La infancia del presidente: el “Manga” de pelo "verdoso” que recorría Pocitos en skate

La zona dónde Lacalle Pou se crió aún mantiene vivos los recuerdos de una infancia rodeada de deportes y amigos

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29 de febrero de 2020 a las 05:02

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En la calle Echevarriarza el comentario corre tan rápido como aquella bicicleta que subía y bajaba por Pocitos hace 35 años. Los cuentos sobre aquel niño rubio de un metro cuarenta reviven otra vez entre los vecinos que, con una pizca de novelería, recuerdan que el que este domingo será protagonista supo correr entre sus veredas. 

María Inés Piquero, una vecina, aún recuerda cuando conoció a quién asumirá la cuadragésima segunda presidencia de la República. Ella caminaba en la calle junto a su hija y su perro Foster –una raza escasa en la época– cuando se cruzó con el niño. De forma muy educada, el escolar saludó a la señora y a su hija y le preguntó por el sexo del animal. Cuando le dijeron que era hembra, Lacalle Pou respondió: “Nosotros tenemos un macho. Cualquier cosa, si lo quieren cruzar, Echevarriarza 3374”.

Al llegar a su casa, la mujer fue enseguida a buscar la guía telefónica para averiguar a quién pertenecía esa dirección. Cuando se percató que era de la familia Lacalle lo entendió todo. Ahora, en diálogo con El Observador, pone en palabras lo que pensó aquella vez: “Este niño lo tiene en los genes”.

Su vocación política era notoria desde pequeño. El propio Lacalle Pou recuerda –hizo mención a ese episodio en una entrevista en el programa radial Abran Cancha de FM Del Sol– que, a los 5 años, cuando realizó el examen de ingreso al British School, le explicó a una maestra la razón por la que uno de sus cuatro nombres era Aparicio.

“Es por el de antes, no es por el de ahora”, se limitó a decir, dejando a un lado al dictador de la época (Aparicio Méndez) y destacando la figura del ícono del Partido Nacional (Aparicio Saravia).

Pero la primera vez que repartió listas no fueron celestes y blancas. Eran las de la peluquería de su infancia y buena parte de su adultez: Pelo Verde. “Vote a Pelo Verde”, decía el folleto publicitario del local, en sintonía con el hecho político de la época (1984): las primeras elecciones tras la restauración de la democracia.

Aníbal Rodríguez, el peluquero, recuerda que el que este domingo se convertirá en mandatario se acercó a su local junto a su hermano, Juan José, y ambos, montados en sus bicicletas, le pidieron para salir a repartir los panfletos. En ese mismo local, el abuelo materno de Lacalle Pou, Alejandro Pou, solía repetir que veía en su nieto Luis a un futuro presidente, cuenta el comerciante.

Camilo dos Santos

Rodríguez, que tenía su peluquería enfrente a la casa de los Lacalle, también recuerda la vez que Luis, con poco más de 10 años, irrumpió en su local. Desde su baja estatura alzó la mirada hacia él y lanzó: “Yo me vengo a cortar el pelo a este lugar, ¿sabe por qué?”. “No sé, me imagino que te gustará, te queda cerca”, le respondió Rodríguez.

“Mirá de qué color tengo el pelo”, continuó Lacalle Pou. “Verdoso”, le respondió el peluquero. “Bueno, como yo tengo el pelo verde me vengo a cortar en esta peluquería que se llama así”, dijo aquel niño con firmeza. Su melena rubia, teñida por el cloro de las piscinas del club Banco República donde practicaba natación, hacían honor al nombre del local.

El “Manga” 

La casa dónde el nuevo mandatario vivió hasta los 16 años –que ahora se convirtió en un edificio de tres pisos con varios apartamentos– era muy espaciosa. Atrás, un amplio jardín repleto de aromas hicieron que el olfato del ahora presidente quedara nostálgico para siempre. Había un ceibo, un guayabo, un pino y un jazmín. El presidente electo lo contó más de una vez: a veces cierra los ojos, recuerda esos olores y vuelve en el tiempo a aquel hogar que lo vio crecer. 

Gonzalo Etcheverry, uno de los amigos del presidente electo, también recuerda ese fondo pero por otro aroma: ahí las tardes olían a fútbol hasta la noche, cuando llegaba el grito de Julia Pou, la madre de Luis, llamando para comer.

Gentileza Gonzalo Etcheverry

Etcheverry llevaba a la casa todas las camisetas que coleccionaba –de Nacional, de cuadros argentinos y de selecciones nacionales– y, en ese jardín, con arcos improvisados y junto al hermano de Luis y con otro amigo, Horacio “Tano” Abadie, pasaban horas pateando la pelota. La gracia era jugar partidos cortos, de pocos goles, para ir cambiando de camisetas y terminar jugando muchos partidos “internacionales”.

El deporte marcó la infancia de Lacalle Pou. Recorría Pocitos en skate o en bici, dependiendo de su edad. Se iba con su patineta –y con sus amigos– a la plaza Armenia. Nadaba en el club, hacía rugby, surf, BMX y jugaba al fútbol dónde pudiera. Más allá de los picaditos entre amigos, Lacalle Pou también hizo carrera en el baby fútbol del Montevideo Cricket Club.

Allí se ganó dos apodos con los que, hasta ahora, sus amigos más cercanos lo llaman. El que más se repite es el de “Manga”. El blanco heredó ese sobrenombre que llevaba el arquero de Nacional de la época, Haílton Correa de Arruda, luego de que en un partido informal atajara un penal decisivo.

Sin embargo, su posición en el fútbol no consistía en tapar goles, sino todo lo contrario: meterlos. Y uno de los entrenadores que tuvo en su infancia, Gabriel Grecco, lo comparaba con uno de los delanteros del Peñarol de la época: Walkir Silva. Ambos se asemejaban en la cancha: eran petisos y movían su melena rubia desafinado el área rival. De ahí Luis pasó a ser “Walkir”.

A Martín Stirling, otro amigo del nuevo presidente, le gusta destacar que a pesar que Lacalle Pou no era el mejor deportista siempre ocupaba puestos clave (delantero en el fútbol y apertura en el rugby) porque le apasionaba enfrentar desafíos.

Gentileza Gonzalo Etcheverry

Pero en la calle Echevarriarza había mucho más que fútbol. Pamela Miles, una niña de la edad de Luis que vivía en la casa contigua, recuerda aquella infancia "divertida". Guarda en su memoria las corridas junto a Lacalle Pou tras hacer "ring raje" en las casas del barrio, la ventas de limonada en la vereda, el "palo pelota" –una especie de béisbol que practicaban en el jardín de la casa de los Lacalle– y los cruces por un caño pegado al muro que dividía una casa con la otra.

Horacio Abadie, en tanto, mantiene vivo el recuerdo –más allá de las horas de deportes– de las charlas que tenían con su amigo Luis sentados frente a la panadería De Los Pocitos, en la esquina de Chucarro y Masini, a la que consideraban su "centro de reunión". 

Hawái en Malvín

Stirling tiene un solo adjetivo para describir su trayectoria en la escuela: “rebelde”. Pero aunque estudiaba poco, siempre pasaba con buenas notas. “Tiene una inteligencia suprema”, dijo a El Observador.

Etcheverry recuerda que su tabla de dibujo, dónde se colocan las láminas, estaba repleta de esbozos de tablas de surf que el propio Lacalle Pou dibujaba en clase. De todas las marcas, de todos los colores, de los deportistas más famosos e inalcanzables.

Cuando hacían la fila del colegio había “pica” entre Etcheverry y Lacalle Pou. Los dos, petisos, se peleaban por ser segundos y así evitar ser “el más bajo de la clase”.

Gentileza Gonzalo Etcheverry

Ambos compartían, además, una pasión desmedida por el deporte de la tabla y las olas. Con 11 años, Lacalle Pou bajaba por la calle Basilio Pereira de la Luz rumbo a la rambla –tabla en mano– y se encontraba con su amigo para, juntos, tomarse un ómnibus hacia la playa de Malvín. “Para nosotros era como ir a Hawái más o menos”, rememora Etcheverry.  

Cerca de los 16 años, cuando ya su infancia había quedado atrás y asumía una revoltosa adolescencia con el peso de ser “hijo de”, Lacalle Pou lanzó una frase que sus más cercanos la siguen recordando: “Yo no voy a ser ni abogado ni político”.

Sin embargo, aquel niño rubio de la calle Echevarriarza, acomplejado por su estatura y apasionado por los deportes, se recibió de abogado y no solo se metió en la vida política sino que llegó a lo más alto de ella. 

Este domingo, el “Manga” será presidente.

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