La banda criminal nacida en Venezuela que también opera en otros siete países latinoamericanos

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La banda criminal nacida en Venezuela que también opera en otros siete países latinoamericanos

El grupo criminal fue investigado a fondo por la periodista venezolana Ronna Rísquez y, tras publicar el libro, ya sufrieron amenazas ocho familiares suyos
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01 de julio de 2023 a las 05:00

En 2007, en Aragua, el estado norteño de Venezuela, el gobierno proyectó la construcción de un tren. Un grupo de personas, antes de que comenzaran las obras, empezó a cobrar sobornos para ubicar empleados. El proyecto ferroviario quedó trunco, pero fue el puntapié inicial de una corporación criminal que en 15 años se expandió por América latina a partir del tráfico de drogas, de personas, de crímenes por encargo, de extorsiones, de secuestros y hasta de compra-venta de jugadores de béisbol.

La periodista venezolana Ronna Rísquez llevaba casi dos décadas como cronista de temas policiales y de delitos complejos hasta que en 2020 puso su empeño para investigar las ramificaciones del grupo criminal. El resultado fue la publicación del libro El Tren de Aragua. La banda criminal que revoluciona el crimen organizado en América latina.

Junto al gran interés del público, una de las primeras consecuencias fue que al menos ocho de sus familiares recibieron amenazas. Los relatos de Rísquez hilvanan lo que podría dejar al desnudo que las cárceles, desde que Pablo Escobar estuvo en El Envigado para dirigir el Cartel de Medellín, son los lugares donde se pueden decidir negocios multimillonarios y crímenes horrorosos.

En el texto, la periodista de investigación venezolana cuenta que una parte de las ganancias obtenidas por las facciones del Tren de Aragua, esparcidas en ocho países de la región, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Bolivia, Brasil y Panamá, tienen como destino el Centro Penitenciario de Aragua, conocido como la cárcel de Tocorón.

La prisión, construida hace cuatro décadas, se convirtió en la fortaleza donde está el líder y fundador de El Tren de Aragua, Héctor Rusthenford Guerrero Flores, conocido como el Niño Guerrero. En 2018 fue condenado a 17 años de cárcel y tiene las ramificaciones suficientes como para hacer crecer los negocios y también para señalar a quiénes deben ejecutarse.

Rísquez le dijo al diario español El País que estimó la recaudación en US$ 15 millones, “pero es un cálculo conservador, tiene que ser mucho más que eso”. Para poder certificar que el Niño Guerrero conduce los destinos de la banda, la cronista pidió entrar varias veces a la cárcel de Tocorón pero sólo logró la autorización en una oportunidad.

Entonces pudo comprobar “lo que era un secreto a voces”: desde hacía años que los presos “se habían adueñado del penal convirtiéndolo en suites de lujo”. Cuando Rísquez pudo entrar, vio lo que las autoridades no podían obviar: piscinas, canchas de deporte, restaurantes, discotecas. Y lo que más la impactó: un zoológico.

“Tiene la misma distribución que cualquier zoológico, sólo que en pequeño. Los animales están en jaulas adaptadas de acuerdo con su especie y encontré monos, una infinidad de aves, avestruces e incluso un lince. Es increíble. Detrás del portón no vi a funcionarios penitenciarios sino a presos armados que hacían de vigilantes”, contó en la entrevista a raíz de la publicación del libro. Y dijo que, cuando entró, no la autorizaron para tomar apuntes ni fotos.

El Tren de Aragua, en 15 años, logró conformar grupos de traficantes que también pueden fungir de sicarios, de extorsionadores o buscar cómo blanquear el dinero recaudado. Rísquez sostiene que su estrategia está destinada a neutralizar bandas rivales o conquistar territorios.

“Es su forma de ganarse el respeto del resto y de que vean de lo que son capaces. Pueden realizar cosas terribles como desmembrar a alguien y dejarlo en una bolsa. Pero suelen evitar los enfrentamientos armados con otras bandas. Son más de dejar mensajes”, dijo.

Ronna Rísquez se graduó en la Universidad Central de Venezuela en Comunicación Social. Trabajó muchos años en El Nacional, un diario de Caracas que lleva ocho décadas y allí se desempeñó como editora de las secciones de política y de crimen. Fue directora de investigación del portal Runrunes, donde fundó el Monitor de Víctimas. Fue finalista del Premio Gabo, de la Fundación García Márquez.

Contó a El País que acabó de darle forma al texto a mediados de 2022, después de asistir a un taller en Madrid con el argentino Martín Caparrós, Premio Ortega y Gasset a la Trayectoria 2023. Aprendió a “contar a los malos, sin prejuicios”, con el escritor y periodista nacido en Buenos Aires y residente en Madrid.

La investigación de Rísquez pone en evidencia cómo esta banda criminal también se involucra en actividades tradicionales. El béisbol en Venezuela es un deporte muy importante y El Tren de Aragua se inmiscuyó en la compra y venta de jugadores de ese país que terminaron en las grandes ligas de los Estados Unidos, cobrando comisiones por los pases.

Pero los mayores ingresos del grupo provienen de la trata de personas y la explotación sexual. “Sólo en Lima se calcula que reúnen alrededor de US$ 275.000 al mes en las diez plazas de prostitución sobre las que ejercen dominio”, dijo Rísquez a El País.

“Ellos se dieron cuenta de que la manera de sobrevivir era buscar rentas en otros países, porque Venezuela estaba quebrada. Una de las habilidades del Tren de Aragua es haber identificado rápidamente lo que podríamos llamar oportunidades de negocios criminales. Cuando los países comenzaron a ponerle restricciones a la migración venezolana, era claro que la población no iba a dejar de marcharse. ¿Qué hicieron? Guiar a los migrantes por vías irregulares como los coyotes en México”, detalló Rísquez.

El texto fue publicado por Editorial Dahbar, un sello que se define como independiente y tiene sede en Caracas. En la reseña de la contratapa del libro se destaca que “años de investigación y numerosas entrevistas respaldan este volumen que explica cómo esta organización criminal se convirtió en una de las estructuras delincuenciales más temidas de América latina”.

La editorial reseña que Ronna Rísquez “entrevista a víctimas, perpetradores e investigadores dentro y fuera de Venezuela para pintar el retrato de un nuevo tipo de imperio criminal. Hermosas mujeres que encontraron en los jefes mafiosos una aventura de placeres desenfrenados y poder sin límites, en una cárcel llena de lujos en la que hasta el mismo ingreso hay que pagarlo”.

Y afirma que la autora buscó explicación en “profesores de bachillerato que relatan la vida en un pueblo donde hasta el cupo en una escuela o el uniforme de los alumnos dependen de la voluntad de un malandro. Policías que cuentan sin tapujos cómo el Estado casi no puede hacer nada en territorios enteros donde los nuevos caudillos de camioneta blindada sin placas deciden sobre la vida, la muerte, el cielo y el subsuelo”.

Sin esa búsqueda de contexto social, de ausencia de actores públicos y de funcionarios públicos dispuestos a ser parte del entramado criminal, el esfuerzo de Rísquez hubiera quedado en un mero relato policial. Peo se trata de una mirada cruda, que es al mismo tiempo un relato antropológico de una América latina que no es sólo el continente donde crece la pobreza sino donde también el crimen organizado encuentra, en muchos casos, estados sin capacidad de reacción. La cárcel de Tocorón no es la única sino una más desde la cual se manejan los grupos de delitos complejos.

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