Para los Hombres Sensibles del barrio de Flores, de Alejandro Dolina, el fútbol era "el deporte perfecto". Para mí también lo es. Sin embargo, todo lo que rodea al fútbol me genera una sensación que lentamente rueda cuesta abajo rumbo al desprecio.
Uno de los fenómenos que alimenta esta sensación son los hinchas en las redes sociales.
El lunes publiqué una nota sobre las razones por las cuales Álvaro Recoba no sería citado a la selección uruguaya por Óscar Washington Tabárez.
Una nota de un mero valor indiciario, basado en la política de selección impuesta desde hace seis años por el entrenador.
En primer lugar consulté a quien cubre a la selección en el diario: "Esa nota es inviable: no lo va a llamar", me dijo quien cuenta con un profuso archivo de datos, declaraciones y entrevistas del Maestro. Pero como no toda la gente tiene por qué conocer en profundidad el mundo Tabárez, igual publicamos la nota.
El hincha de Nacional lo tomó como una ofensa al ídolo. A la bandera. Sin distinguir interpretación de opinión -de comprensión lectora, nada-, sin debatir ni rebatir, pasaron derechamente al insulto. Lo más barato que se tiene a mano para referirse al que opina diferente a "como me gusta a mí".
Creo que la culpa es de El Aguante, aquel programa de hinchas argentinos que TyC Sports lanzó en la década de 1990.
Allí pululaban testimonios que entonces me parecían folclóricos, graciosos, y hoy los veo demenciales: "Falté al velorio de mi vieja por ir a ver a Quilmes", "me escapé de la luna de miel para seguir a Argentinos Juniors". "llegué tarde al casamiento por vos, Temperley", "me quedé sin laburo por el amor de mi vida: Almirante Brown"...
La condición accesoria e irrelevante de ser hincha de, se fue transformando en algo visto como esencial en la definición de una forma de ser, como moldeador de una personalidad, como revelador de vaya uno a saber qué valores.
Por eso es que vemos cuentas de Twitter o Facebook tales como alexbolsilludo o dieguitocarbonero. Gurises que se sienten identificados por ser parte de una masa multitudinaria.
Lo peor del caso no son los insultos sino la parálisis intelectual. La psicótica sensación de creer que todos conspiran contra mi sentimiento.
También la amnesia de algunos sitios que un día suben notas periodísticas y al otro afirman que "hay que hacer algo con estos parodistas" (por citar alguna frase publicable y no descender al abismo de la procacidad).
En este caso fueron hinchas de Nacional. Pero antes fueron los de Peñarol cuando, por ejemplo, escribí "Nacional campeón, el pleonasmo del fútbol uruguayo" o un hincha de la selección que me insultó y me deseó ser alcanzado por "una bala perdida". No es cuestión de camisetas. Es Naciorol o Peñaral parafraseando a murga La Mojigata, en Estados de Extinción 2008.
Creo que todo esto es parte de un mismo, y profundo, deterioro cultural. Como para invitar al debate a mis nuevos seguidores en Twitter (los que se sumaron para insultarme), expresé ese sentimiento diciendo que en estos tiempos los bomberos de Fahreinheit 451 (Ray Bradbury) no tendrían razón de ser porque los libros ya no se leen. La innecesariedad de quemarlos revela esta ola de ignorancia que nos va tapando. Pero nadie me contestó.
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