Diego Battiste

La gran pregunta para el 25 de noviembre

Gane Lacalle o Martínez, hay un desafío de gobernabilidad por la canalización democrática de la insatisfacción y el descontento, sea genuina o sin fundamento

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16 de noviembre de 2019 a las 05:01

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En clima de insatisfacción general, un malestar irritante, una fatiga impositiva y una desvalorización de la democracia y del sistema político, confluyen en un desafío complejo para el próximo gobierno que surgirá de la elección del domingo 24.

Eso se complica más por una economía estancada en lo general y con recesión en varios sectores; una inversión en baja desde hace años; un nivel de empleo que se contrae, que puede rebotar con UPM2 y obras pendientes en infraestructura vial y educativa, pero sigue con restricciones para decenas de miles de personas, y una caja del gobierno con saldo rojo persistente y deuda creciente.

La asunción de un nuevo gobierno, sea del mismo o diferente color del que sale, siempre reanima expectativas. En este caso las encuestas sobre expectativas, tanto de empresarios como de consumidores, muestran que hay una mirada con cierto nivel de esperanza, sin que eso pueda calificarse de optimismo.

Además, el espejo de Latinoamérica muestra la impaciencia de los desconformes, de los insatisfechos, los irritados, que se da entre los que están realmente necesitados y también entre otros que quieren cambiar las cosas porque no les gustan como están, y piensan que una constitución o una ley genera bienestar por sí solas.

Ahí radica uno de los principales desafíos del nuevo presidente, sea Luis Lacalle Pou o Daniel Martínez, que lidiará entre problemas a resolver –y todos parecen urgentes a la vez–, restricciones financieras, ansiedad de resultados inmediatos, y manejos políticos de unos y otros por la mirada hacia 2024.

Tanto para los que estén en el gobierno como para los que sean oposición, no habrá 2024 sin 2020, por lo que más allá de estrategias a largo plazo, que siempre se tejen en el ámbito partidario, la prioridad de la democracia uruguaya estará en atender problemas que exigen solución temprana, y en hacerlo en un clima de gobernabilidad, sin caer en la confrontación irracional de otros países.
 

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Dos candidatos van a segunda vuelta, uno que obtuvo 39% y otro con 28,6%.

El más votado no había tendido puentes con otro partido y se quedó sin potenciales socios, por lo que si Martínez ganara, precisaría armar una alianza, que hoy parece improbable, o negociar proyecto por proyecto.

El segundo ya tenía pre-acuerdos y coincidencias con otros, por lo que si gana Lacalle Pou, cuenta con una alianza de 18 votos en 31 del Senado, y 56 de 99 diputados.

La gobernabilidad efectiva es más compleja que la suma de votos para aprobar proyectos, porque trata del ejercicio de poder en una democracia, en atención a los problemas y demandas de la sociedad, mediante una respuesta con eficacia y apego a la ley, en medio de una convivencia pacífica.

Se trata de que unos gobiernan y otros controlan, con oficialismo y oposición interacturando, con organizaciones gremiales y sociales que hacen planteos y reclamos, y una institucionalidad que canaliza eso, no para responder a expresiones corporativas, sino para actuar por un interés general del país.

La gobernabiliad es un juego de ajedrez, con piezas y reglas claras; y no una mesa de pulseada para que el brazo más fornido doble al más débil.
 

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Si gana Martínez, el Frente precisará gobernabilidad y deberá entender que eso no depende de la buena voluntad de otros, sino que obedece a su capacidad de negociar, ceder, y acordar.

El candidato oficialista fue criticado por su expresión de relativizar el alcance de las Bases Programáticas del Frente Amplio, lo que identificó como listado de sugerencias o propuestas a considerar, pero no como contrato con el electorado y mandato de ejecutar tal cual. Y aunque eso fue como un sacrilegio partidario, lo cierto es que el resultado del 27 de octubre dejó mal herido a ese documento.

Ya no rige como una lista de cosas a hacer, porque no tiene apoyo para eso.

Martinez pudo recurrir a otra respuesta: el programa del Frente ya no es aplicable como tal, porque tuvo 39% de votos y si sigue en el gobierno deberá buscar consensos con legisaldores de otros partidos. No hay apoyo para ese programa, así como está.

Para aumento de impuestos con fin redistributivo no tiene votos, y precisa de otros grupos, lo que no parece fácil.

Si gana Lacalle Pou, contará con el acuerdo de mayoría holgada en ambas cámaras, aunque igual deberá negociar aspectos puntuales de cada proyecto, y deberá trabajar para que los partidos coaligados mantengan interés en permanecer juntos. Será posible, pero no fácil.

Pero el foco de atención estará en sindicatos obreros, gremiales estudiantiles, movimientos de izquierda presentados como “colectivos” con acento en algún tema particular, y organizaciones variadas, que sufren bronca por la derrota de la izquierda, y que sienten que el rol no es de “oposición” sino de “resistencia”. Y eso no es una cuestión semántica; ya se habla de eso ante la eventualidad de un cambio de partido en el gobierno.

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Entonces, los líderes políticos tendrán la oportunidad de demostrar convicción democrática y comportamiento cívico en serio, no de la boca para afuera. El clima de campaña electoral no fue el de países que se hacen inhóspitos pero ha tenido la irrupción de expresiones de intolerancia no habitual.

Unos, sembrando miedo por los supuestos riesgos de un cambio de gobierno como si el país se pudiera convertir de paraíso a infierno. Otros, alimentando un sentimiento vengativo, con el deseo de ver a un adversario que se vaya expulsado y cabeza abajo.

Hay una diferencia profunda entre ganar y celebrar, y aplastar y humillar.

El caso será si esas expresiones, no de todos sino de una parte, quedan encapsuladas como vibraciones de campaña tensa, o se prolongan hacia el 2 de marzo y más.

A una semana del balotaje falta por saber quién se lleva el premio mayor, pero la interrogante más fuerte es cómo será el Uruguay que asoma en el otoño de 2020, y aunque ello sea responsabilidad de la sociedad toda, los líderes partidarios deberán rendir examen con su comportamiento y conducción.

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