Leonardo Carreño

La fascinación argentina por Lacalle Pou, un síntoma del debate político interno

El raid mediático del presidente uruguayo en Argentina calentó el debate político. Pero cuando los argentinos hablan de Uruguay, en realidad quieren hablar sobre ellos mismos

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25 de julio de 2020 a las 05:04

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Ya es un clásico de la política argentina: cíclicamente, se habla de Uruguay como país modelo y ejemplo a seguir, y aparece un político que es tomado como referente por una parte de la sociedad.

Está pasando ahora con Luis Lacalle Pou, de la misma manera que antes pasó con José Mujica y antes con Julio María Sanguinetti.

Los motivos pueden ser variados, aunque siempre tienen un denominador común: generar un contraste entre una situación virtuosa de Uruguay con una negativa de Argentina. Ahora, por ejemplo, se elogia la política uruguaya respecto de la pandemia, así como la posición firme de Lacalle respecto de Venezuela. Pero antes hubo muchos otros motivos que también llevaron al elogio por comparación.

Esto lleva a que los elogios sean pragmáticos y no dependan de un color partidario o una ideología.

Así, los liberales opositores al kirchnerismo no tuvieron empacho en elogiar a Mujica o a Tabaré Vázquez al señalar la apertura financiera y cambiaria en tiempos del cepo al dólar. También se elogió la política de fomento a la exportación agrícola que tuvo el Frente Amplio, como contraste con el conflicto por las retenciones a la exportación sojera que tuvo en vilo a Argentina hace una década.

De esa manera, cada uno usa la versión de Uruguay que más le conviene. Mujica puede ser un referente de la izquierda, del peronismo o de la derecha liberal, según de qué tema se trate. El antikirchnerismo le reconoció la actitud de haber correspondido a la invitación del entonces intendente Mauricio Macri en el bicentenario argentino, lo puso como ejemplo cuando dijo “Estamos embuchados de dólares” y le festejó cada una de sus frases polémicas –incluida la célebre “Esta vieja es peor que el tuerto”–.

Pero eso no implica que el kirchnerismo no use su imagen cuando le conviene.

Sin ir más lejos, en la última campaña electoral, Alberto Fernández eligió Uruguay como primer viaje tras confirmarse su candidatura, y visitó a Mujica en su chacra. Luego, lo invitó a Buenos Aires y compartió con él un acto ante un auditorio de estudiantes. Para los estrategas de campaña del peronismo, no había dudas: aparecer junto al ex presidente uruguayo “redituaba” desde el punto de vista electoral.

“Dame un presidente como Lacalle”

Ahora el gran referente de la política argentina es Lacalle Pou. Y tras su raid mediático en televisión, radio y diarios, los analistas advierten que la fascinación que despierta el mandatario uruguayo es el síntoma de un vacío de liderazgo en la derecha liberal luego de la derrota electoral del macrismo.

Sus frases han sido replicadas en las redes sociales por los principales economistas de tendencia liberal, que se lamentan por no tener un político argentino con esa capacidad de liderazgo. Todo lo cual ha llevado a las bromas políticas sobre que Lacalle es el nuevo líder de la oposición argentina. Y es una afirmación que no parece tan exagerada.

Apenas un ejemplo en ese sentido fue el editorial que hizo el periodista Alfredo Leuco, luego de haberlo entrevistado en la señal de cable TN. Leuco, un crítico acérrimo del kirchnerismo, lo puso como ejemplo de todo lo que debe tener un político de estos tiempos.

Y hasta llegó a hacer un paralelismo con una situación de 1985, cuando en plena corriente de simpatía hacia el peruano Alan García, el peronismo tenía un eslogan que decía “Patria querida, dame un presidente como Alan García”. El periodista recordó que García llevó a Perú a la hiperinflación y que tras su segunda presidencia se suicidó, acusado de corrupción. Entonces, parafraseando el eslogan de aquellos tiempos, Leuco dijo que habría que reinterpretarlo con la rima “Patria querida, no desmayes, dame un presidente como Lacalle”.

Otros editoriales y comentarios tuvieron tono similar. Semejantes muestras de fervor pueden sonar exageradas a los ciudadanos uruguayos, pero lo cierto es que así son los argentinos: de entusiasmos intensos, y a veces de desentusiasmos igualmente rápidos.

Lo curioso es que esa fascinación no ha sido patrimonio exclusivo de los macristas, sino que también el gobierno tomó nota del tema, lo cual quedó en evidencia cuando, para la determinación de la nueva fase de la cuarentena flexible, los funcionarios argentinos apelaron a la expresión “libertad responsable” que popularizó Lacalle.

También se notó un cambio de actitud en la política regional, donde el gobierno –para irritación del kirchnerismo duro– se sumó a las voces críticas sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela.

Captura Youtube

Es notorio el contraste entre el efecto que genera en Argentina el presidente Lacalle y el que generan, por ejemplo, el brasileño Jair Bolsonaro y el chileno Sebastián Piñera. En el entorno de Alberto Fernández tienen claro que cualquier polémica o actitud que se diferencie de estos dos mandatarios resulta beneficiosa políticamente, y eso ha quedado en evidencia cuando el mandatario argentino compara datos sobre la pandemia o indicadores económicos respecto de esos dos países.

En cambio, cuando se trata de Uruguay la crítica se modera notoriamente. En el plano personal, Fernández recuerda siempre que tiene un vínculo amistoso con Lacalle Pou y su familia. Y en lo político, sus críticas son tibias, como por ejemplo cuando comentó respecto de la iniciativa uruguaya por favorecer la radicación fiscal de argentinos: “Tengo la impresión que a Uruguay le costó tanto salir de ese mote de paraíso fiscal que volver a caer en eso me parece que no es una buena idea”.

Emigrados célebres y tensión empresaria

La invitación de Lacalle a considerar la mudanza se ha convertido en un tema recurrente en los medios de comunicación argentinos. Casi a diario, algún experto tributario explica cómo se debe realizar la tramitación y analiza los pro y los contras de esa decisión.

Los estudios contables dicen que están recibiendo una ola de consultas al respecto. Y ese interés se ve reforzado por casos célebres de mudanzas, como la de Marcos Galperín, fundador y CEO de Mercado Libre, que hace pocos meses se radicó en Montevideo.

Galperín es un personaje polémico en Argentina. Para algunos, la encarnación del país moderno y con empuje empresarial, porque su empresa –la más valiosa de Argentina, cotizada en US$ 50.000 millones– está entre las 40 que más crecieron en el mundo durante la pandemia. Pero para otros es un oportunista que pide del Estado beneficios fiscales inmerecidos y que practica formas de precarización laboral.

Lo cierto es que en Argentina hay otra vez un estado de hipersensibilidad respecto de la hostilidad gubernamental para los negocios. Al conflicto continuo que Mercado Libre vive con reguladores y sindicatos, se suma la intentona por expropiar Vicentin, la mayor cerealera de capital nacional, y ahora surgieron versiones sobre que el kirchnerismo quiere reestatizar la eléctrica Edesur –de capitales italianos–.

GUSTAVO SAITA / AFP

Ese es el contexto en el que los opositores al gobierno miran la tradicional apertura comercial y calidad institucional uruguaya y ven a Lacalle Pou como representante de una corriente política racional, pro empresas y en sintonía con la globalización.

Una tradición argentina

Pero lo que tal vez sea difícil de captar desde Uruguay es que cuando los argentinos hablan de Uruguay, en realidad no hacen otra cosa que polemizar sobre su propio país. La realidad es que el argentino promedio está muy desinformado sobre la situación interna uruguaya y solo se maneja con imágenes estereotipadas.

Por caso, cuando ocurrió el recordado incidente de Jorge Batlle y el micrófono abierto –cuando dijo “Los argentinos son una manga de ladrones, del primero al último”–, casi no hubo un periodista que pudiera pronunciar correctamente su apellido.

Las menciones a Uruguay en la política argentina suelen corresponder a un concepto idealizado de país con buen nivel educativo y de firmes principios republicanos y, en general, donde predomina la sensatez. Es decir, lo opuesto a como los argentinos se ven a sí mismos. Algunos lo ven como ejemplo de legislación progresista, mientras que otros lo consideran una isla apertura económica.

Esa polémica suele incluir los debates históricos, como cuando Cristina Kirchner reivindicó la figura de José Artigas –en clave de izquierda latinoamericana– y causó cierto revuelo al plantear su condición de “argentino de la Banda Oriental”.

En ese debate sobre revisionismo histórico también participó Julio Sanguinetti, que es un columnista y entrevistado habitual en los medios argentinos. El ex presidente uruguayo, admirado unánimemente por la intelectualidad argentina, suele opinar sobre el pasado y la actualidad política con un grado de libertad que difícilmente se aceptaría, a la inversa, hacia un político argentino hablando sobre Uruguay.

De manera que la situación actual de fascinación con Lacalle Pou no es una excepción sino más bien una continuidad en esa actitud tradicional argentina de buscar en Uruguay referentes en los momentos de crisis.

Es una actitud que no debe confundirse con un deseo de cambiar de residencia, por más facilidades fiscales que haya. La realidad es que por más que los argentinos hablen bien de Uruguay, hay apenas unos 30 mil residentes, mientras que la cifra de uruguayos en Argentina es cinco veces mayor, aunque casi ningún oriental hable con admiración de este país. 

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