AFP

La democracia puede fracasar en cualquier lugar, incluso en EEUU

Las sugerencias de que Trump no aceptará la derrota ponen los valores del país bajo una presión sin precedentes

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05 de noviembre de 2020 a las 16:33

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Por Gideon Rachman

Durante mucho tiempo EEUU ha tenido el orgullo de ostentar el título de "líder del mundo libre". Las elecciones presidenciales estadounidenses eran el máximo ejemplo de la democracia en acción. Pero las de 2020 están siendo como ninguna otra. Personas de todo el mundo están atentas no solo al lento conteo de votos, sino a las amenazas del presidente Donald Trump de que los resultados puedan ser impugnados en los tribunales, además de manifestaciones en las calles en varias ciudades.

El fracaso de la democracia es algo que la mayoría de los estadounidenses pensaron que sucedía sólo en países extranjeros, pero las democracias pueden fracasar en cualquier lugar. Las dolorosas lecciones aprendidas de los propios esfuerzos titubeantes de la nación en la "promoción de la democracia" en el extranjero también podrían aplicarse en EEUU.

Una idea común es que la democracia se trata de mucho más que votar. Si los resultados de las elecciones no se socavan o anulan, la democracia también requiere medios de comunicación libres, una administración pública fuerte, tribunales independientes, un marco constitucional seguro y —quizás lo más importante de todo— una cultura democrática en la que los perdedores de las elecciones acepten la derrota.

Todas estas cosas solían darse por hechas en EEUU. Pero quizás ya no. La disposición de Donald Trump a aceptar la derrota está claramente en tela de juicio. El presidente ha sugerido en repetidas ocasiones que no reconocerá un resultado que considere "amañado". Muchos demócratas creen que las quejas del Sr. Trump son simplemente una fachada de sus propios planes para robarse las elecciones..

Hablar de elecciones amañadas o robadas es peligroso. Como demuestra la experiencia reciente en Bielorrusia, si millones de personas creen que una elección es fraudulenta, pueden salir a la calle y provocar parálisis social o violencia política.

La ira por las elecciones robadas es una de las razones por las que las democracias colapsan. Pero si los costos de perder parecen demasiado altos, entonces la voluntad de aceptar la derrota —incluso aunque la votación sea justa— también puede desaparecer. Tanto los republicanos como los demócratas a veces hablan como si la propia supervivencia de EEUU o de las comunidades que representan estuviera en riesgo en estas elecciones.

Algunos republicanos de mayor jerarquía han comenzado a decir en voz alta que la supervivencia de los valores y el sistema que aprecian es más importante que la propia democracia. El senador Mike Lee de Utah tuiteó recientemente: "La democracia no es el objetivo; la libertad, la paz y la prosperidad son el objetivo. Queremos que florezca la condición humana. La democracia rancia puede frustrarla".

Al ver cómo se desarrollan estos eventos, algunos diplomáticos estadounidenses temen que las patologías políticas que alguna vez pensaron que se limitaban a las democracias extranjeras en crisis, estén apareciendo en casa. Philip Gordon, un alto funcionario de la administración de Barack Obama, recuerda haber intentado persuadir a los generales egipcios y a los funcionarios de los Hermanos Musulmanes para que coexistieran dentro del mismo sistema político. Lo rechazaron. Ambos bandos en Egipto se veían mutuamente como una amenaza existencial, una que debía ser derrotada a toda costa y por cualquier medio necesario. Ahora Gordon teme que la misma lógica de "el ganador se lo lleva todo" esté socavando la democracia estadounidense.

Es preocupante que incluso el paso más simple del proceso —la elección en sí— parezca defectuoso y precario. Personas de todo EEUU se han visto obligadas a hacer cola durante horas para votar temprano. En varios estados, el Partido Republicano ha dificultado deliberadamente la votación, en particular para las minorías raciales.

La mezcolanza inconsistente de regulaciones estatales sobre cómo la gente puede votar —y cómo se cuentan esos votos— es una receta para la confusión. Las repetidas acusaciones de Trump de que las boletas de voto por correo son susceptibles al fraude sientan las bases para que luego cuestione los resultados.

Por lo tanto, es muy posible que, como en el año 2000, el resultado de las elecciones acabe siendo resuelto por la Corte Suprema. Esa posibilidad subraya la importancia crucial de un poder judicial independiente en un sistema democrático. Pero la indecorosa prisa por conseguir el nombramiento de una nueva jueza ultraconservadora, Amy Coney Barrett, a la Corte Suprema antes de las elecciones corre el riesgo de hacer que el máximo órgano judicial del país parezca un instrumento más de la política partidista. Trump ha insinuado seriamente que espera que Barrett incline a su favor cualquier decisión sobre las elecciones.

En el año 2000, Al Gore, el candidato demócrata, estaba listo para aceptar un fallo de 5-4 de la Corte Suprema en su contra y a favor del republicano George W. Bush. No hubo protestas públicas de importancia. Pero parece poco probable que los demócratas acepten pasivamente otra derrota impuesta por la corte si consideran que las quejas de los republicanos son falsas y que la corte ha sido 'llenada' por los republicanos.

La indignación del partido demócrata se acentuaría si Trump perdiera el voto popular, pero obtuviera la victoria mediante los colegios electorales, los cuales cuentan los votos estado por estado. Ese sistema, que solía parecer una encantadora peculiaridad histórica, ahora parece cada vez más un dispositivo para frustrar la opinión de la mayoría. Si se combina con la sobrerrepresentación de los pequeños estados de tendencia republicana en el Senado —el cual a su vez confirma a los jueces de la Corte Suprema— tenemos una receta para una crisis de legitimidad en la democracia estadounidense.

Cualquier acontecimiento de este tipo también sería una profunda crisis para los aliados y admiradores de EEUU. La afirmación del país de ser "líder del mundo libre" no es sólo un ejercicio de vanagloriosa autocomplacencia. Las democracias del mundo sí recurren a EEUU en busca de apoyo, liderazgo e inspiración.

Cuando los esfuerzos de promoción de la democracia fracasan en Egipto o Iraq, es una tragedia para el país en cuestión. Si fracasa la democracia en EEUU, será una tragedia mundial.

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