Leonardo Carreño

La enorme irresponsabilidad de hacer ruido y avivar la tensión en medio de una crisis

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27 de marzo de 2020 a las 13:20

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Estamos en el día 15 desde la confirmación del primer caso de coronavirus en Uruguay. La newsletter EnClave de hoy, trae como contenido exclusiva la Semana Traducida para analizar los últimos siete días de la politica local y nuevamente, el tema es excluyente es el Covid-19.

 

La segunda semana viral, traducida 

 

Volvé solo cinco días atrás. Recordá qué comentaba tu entorno en los grupos de WhatsApp, qué leías en los medios, escuchabas en la radio y la TV y qué veías en las redes sociales. Si no te acordás, te ayudo: discutimos como sociedad si debíamos ir a una cuarentena obligatoria o no. Y muchos, muchísimos, cuestionaban al gobierno por irresponsable al “no priorizar la salud por sobre la economía” y por no cuidar a su población. Hasta el expresidente Tabaré Vázquez salió en ese tono, en una entrevista en la que nadie le preguntó cómo su gobierno preparó –o no preparó– al país para la pandemia que se venía. Eso fue hasta el lunes de noche, momento en que el presidente Luis Lacalle Pou se paró frente a todos los uruguayos –que por estos días provocan picos de audiencia en los portales digitales y en la TV para escuchar y leer las conferencias del gobierno– para argumentar sus medidas. En definitiva, corrió a sus críticos por izquierda: 

Leonardo Carreño

 

“Quien propone el aislamiento social general debe estar dispuesto a aplicar las medidas que llevan al desacato y que tienen una pena. ¿Alguien está dispuesto a llevar detenido a quien sale a ganarse el peso, no para la semana, para el día?”. 

 

Además, al otro día, el Poder Ejecutivo tomó medidas para aumentar el aislamiento: le otorgó un subsidio a 55 mil mayores de 65 años que aún trabajan para evitar que deban salir de sus hogares. Luego de esa argumentación y esa decisión, aunque hay gente que sigue discutiendo la cuarentena obligatoria, la tensión bajó radicalmente.

 

Ello no implica que las críticas al gobierno por el manejo de la crisis hayan desaparecido. Por el contrario, parecieron intensificarse. Muchos de los que lo cuestionaban por no mandar a todo el mundo a su casa a encerrarse sin trabajar (y por tanto en el caso de los privados sin cobrar o cobrando muchísimo menos) empezaron a criticar al Poder Ejecutivo porque hay gente que la está pasando mal por la crisis económica y laboral que generó el aislamiento y entienden que se estaban tomando pocas medidas económicas. A nadie le pareció una contradicción. Al frente de esos reclamos estuvo el PIT-CNT, que el miércoles organizó un cacerolazo. El principal argumento de los líderes de la central sindical el lunes 23 cuando anunciaron la medida, fue que el viernes 20 le habían enviado a Lacalle una carta con propuestas y no habían tenido respuesta. Estamos hablando de tres días antes, en medio de una crisis sanitaria, económica y social. Mientras tanto en el ámbito político la izquierda, o al menos parte de ella, no dio tregua. Es cierto que algunos dirigentes del Frente Amplio elogiaron las medidas del gobierno, pero otros no pararon de criticar. Hay diferencias internas sobre el tema

No está mal que la oposición controle y que el PIT-CNT reclame. Como tampoco está mal que nosotros, los periodistas, cumplamos en medio de una crisis, más que nunca, el rol de perros guardianes, algo que hay quienes no entienden. Por eso es importante que informemos por ejemplo de los repetidos errores de comunicación interna y externa del MSP, que han contribuido a la confusión de los médicos, que son quienes están en la primera línea contra el virus. El problema no es la crítica, el marcar los errores o las propuestas alternativas. Lo más complicado está en el clima que se está generando. 
Cuando la coalición ganó las elecciones, uno de los análisis más evidentes era que el gran problema que tendría –además de la necesaria y constante búsqueda de acuerdos internos– sería cómo enfrentar posibles conflictos sociales ante la puesta en práctica de los planes que prometió en la campaña. Si la izquierda quiere, con su fuerza en los sindicatos y en el Parlamento (y también generando clima de opinión en los medios y en las redes sociales), puede complicarle mucho la vida al gobierno. El solo ejemplo de estos días de las ollas populares en comités de base del FA (sin decir que son organizadas por militantes frenteamplistas) muestra la fuerza de movilización que tiene el partido en los barrios.
El riesgo de empezar a organizar a la sociedad para “resistir”, como han dicho algunos dirigentes, es un caldo de cultivo peligroso porque puede derivar en ciertas inestabilidades políticas, como las que veíamos en la región, sin ir más lejos en Chile. Sin embargo, en la transición esos temores parecieron disiparse. La relación entre el gobierno y la central sindical empezó muy bien. Hasta que llegó el coronavirus

 

→ En ese sentido se vio a los dos actores (políticos y sindicatos) jugando duro en estos últimos 20 días. Lo más evidente fue el cacerolazo del miércoles, que en Montevideo se sintió fuerte en muchos barrios. Lo más complicado del episodio fue todo lo que ayudó a profundizar la grieta entre los ciudadanos. En mi barrio lo vi con mis propios ojos. Personas caceroleando y otros respondiendo con aplausos y el himno a todo volumen. Cuando los críticos golpeaban más fuertes las cacerolas, los defensores del gobierno subían también su intensidad. Hasta gritos y fuegos artificiales se escucharon. Nada bueno como señal ver a un país así de partido en días tan complejos.

Tal vez el mejor análisis al respecto lo escuché de un exsindicalista:

"Anoche la brecha no era entre ricos y pobres. Era entre vecinos. En mi cuadra había alguien que caceroleaba y otro que puso el himno. Los dos tremendos vecinos y laburantes. Generar esta situación no acumula. Ya habrá tiempo para agarrarse a las piñas con este gobierno. Hoy es tiempo de acumular. El reclamo es genuino, pero es inoportuna la medida. Hoy es tiempo de espalda con espalda contra el virus. Nadie va a querer heredar un país con un montón de muertos y una crisis económica".
Richard Read, en canal 4.

Del lado de los políticos del FA también se vieron actitudes de buscar la crítica por la crítica misma. Dos ejemplos muy infantiles solo como muestra. El lunes de noche las redes ardían con críticas a Lacalle por cómo se refirió a una periodista: “Si me lo pedís así, no puedo decir que no”, le dijo el presidente a quien le solicitaba una pregunta más. Lo trataron de baboso, machista, etc, etc. La periodista aclaró esa misma noche en redes sociales que el presidente había sido “respetuoso” y que la frase vino a cuento porque ella le imploró con gestos de ruego que la habilitará para preguntar. A la mayoría no le importó la aclaración. Es que podía ser eso o cualquier otra cosa lo que criticaran: el objetivo era cuestionar al mandatario luego de una conferencia en la que nuevamente había comunicado muy bien. Esa actitud no solo se vio en las redes: la expresidenta de Secundaria, Celsa Puente, escribió un artículo en el semanario Voces en el que sacó totalmente de contexto una respuesta del presidente para criticarlo. Ante las críticas políticas partidarias, Lacalle dijo que no las contestaría porque no estaba para “hacer política, sino para gobernar”. Puente, junto a otra militante del FA, lo cuestionó por “gobernar sin política”. Claramente no era lo que estaba diciendo el presidente, sino que no haría política partidaria de este asunto.

 

→ Pero ¿solo la oposición y los sindicatos aportaron al clima de tensión? Tal vez ellos lo hicieron por la acción, pero el gobierno lo hizo por la omisión. Si bien el secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, ha mantenido un diálogo constante con sindicalistas y políticos, al gobierno le ha faltado dar señales más claras de que procura un pacto político y social más fuerte. Lacalle debe hacer todos los esfuerzos para blindarse. El Frente Amplio como partido, más allá de la actitud de muchos dirigentes y militantes, le tendió la mano. El gobierno aún no respondió. Un asunto que dificulta el diálogo es la falta de interlocutores de peso en la izquierda. El Frente Amplio no tiene muy claros sus liderazgos. ¿Con quién hablar? ¿Daniel Martínez? ¿Yamandú Orsi? ¿Carolina Cosse? ¿Mario Bergara? ¿O los viejos líderes: José Mujica y Tabaré Vázquez? Por ahora el gobierno eligió la vía institucional y el relacionamiento es con el presidente del FA, Javier Miranda. Pero su peso es muy reducido: debería apelar a un diálogo con quienes tienen más fuerza, y el problema es que no está claro quiénes son.

 

→ Otro problema que tiene la coalición es que hacen falta escuderos para Lacalle. Por ahora el único que asumió ese rol es el expresidente Julio María Sanguinetti, que ha utilizado todos sus recursos para defender al gobierno. Pero Sanguinetti tiene 84 años y en los últimos días se recluyó en su casa, aunque eso no le impidió defender a Lacalle. El líder colorado, Ernesto Talvi, ha tenido un rol fundamental en esta crisis pero como canciller. Se puso al hombro la repatriación de uruguayos y viene gestionando muy bien la parte de la crisis que le corresponde. No ha tenido espacio para cumplir su rol más político en defensa del gobierno. En el Partido Nacional ningún actor asumió el liderazgo necesario. Jorge Larrañaga el lunes sí salió a defender las medidas y la vice Beatriz Argimón lo hizo al otro día con declaraciones contra el PIT-CNT, pero ambos podrían asumir un papel más activo. Juan Sartori está desaparecido. El otro peso pesado de la coalición, Guido Manini Ríos, como analizamos la semana pasada, jugó más como un problema que como una ayuda para el gobierno.

 

→ Hubo un asunto de la semana en que Manini sí aportó al gobierno: el tratamiento de los funcionarios públicos. Cabildo Abierto presentó un proyecto para topear los sueldos de los estatales durante la crisis. Lacalle se paró sobre esa idea e hizo una propuesta más agresivaA la luz de la reacción en privado –pero viralizada– del dirigente del PIT-CNT Gabriel Molina, la jugada fue maestra. Embretó a los públicos y consiguió el apoyo de buena parte de la izquierda. Esta medida tiene algo de justicia: trabajadores y empresarios privados están pagando el costo de esta crisis con miles de envíos al seguro de paro y caídas muy fuertes en sus negocios. Los públicos, e incluso algunos de ellos sin ir trabajar, siguen cobrando su sueldo íntegro. Lo mismo que pasó en la crisis del 2002. Con esto, aunque sea en parte, algo de esa injusticia se salda.

Además, en las últimas horas ese hecho activó otro foco de tensión política, tanto con el Frente Amplio como con el sindicalismo, que promete durar unos días: el retruque de la izquierda es que se debería también cargar impositivamente a los más ricos para que aporten a paliar la crisis.

De lo que no queda duda es de que, lejos de cerrar grietas, la propuesta del gobierno es una medida que generará más conflictos.

 

Soy Gonzalo Ferreira, editor jefe de El Observador. Podés escribirme a este mail por sugerencias y comentarios. Muchas gracias por llegar hasta acá.

 

 

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