La polarización afectiva suele movilizar al electorado.

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¿La grieta? Siete de cada diez uruguayos considera que cada día es más difícil hablar de política sin pelearse con el que piensa distinto

Encuesta de Factum revela que la polarización afectiva está latente entre el electorado uruguayo
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17 de julio de 2023 a las 05:00

—Vos lo decís porque sos un blanco pillo y te parece genial todo lo que hace el Pompita

—Bien que vos aplaudías como una foca cuando gobernaba el FAPIT

En las redes sociales, en los almuerzos familiares de los domingos y hasta en el Parlamento la política se convierte, por momentos, en campo de batalla. Al menos eso consideran siete de cada diez uruguayos que, según una encuesta de la consultora Factum, advierten que “en Uruguay cada día es más dificil hablar de política sin pelearse con el que piensa distinto”.

Esa “polarización afectiva”, como le llaman los cientistas políticos, es todavía más percibida por lo jóvenes de entre 18 y 33 años (el 80% así lo considera), por los de clase media alta, y por quienes, en el abanico ideológico, se identifican con ideas de centro.

Parece obvio que quienes están en el centro de la balanza sean los más afectados por la noción de nosotros contra ellos. Pero, ¿cómo es posible que los jóvenes, esos que suelen apoyar las ideas más radicales, también manifiesten una preocupación mayor por la polarización reinante?

No es un fenómeno uruguayo y sucede en buena parte de los países que estudiaron tendencia: los años impresionables —como le dicen los técnicos a esa actitud de los jóvenes de compartir ideas poco moderadas— van de la mano de un menor anclaje partidario… están más dispuestos a cambiar de “bando”.

El politólogo Martín Opertti explica que “en varios países, pero principalmente en Estados Unidos, las encuestas regulares de opinión pública captaron cómo las personas que se identifican con un partido político comenzaron a sentirse más distantes del otro partido (tanto del partido en sí como de los votantes del otro partido)”. Este proceso, cuenta el experto uruguayo, “no parece explicarse por una fortaleza de los vínculos partidarios ya que las mismas encuestas muestran que los mismos partidarios que cada vez se sienten más distantes del otro partido, se sienten igual de cercanos a su partido. Esto sumado a la evidencia de que una importante parte de electorado desconfía y tiene menor predisposición a socializar con personas en función de su identificación partidaria suele denominarse como polarización afectiva”.

Su colega Rodrigo Barrenechea aclara que “algún nivel de polarización es buena, ayuda a la acción colectiva”. Pero cuando se da en exceso “es perjudicial porque todo vale para ganarle al otro lado (llevando a romper las reglas básicas de la convivencia democrática)”.

En ese sentido, la “polarización” guarda una paradoja: por un lado, aumenta los niveles de participación política (incluyendo las protestas, el interés de ir a las urnas, la movilización colectiva); por otro lado, está asociada a “una mayor insatisfacción con la marcha de la democracia”, había descrito Markus Wagner, uno de los referentes en la investigación sobre la temática.

¿Qué tienen en común las protestas por el “tarifazo” de 2016 en Argentina, con la movilización por el impeachment a Dilma Roussef en Brasil y el asalto al Capitolio en el final de la administración de Donald Trump? Se habían dado en contextos de alta polarización afectiva.

En el cuadrilátero

Cuando el caso Astesiano estaba en su apogeo, hubo un cruce que quedó en las memorias dialécticas de Twitter.

El senador frenteamplista tuiteó: “Hay que reconocer que deja todo. Yo creo ya es hora de crear una condecoración. Tipo: empleado del mes del Herrerismo. Y no hay dudas que don Pablo Mieres se la lleva con honores”.

A los tres minutos, el ministro de Trabajo le respondió que nunca defendió “dictaduras ni atropellos a los derechos humanos”, y que el legislador comunista “no puede decir lo mismo”. “Tampoco puede defender su conducta en materia de cumplir con sus obligaciones tributarias, ¿no? Pero se ve que le importan poco las reglas de juego”,

La guerra de mensajes no acabó allí: se habló de “te ponen de bombero” y de “triste esbirro segundón de la dictadura cubana”.

Fue una pincelada más de las peleas entre políticos que fastidia a más de la mitad de los uruguayos.

Porque la misma encuesta de Factum a la que accedió El Observador revela que al 57% de los uruguayos les cansa las peleas entre políticos.

Como sucede con quienes advierten que cada día es más difícil discutir de política sin pelearse con el “oponente”, el enojo con las peleas entre la clase política aumenta entre los encuestados más jóvenes, los votantes de partidos que quedan por fuera del Frente Amplio y la coalición de gobierno, entre los que ideológicamente se posicionan en el centro y los de clase media alta.

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