La foto que no se ve de las familias en cuarentena

El estrés, el cansancio y la sobrecarga de las mujeres con las tareas no remuneradas: ¿cómo llevan los hogares uruguayos estos meses de convivencia 24/7?

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30 de mayo de 2020 a las 05:02

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Son las seis de la tarde de un viernes y Ana respira con alivio. Ya pudo cerrar su computadora, aunque en breve le va a llegar un mensaje y volverá a abrirla. En ese mismo instante, Raquel está a los gritos desde otra punta de Montevideo. Ya no encuentra forma de lidiar con sus nervios. Tomás llora porque no le funciona la conexión con su ceibalita y tiene que hacer los deberes. “Estoy podrido”, dice en otro rincón del mapa Agustín, que este año empezó el liceo y no sabe cómo lidiar con tantas materias. Además, extraña el fútbol. Jorge todavía no sabe cómo se lo va a contar a María, pero después de haberse pasado los dos últimos meses trabajando casi todo el día desde su casa, su jefe le acaba de avisar que está despedido. Al mismo tiempo, todos ellos reciben la misma imagen. En la tele, en las publicidades de Instagram o en ese maldito mail promocional. Ahí está. La familia feliz jugando, la familia feliz cocinando, la familia feliz mirando una película en el confort del living. El hogar perfecto que se muestra radiante en este tiempo en casa.

“Debemos tener cuidado con la publicidad almibarada sobre la cuarentena, donde se muestran familias felices, donde los padres (hombres) juegan y cuidan a sus hijos”, advierte la socióloga y docente de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Mónica de Martino, y explica que estos mensajes suelen transmitir un ideal “sumamente alejado de la realidad”.

En la misma línea, la psicóloga Cecilia Cracco –directora del Departamento de Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad Católica– afirma que no se debe romantizar la cuarentena. “Se insiste en esto de quedarse en casa y del disfrute, pero estos mensajes pueden tener un efecto negativo”, dijo la profesional y puntualizó que esas señales aumentan la frustración. “No solo que la estoy pasando mal, si no que suena esa idea de que tendría que estar pasándola bien y aprovechando el tiempo para hacer esto o lo otro”, ejemplificó.

El estrés, el desgaste y la incertidumbre priman en gran parte de las familias uruguayas. Por eso para Cracco, el mensaje más sensato es decir que “estamos haciendo lo que podemos”, porque “estamos viviendo una circunstancia para lo que no nos pudimos preparar”.

Los primeros días de la cuarentena, que en Uruguay fue flexible, las preocupaciones en torno a lo económico y el miedo sanitario se matizaron un poco con las imágenes y posteos recargados de hashtags optimistas. En el mundo acaramelado de las redes sociales, el confinamiento se pintó como el escenario perfecto para convertir el fracaso en oportunidad, compartir tiempo en familia, ordenar el ropero y clasificar las medias, leer mil libros y aprovechar para hacer todo lo que no se hizo antes. Pero la realidad no era tan disfrutable y el exceso de optimismo agota y frustra a quienes, como dice Cracco, no la están pasando nada bien.

“No es que cuando retomemos nuestras actividades usuales vamos a volver con todo. No estuvimos de vacaciones. Todos están denunciando una sobrecarga y un grado de estrés importante”, advierte la psicóloga y señala que después de estos meses los niños, adolescentes y adultos pueden terminar muy agotados. Porque las tareas de los estudiantes no cesaron y varios tuvieron que adquirir cierto grado de independencia desconocido, porque buena parte de los adultos perdió su fuente laboral, porque el homeoffice significó para varios un aumento considerable de horas de trabajo, porque la presión sobre madres y padres es cada vez mayor. 
 

El trabajo y la escuela en casa
El viernes 13 de marzo la escuela era la escuela y el trabajo el trabajo. El lunes 16 los límites se hicieron añicos y los hogares, en su gran mayoría, pasaron a ser multifuncionales. La frontera entre lo público y lo privado se volvió difusa. La convivencia entre los miembros de la familia se intensificó y la posibilidad de pasar tiempo afuera o en solitario quedó limitada.
Y el homeoffice de los padres con niños chicos es todo un dilema. Mientras que a un niño grande el adulto le puede explicar que en determinado horario está trabajando y no puede atenderlo, “a un niño chico es inviable hacerle entender que no puede interrumpir porque estás en casa pero trabajando”, explica Cracco y agrega que eso genera cargas de estrés gigantes en los padres, que quieren cumplir con su trabajo sin fallarles a sus hijos.
La especialista dijo también que para muchos padres este escenario implicó una carga nueva al tener que apoyar, sostener y explicar tareas de la escuela. De esa forma, el confinamiento se presentó como la posibilidad de que los adultos puedan acercarse a aspectos de la vida de sus hijos que quizá antes se escapaban –porque la división con la escuela estaba mucho más marcada–. Y, a la vez, a los hijos les tocó saber un poco más qué es lo que hacen sus padres, qué tanto espacio le dan al trabajo y qué tanto lo disfrutan, por ejemplo.
Por otro lado, la intensidad en la convivencia sacó a relucir otra contradicción. Cracco cuestiona, ¿”qué tan solos quedamos?”. Porque, de cierto modo, en algunas familias aparece el sentimiento de que nunca se estuvo tanto tiempo en casa pero tan separados. “Cada persona está muy demandada y puede haber menos intercambio del que se lograba preservar cuando las personas volvían a casa del trabajo o estudio”, afirma la psicóloga.
 
 

No todos tienen las mismas condiciones de juego

Para el presidente del Colegio de Sociólogos de Uruguay, Miguel Serna, los posibles impactos del confinamiento están sujetos, por un lado, al tipo de hogar. El sociólogo separó los hogares unipersonales de los que están conformado por más de una persona. 

En el primer grupo, que corresponde a la realidad de uno de cada cinco hogares según Serna, los posibles riesgos pueden tener que ver con la vulnerabilidad vital: “Son adultos y adultos mayores que pueden verse afectados por el encierro. Y no tenemos que olvidarnos de que Uruguay tiene un altísimo promedio de tasas de suicidios, por lo que estos hogares tienen más vulnerabilidad en contextos de este tipo en relación con los otros”. 

En tanto en los hogares en los que conviven dos o más personas, la vulnerabilidad se relaciona más con lo social. “No es tanto el riesgo del aislamiento sino de la sociabilidad restringida, la hiperconexión social y la forma en la que se afectan los ingresos, así como también la distribución dentro del hogar del trabajo no remunerado –como las tareas domésticas y cuidados de menores– pasa a ser un tema central”, explicó el sociólogo.

Pero las variables que pueden incidir en los impactos del confinamiento sobre las familias son varias. Cuántos individuos viven en una casa, cuáles son sus edades, cómo se relacionaban antes de la cuarentena, cómo son sus vínculos, y así sucesivamente. Pero, más allá de las individualidades, hay una realidad que rompe los ojos: las reglas del juego son brutalmente desiguales. No todos los hogares se constituyen en condiciones materiales de existencia dignas. 

Por su parte, De Martino subrayó que ningún cambio cultural y sociopolítico se procesa y cataliza en dos meses y que, en todo caso, la cuarentena flexible en Uruguay puso de manifiesto la realidad que existía. “La violencia doméstica y la de género y las conductas abusivas hacia niños, niñas y adolescentes continúan existiendo bajo esta cuarentena, así como la asignación asimétrica de las responsabilidades y roles según género, de manera tal que las mujeres y el mundo infantil y adolescente continúan siendo los universos subordinados”. “La familia puede ser el cielo o el infierno, y esto no lo cambia una cuarentena, que colocará alguna dificultad cuando es un cielo y profundizará el infierno”.

“Existe una mirada  dramática que convive con otra sumamente romántica y peligrosa, que es la de endiosar la cuarentena como cuna de actitudes solidarias y de una cultura uruguaya donde todos somos hermanos del otro.  Esto renovó el mito de la solidaridad de Uruguay", dijo De Martino.

La brecha

Lamentablemente, no es novedad que las mujeres cargan con más horas de trabajo no remunerado en relación con los hombres. Sí, se han logrado cambios. Sí, cada vez se conforman más hogares que buscan una distribución paritaria de las tareas. Sí, la reflexión con perspectiva de género vive y lucha. Pero los números caen por sí solos. Incluso en un contexto donde podría considerarse que hombres y mujeres están bajo las mismas condiciones, las tareas asociadas a los cuidados y el mantenimiento doméstico siguen recayendo en la población femenina.

Los estudios que se hicieron en el país y las voces de otros alertan de la sobrecarga de trabajo en las mujeres. Resulta que la lucha por lograr una mejor equidad está lejos de ser un tema solucionado y en estas condiciones queda todavía más en evidencia. La psicóloga alertó que estos también son tiempos en los que los hijos están aprendiendo mucho de cómo los padres organizan las tareas domésticas y que, si ven que el trabajo doméstico le corresponde a la mujer, van a tomar eso como un modelo. “¿Van a ser solo las niñas de la casa a las que les vamos a pedir más cosas que a los varones? ¿Lo vamos a hacer de forma equitativa? ¿Los vamos a involucrar para que sientan que pueden colaborar?”, cuestionó la profesional.

En la encuesta Niñez, uso del tiempo y género, que impulsaron Unicef y ONU Mujeres y que publicó hace unos días Opción Consultores, se constató que la brecha de género sobre tareas no remuneradas casi no disminuyó en promedio con el nuevo escenario que pintó la pandemia. En el nivel educativo alto, la brecha pasó de ser de 43% a 30%, en el nivel medio bajó de 89% a 71% y en el nivel educativo bajo subió de 80% a 110%.

Serna explicó que en la encuesta las mujeres declaran estar trabajando en la casa  30% más de lo que lo hacían antes del covid, pero en los varones la relación es inversa. Y son las mujeres las que expresan mayor disconformidad y críticas respecto a las posibilidades de combinación entre trabajo remunerado y cuidados.

El presidente del Colegio de Sociólogos explicó que, si bien las tareas domésticas recaen más sobre las mujeres, la brecha no se comporta igual según los niveles educativos y de ingreso. “En los más altos esa brecha se disminuye, las mujeres tienen un tercio más de esas tareas en relación con los varones”, apuntó el sociólogo y vincula esos datos con los cambios sociales y estructurales de las últimas cuatro décadas. “La mujer ha ido aumentando su nivel de autonomía material y simbólica a través del sistema educativo. Eso le ha hecho ejercer esa autonomía dentro del hogar y distribuir tareas que antes quedaban en manos de ellas. Eso explica por qué en niveles medios y altos esas posibilidades son mayores”, agrega.

En contrapartida, De Martino indicó que las familias con menos recursos económicos, culturales y vitales serán las que se encuentren en situación de desventaja para colaborar con sus hijos  en las tareas escolares y con menos recursos vitales para recrear situaciones de intimidad de manera creativa (juegos, narraciones, construcción de recuerdos o de trayectorias familiares a través de fotos, por ejemplo). De Martino entiende que se le otorgó una “capacidad innovadora excesiva” a la cuarentena, porque, aunque pueda cambiar la cotidianidad, no cambiaron los patrones culturales arraigados. “Se habla de nueva normalidad, cuando el criterio de lo normal es sumamente cuestionable. ¿La familia se transformará en todos los casos en un lugar de felicidad? No creo”, cuestionó la académica.

La socióloga dijo que de acuerdo con la información que recibió por parte de operadores de campo, en los barrios de contexto crítico existen grandes niveles de soledad, agresividad y un sentimiento de que fueron dejados de lado por parte del Estado. Para De Martino hay un punto clave en todo este asunto de la cuarentena y su teorización: “Existe una mirada dramática sobre una serie de medidas que si bien redujeron nuestros ámbitos vitales no nos obligaron a vivir estrictamente confinados ni en ciudades fuertemente cerradas. Y esta mirada convive junto a otra sumamente romántica y peligrosa, que es la de endiosar la cuarentena como cuna de actitudes solidarias y de una reencontrada cultura uruguaya donde todos somos hermanos del otro. Esto ha permitido renovar el mito de la solidaridad de Uruguay”.

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