NICOLAS ASFOURI / AFP

La nueva relación entre Estados Unidos y China

Demócratas y republicanos están de acuerdo en sostener el enfrentamiento

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06 de septiembre de 2020 a las 05:00

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En 1972, Richard Nixon protagonizó un giro histórico en la política exterior estadounidense cuando acabó con el enfrentamiento con China. Por ello, pocos años después, y como consecuencia del nuevo modelo económico chino, las empresas estadounidenses comenzaron a invertir en China y Estados Unidos se convirtió en el principal mercado para sus exportaciones.

Casi medio siglo después, esta forma de relación está en vías de revisión, en tanto asoman nuevas y variadas formas de antagonismo.

Esto arrancó en marzo de 2018, cuando Donald Trump impuso aranceles a las importaciones provenientes de China en reacción al desequilibrio comercial y a la apropiación indebida de la propiedad intelectual y la tecnología. En represalia, China impuso aranceles sobre las importaciones provenientes de Estados Unidos. Desde entonces, una sucesión de acciones y reacciones propició un progresivo desencuentro en la relación económica de los dos países.

En este marco, a principios del año en curso ambos intentaron un primer paso para concluir la guerra comercial, conviniendo en un arancel recíproco del 20% sobre las importaciones. En adición, China aceptó comprar US$ 200.000 millones de bienes estadounidenses en exceso sobre el nivel de 2017 y a disminuir ciertas barreras sanitarias sobre la agricultura y los alimentos. También accedió a mejorar la protección de la propiedad intelectual, a aplicar medidas más estrictas sobre patentes y marcas, a no forzar a las empresas estadounidenses a revelar sus secretos tecnológicos y a abrir su mercado al sistema financiero de Wall Street.

Nunca se sabrá si este acuerdo pudo haber reencauzado la relación entre los dos países. Porque pocas semanas después, la pandemia congeló de hecho el cumplimiento de los compromisos asumidos: Trump acusó a China por el origen del virus y China no aumentó sus compras a EEUU. De inmediato, una sucesión de enfrentamientos de orden político dio forma a un conflicto más de fondo.

Así, la ley de seguridad nacional que China impuso en Hong Kong indujo a Estados Unidos a sancionar a varios de sus gobernantes y a rescindir los privilegios comerciales y financieros de la antigua colonia británica. En represalia, China también anunció sanciones contra personas e instituciones estadounidenses.

El trato de China sobre los derechos humanos de los musulmanes uigures de Sinkiang fue respondido por Estados Unidos con sanciones sobre varios jerarcas chinos. En represalia, China sancionó a varios oficiales del Departamento de Estado y a tres congresistas.

Las disputas fronterizas en el Mar del Sur de China movieron a Estados Unidos a enviar naves y aviones a la zona y a sancionar a las personas y empresas que trabajan allí. A su vez, la venta de Estados Unidos a Taiwan de partes de misiles por US$ 600 millones fue respondida por China con sanciones sobre la industria Lockheed Martin.

Finalmente, con una acusación de espionaje Estados Unidos ordenó el cierre del consulado de China en Houston y dos días después, con el mismo motivo, China dispuso el cierre del consulado de EEUU en Chengdu.

Esta sucesión de diferencias fue profundizada por la decisión de Estados Unidos de restringir la actividad de las empresas tecnológicas chinas, con el argumento de que varias de ellas tenían acceso a la información de empresas y personas y por tanto ponían en riesgo a la seguridad nacional. Se dispuso entonces la prohibición de equipos de Huawei en las redes de telefonía móvil 5G y también la necesidad de un permiso previo para la venta de tecnología americana a dicha empresa y también a ZTE.

Más recientemente, Trump ordenó que las aplicaciones chinas Tik Tok y WeChat dejen de operar en Estados Unidos para inducir su venta a empresas americanas. En respuesta, China acaba de prohibir la exportación de la tecnología que usan ambas empresas, restándoles posibilidades de venta, además de avisar que también podría suspender el acceso de la producción de Apple a su mercado interno.

En definitiva, Estados Unidos y China están volviendo a la rivalidad del pasado. Es una suerte de retorno a la “guerra fría” que en su época enfrentó a Estados Unidos y la Unión Soviética. A ella se agrega la confrontación tecnológica asociada con el espionaje y la seguridad nacional.

Aun cuando por ahora la relación comercial se mantiene en los términos acordados a principios de año, es difícil imaginar un futuro sin problemas tanto en este tema como en los otros que han estado en cuestión, como la manipulación cambiaria, la protección de la propiedad intelectual y el robo de tecnología.

Todo esto está provocando un desacople entre ambas economías. Las empresas estadounidenses instaladas en China ya se están desplazando hacia otros países. EEUU ha regulado a la inversión de China en empresas norteamericanas y ha dispuesto la auditoría de las empresas chinas que cotizan en Wall Street. En reacción, los chinos están cerrando su mercado interno al consumo de la producción made in USA. Y así sucesivamente.

En defensa de la hegemonía de Estados Unidos, Trump inició en 2018 un cambio en la relación comercial con China. Fue una decisión muy polémica. Pero ahora, tanto en el Congreso como en la campaña electoral en curso, demócratas y republicanos están de acuerdo en sostener las diversas formas de enfrentamiento con China.

En el principio fue la defensa del trabajo de sus ciudadanos. Hoy se han agregado la resistencia frente a la expansión política y la amenaza de la tecnología. Todos asuntos en los que no habrá un retroceso, aun en un eventual gobierno de Joe Biden.

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