Leonardo Carreño

La coalición opositora es la clave de la elección

El Frente Amplio perderá presencia en el parlamento y no tiene con quién formar una coalición estable

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25 de septiembre de 2019 a las 05:04

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En estos días, cuando falta un poco más de cuatro semanas para la elección de octubre, todo el mundo se hace la misma pregunta. Al final de cuentas, ¿cuál es la clave del desenlace electoral? Desde mi punto de vista, a esta altura, no es el desempeño discursivo de cada candidato ni la marcha de la economía, no es la evolución de la criminalidad ni los desafíos pendientes en la educación. Tampoco son las redes sociales, que se agitan entre la vibración sana y el insulto o la calumnia, ni la propaganda sonriente que pronto invadirá la televisión. La principal clave de la inminente decisión ciudadana es mucho más elemental, en teoría, y difícil de concretar, en la práctica: es la conformación de una coalición de gobierno entre los partidos de oposición.

Está muy claro que el Frente Amplio perderá presencia en el parlamento. No tendrá mayoría en ninguna de las dos cámaras. Lo que no sabemos todavía es cuántos senadores y representantes perderá. Está claro que no podrá ofrecer una coalición estable. No tiene con quién. Daniel Martínez tendrá una tarea dificilísima por delante: deberá hacer campaña en el balotaje pidiendo apoyo para un gobierno cuya gobernabilidad dependerá, en esencia, de la buena voluntad de los dirigentes de la oposición. Mientras tanto, los legisladores electos por el Partido Nacional, el Partido Colorado, Cabildo Abierto, el Partido Independiente y el Partido de la Gente superarán, todos juntos, holgadamente, la mayoría en las dos cámaras. No podemos afirmar con tanta contundencia quién habrá de liderar la construcción de esa coalición. Todo indica que será Luis Lacalle Pou, aunque Ernesto Talvi está decidido a dar batalla hasta el final.

Tampoco sabemos quiénes terminarán, finalmente, participando de la coalición en ciernes. Blancos y colorados ya se han comprometido públicamente a brindarse apoyo mutuo. Ya no es un secreto que el Partido Independiente, cuya performance electoral todavía está por verse, votará por el “cambio”. No sabemos, en cambio, cuántos legisladores obtendrá el Partido de la Gente. De todos modos, la principal incógnita de la elección de octubre es cuántos votos y, por ende, cuántos legisladores, conquistará el general Guido Manini Ríos. Según los sondeos de opinión pública disponibles a la fecha podrían ser hasta tres senadores. Me inclino a pensar que, cuando llegue el momento, serán dos. Ya es mucho, muchísimo para un partido tan nuevo.

La clave de la elección pasa por ahí. Si, durante la primera quincena de noviembre, el candidato de oposición que pase al balotaje logra construir una alianza electoral que vuelva creíble la promesa de un gobierno de coalición estable y, a la vez, innovador, tendrá la elección ganada. No hay que darle más vueltas. Para eso, es decir, para poder articular una coalición estable y exitosa tiene que poder ofrecer mayoría en el parlamento y un programa de gobierno coherente.

En lo que tiene relación con la mayoría parlamentaria se vislumbran dos alternativas. En el caso de Ernesto Talvi predomina la idea de construir una “coalición mínima ganadora”, es decir, un acuerdo que garantice la gobernabilidad pero con la menor cantidad de partidos posible. En el caso de Lacalle Pou parece predominar la idea de generar una “gran coalición”. Son dos criterios distintos. Cada uno tiene su lógica. El de Talvi privilegia la eficacia. Cuantos menos actores participen en la negociación menos costosa será la decisión. El de Lacalle Pou privilegia la legitimidad. Cada excluido es un potencial enemigo: mejor dentro de la coalición que criticando desde fuera. 

La coalición, para no defraudar las expectativas de los votantes, tiene que ser coherente e innovadora. Esto es: debe poder llevar adelante cambios en las políticas públicas de acuerdo a las preferencias de sus votantes. Para eso, el candidato de la oposición que pase al balotaje deberá poder zurcir durante la primera quincena de noviembre las propuestas específicas de los partidos que estén dispuestos a participar en el nuevo gobierno.

El expresidente Julio María Sanguinetti lo ha dicho con toda claridad: hubiera sido más conveniente para la oposición construir estos acuerdos programáticos con más antelación. Como todavía no lo han hecho ofrecen un flanco débil de cara a la recta final. De todos modos, no les resultará tan difícil. Aunque existen diferencias no triviales entre ellos en áreas muy importantes (son evidentes en seguridad, son menos visibles pero relevantes en materia de educación) está claro que los potenciales socios comparten en términos generales la orientación de los cambios que consideran necesarios: controlar rápidamente el déficit fiscal, mejorar de modo sustancial el clima de negocios para retomar el crecimiento, dar un vuelco visible en la política de seguridad y concretar la postergada reforma educativa.

La clave de la elección pasa por la política en el sentido más puro y honorable del término. Pasa por la convergencia programática entre partidos que no son idénticos. Pasa por la negociación entre actores que tienen algunos intereses en común, y otros notoriamente contrapuestos. La construcción de este acuerdo político, la única garantía del triunfo opositor, requerirá buena voluntad en cada socio y un liderazgo paciente y perspicaz. Nacionalistas y colorados lo tienen muy claro.

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