Opinión > EDITORIAL

La cultura y la libertad

Las denuncias de las exfuncionarias de los centros MEC no debería extrañar dada la persecución del gobierno con un fin político a los agentes de la cultura
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30 de enero de 2019 a las 05:03

En Alemania Oriental funcionaba el Ministerium für Staatssicherheit que pasó a la historia como la Stasi y desapareció en 1989 tras la caída del muro de Berlín. Era una central de inteligencia que registraba los movimientos de todos los ciudadanos de ex RDA para evitar que fuesen libres a la hora de escribir, cantar o disentir en contra del gobierno comunista.

En 2006 el cineasta Florian Henkel von Donnersmarck sorprendió al mundo con La vida de los otros, una película memorable en que muestra cómo la Stasi se entrometía en la vida de las personas hasta pulverizarlas. 

Actualmente en cartelera se exhibe Cold War del polaco Pawel Pawlikowski. Una historia de amor entre un profesor de música y una alumna a lo largo de varios años, que termina estrangulada por un régimen político que se entrometía en el arte modificando el curso natural de las cosas. En este caso la prostitución de los cantos folclóricos de la Polonia profunda con un fin político.

¿Qué pueden tener en común estas dos películas? Muy simple: el devastador efecto que tiene sobre la vida de las personas la intromisión política en el arte y la cultura y, a la larga, el pésimo resultado que obtienen los gobiernos al hacerlo. Son, ambas, un canto ahogado de la libertad y la nefasta consecuencia que genera la utilización de la cultura para adoctrinar o perseguir un fin político partidario utilizando las dependencias del Estado.

Eso es exactamente lo que sucede en Uruguay en 2019. Una denuncia bien fundamentada del periodista Leonardo Haberkorn revela que excoordinadoras de centros del Ministerio de Educación y Cultura, hoy cesadas, denunciaron que el gobierno les exigía utilizar las dependencias para militar políticamente para el Frente Amplio.

A Lourdes Núñez, Ana Giménez y Mónica Botti se les habría ordenado poner sus centros a trabajar no para difundir cultura sino para el triunfo del Frente Amplio. Si no fuera porque Uruguay se jacta de sus altos índices de democracia y la fortaleza de sus instituciones, la noticia podría pasar al olvido sin pena ni gloria, pero no es así. 

En el comienzo del año electoral suenan las alarmas. El caso de la denuncia de las valientes exfuncionarias del brutal atropello a la libertad y el sentido común es demasiado grueso como para no ir hasta el fondo de la denuncia, aunque, a decir verdad, no debería extrañar. Basta ver la programación de TV Ciudad o de canal 5 o las posturas en general –hay excepciones– de sus comunicadores para darse cuenta que desde que el Frente Amplio es gobierno opera en el Estado sobre los agentes culturales persiguiendo un fin meramente político.

Es hasta humanamente entendible que un gobierno degastado y sin bríos se sienta desnorteado cuando percibe que el arte y la cultura, siempre libres por esencia, empiezan a serle esquivos. Comienzan a quedarse solos con los fanáticos y los burócratas. Por lo general los fanáticos quedan hablando solos, pero cuando los burócratas bajan línea y amenazan ahí sí la cosa empieza a preocupar. Es de desear que se investigue hasta el fondo, que salga a luz la verdad y que, de ser el caso, se restituya a estas valientes funcionarias.

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