Tuve esta semana la agradable oportunidad de compartir con estudiantes de primer año de Agronomía algunas reflexiones sobre mis 25 años como docente. Lo primero a destacar es que si uno anda pisando los cincuenta, como quien esto escribe, es analógico y del siglo pasado. De nada sirve que nos esforcemos en mantenernos actualizados: seguiremos siendo del siglo pasado. Nuestro “disco duro” afectivo y profesional se formateó antes de internet. Una época en donde lo más importante era buscar las respuestas correctas a unas pocas preguntas relevantes (estables y previsibles). Para los jóvenes de hoy, el juego es otro.
En primer lugar hoy es posible tener “la información en la punta de los dedos”. Literalmente a un toque de pantalla está toda la información relevante para la profesión en esa súper biblioteca de Alejandría que es internet. Lo verdaderamente importante ahora es que los jóvenes sepan cuáles son las preguntas relevantes y para resolver qué tipo de problemas. Quien domine ese arte tendrá más de la mitad del camino andado.
En segundo lugar los padres debemos entender que los jóvenes de 20 años de hoy se han formado sin miedo a la crisis económica: mitad de su vida, desde que dejaron de ser niños, han visto al país crecer a más del 5% al año. Es interesante: el enfriamiento actual a valores del 3-4% nos parece amenazante. ¡En buena hora estamos aprendiendo a no resignarnos a mediocres 3%, debemos aspirar a mucho más! Los jóvenes digitales deberán tomar ejemplo de cómo hacen países con rentas como las nuestras (US$ 15-20 mil por año) para crecer a tasas de 6% u 8%. No los asustemos con catástrofes que quizás no ocurran: estimulémoslos a que no se conformen.
Un tercer aspecto que me interesa resaltar es el tema de la responsabilidad y la capacidad personal de estos muchachos para asumir desafíos. Es totalmente falso que un joven de poco más de 20 años no puede asumir grandes responsabilidades: están biológicamente preparados para ello, porque sus “baterías” procesan de mejor manera el estrés que quienes los doblamos en edad. Hay un conocido frigorífico local, perteneciente a la mayor empresa mundial de producción de proteínas, que es dirigido por un muchacho de esa edad. ¿Superdotado? Bueno, seguramente fue formado para asumir tempranamente grandes responsabilidades. ¿No deberíamos diseñar nuestros sistemas educativos para que nuestros hijos y nietos puedan alcanzar metas exigentes a edades tempranas? Esto no quiere decir que no aprovechemos plenamente a quienes tienen 40, 60 o aun 80: la capacidad profesional de una persona puede extenderse por largos períodos, si se continúa aprendiendo y el cuerpo aguanta. Lo que estoy destacando es que quizás el único camino para que nuestro país termine de romper su ancla con el pasado es que dejemos de abusar del latiguillo de “la importancia de los jóvenes” para abrir espacios reales a los “jóvenes de importancia”. En todas las posiciones jerárquicas, en todo el espectro de actuación profesional. Me animaría a hacer una profecía: este país no crecerá consistentemente por encima del 6% hasta que esto no suceda. Hay muchas oportunidades de negocios que solo la generación digital podrá aprovechar. Se precisa coraje para asumir riesgos y paciencia para esperar resultados que pueden demorar más de una década: ¿qué veterano tiene el ánimo y las condiciones para realizar esas apuestas? Aviso a los navegantes: la sucesión en la empresa familiar sigue siendo un asunto de primera magnitud, quien lo resuelva correctamente recogerá toda la fuerza de estos jóvenes.
El último punto sobre el que reflexioné en la charla fue el de algunos “imposibles criollos”. Alguien preguntó sobre el ferrocarril y mi respuesta fue la de siempre: se precisa coraje y generosidad. Hay que “enterrar” US$ 1.000 millones (por poner una cifra que impresione) en vías, máquinas y sistemas de gestión. Además hay que reformar el marco legal de trabajo entre públicos y privados. Todo sorteando el lobby de los que ya han estructurado sus negocios “sin ferrocarril”. Hasta ahora hemos golpeado la misma tecla: paños tibios. Nada cambia así, esto requiere coraje (para pagar los costos políticos) y generosidad para pensar en los que disfrutarán esto en todo el siglo XXI.
Otra asistente a la charla (docente, productora familiar de cerdos) se interrogaba sobre el futuro de las carnes en Uruguay. Básicamente sobre si la excelencia lograda en carne vacuna, donde claramente estamos en el podio, podría derramarse o ayudar a estructurar otras cadenas (ovina, pollo, cerdo). ¡Qué desafío más significativo para las políticas agropecuarias del futuro! El benchmarking es claro: hay que alcanzar a Dinamarca en cerdos, a Nueva Zelanda en ovinos y quizás a Brasil en pollos. Y a Uruguay en carne vacuna, una gran escuela. Desafío para los políticos y estrategas de negocios: recuerden que los jóvenes agrodigitales del Uruguay están esperando esos retos, permitamos que expresen todo su potencial.
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