agregó que tienen ideas para hacer una feria de comidas y dejarla permanente cerca de la Plaza N° 7, con el objetivo de modernizar el lugar. 

 

 

 

 

 

 

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