Las soluciones de la era digital van de la mano de la velocidad de los trastornos que nos provocan

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La era digital y la infomanía llegaron para quedarse con todos sus trastornos

Las soluciones de la era digital van de la mano de los problemas y patologías que provocan. Ya hay ciudades que en su diseño urbano instalan señales en el suelo para evitar los atropellos y las caídas a los andenes de los usuarios de teléfonos móviles
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03 de junio de 2022 a las 05:03

Es mucho más común escuchar smartphone que teléfono inteligente entre los hablantes del español. Sin embargo el filósofo nacionalizado alemán y nacido en Corea del Sur Byung-Chul Hang brinda una serie de conceptos que dan vuelta el modo de pensar.

Hace ya cuatro años dio una cachetada al sentido común cuando llamó infómanos a quienes están –estamos- más pendientes de ese dispositivo tecnológico que de la vida en la naturaleza y el contacto con el resto de las personas. Es más, la infomanía ya forma parte de la vida social y la proyectamos como parte de la naturaleza.

Hang, buscando una metáfora con la religión católica dice que se convirtieron “en un rosario”. Más allá de las creencias, agrega que son “un instrumento de dominación” en infinidad de acepciones. No solo porque permiten moldear conductas sociales y políticas sino porque modifican las conductas cotidianas.

No faltan quienes hacen “dieta de Smartphone” estando en familia o en encuentros de amigos. En el siglo XX, era imprevisible que, apenas pasadas dos décadas del XXI hubiera unos dos mil millones de usuarios de estos dispositivos y que, en distintas latitudes y lenguas se encuentre con su pareja a cenar para mirar las pantallas en vez de conversar o de estar frente al sol y la naturaleza y en vez de contemplar y nutrirse de ellos esté enviando un mensaje de voz con la mirada estampada en el pequeño aparato.

Las soluciones de la era digital van de la mano de la velocidad de los trastornos que nos provocan. El filósofo coreano se mudó a Alemania y decidió estudiar ese idioma a través de textos filosóficos, principalmente de Martin Heidegger, que murió en 1976 y tuvo una vida atravesada por el liberalismo, el nazismo y las influencias de pensadores de izquierda no tradicional como el francés Jacques Derrida.

La filosofía estudiada con lentitud le permitió ver “no cosas” –título de uno de sus libros- y también a seres que en una metamorfosis –metafórica, valga la redundancia- del homo sapiens en phono sapiens.

Ya hay ciudades que en su diseño urbano instalan señales luminosas en el suelo para evitar los atropellos y las caídas a los andenes de los usuarios de teléfonos móviles que caminan mirando hacia la pantallita. Entre las patologías, en vez de dolores de espalda por cargar bolsas de papas, tenemos problemas de cuello por doblarlo hacia el aparato.

La revista científica The Lancet llama “whatsappitis” a una nueva dolencia en muñecas y pulgares por traquetear el teclado del aparato. Más delicado aún es que cada vez ejercitamos menos la memoria, que los niños y jóvenes no pueden concentrarse en clase. Y, dicho en criollo, perdemos calle: ya no sabemos orientarnos porque nos dejamos en manos de Google Maps.

¿Cuántos de los dos mil millones de usuarios de estos dispositivos llevamos el aparato a la cama? ¿Cuánto sabemos de cómo sus luces o ruidos perturban nuestro cerebro y alteran el sueño? Cuando estamos enganchados al móvil, ¿tenemos sólo modificaciones y alteraciones personales puntuales o nos está afectando como sociedad?

Ya no se trata de debatir si es una adicción solamente o apenas un uso abusivo, sino de entender que nuestra conectividad se da en un mundo en el cual la concentración de la riqueza en pocas manos avanza al tiempo que las migraciones por conflictos armados, desertificación y pobreza resultan alarmantes.

Oxfam es una ONG difícil de catalogar en un mundo donde se manipulan los datos. Surgió en 1942, en plena guerra, en la ciudad inglesa de Oxford para juntar fondos y recursos contra las hambrunas (famines en inglés). Del nombre de la ciudad y del espanto del hambre surgió esta entidad que este año cumple 80 años y está presente en muchísimos lugares con asistencia de distinto tipo.

Los encierros prolongados provocados por covid-19 aceleran los mecanismos para combatir la pandemia con recursos digitales pero también se agravan los problemas, ya que las empresas digitales acumulan poder en este escenario.

“Cada 30 horas la pandemia genera un nuevo milmillonario mientras que al mismo ritmo un millón de personas podrían caer en la pobreza”, puede leerse en el portal de Oxfam en un artículo que brinda datos respecto de los desafíos que los estados, las empresas y el conjunto de la especie humana tiene no solo para preservarse sino para evitar la catástrofe ambiental planetaria.

Podrá preguntarse si entre esos nuevos milmillonarios hay muchos surgidos de la sociedad digital o, al menos, que incorporan a sus empresas nuevas soluciones digitales.

Un dato a tener en cuenta es que la metamorfosis de la era industrial a la digital va acompañada de la transformación de las personas más acaudaladas del planeta.

La encabeza Elon Musk, con inversiones en rubros como satélites, autos eléctricos y plataformas digitales. Lo sigue Jeff Bezos, creador de Amazon y que se expandió a otros rubros. Luego Bernard Arnault, dedicado a artículos de lujo de diversa índole cuyas empresas crecieron con la economía digital. Luego están Bill Gates, Mark Zuckerberg y Larry Page, exponentes puros del mundo digital, creadores de Microsoft, Facebook y Google respectivamente.

Es decir, si hace medio siglo las principales fortunas eran de petroleros, banqueros y algún industrial, el mapa del poder económico viró de modo rotundo. La economía digital es, sin duda, la economía del conocimiento. Y, cabe agregar, de la transformación del poder.

Sería osado hablar en estas pocas líneas de cómo los Estados Nación juegan un rol distinto ante el crecimiento apabullante de empresas que cada vez requieren menos de esos estados y que, a su vez, esos estados requieren –y requerirían- cada vez más de las industrias del conocimiento.

Pero sería hipócrita no consignar la necesidad de que los inventos y patentes de esta nueva era requieren un debate para tomar decisiones respecto de la pobreza extrema o la necesidad de vacunas o de alimentos y, por supuesto, del cuidado del ambiente.

Mientras eso transcurre sin grandes buenas novedades, los estudios que tratan de identificar la gravedad del problema -a escala de los individuos- nos hablan de cuadros de ansiedad en quienes vivimos atados al phono sapiens. También de adolescentes con síntomas depresivos cuando se les veta el acceso a su mundo digital. Y de jóvenes que abandonan sus estudios y cuya dependencia psicológica hacia el aparato provoca deterioro familiar. De problemas de agresión, fobia, trastornos del sueño, soledad y aislamiento social.

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