Drive my car: la sorpresa japonesa de los Oscar es una de las mejores películas del año y se puede ver en Uruguay

La producción de Ryusuke Hamaguchi ganó el premio a Mejor película internacional en los últimos Oscar –y estuvo nominada también a Mejor película, dirección y guion adaptado– y está disponible en Mubi

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02 de abril de 2022 a las 05:02

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La película no empieza en un auto; lo hace en una cama. La luz del amanecer recorta la silueta de una mujer que sentada en el colchón, desnuda, abre la mañana con el filo de la lengua japonesa. Ella cuenta una historia, no importa cuál, lo que importa es que lo hace, que no es la primera vez y que tampoco será la última. Al menos no por ahora. El hombre, su marido, la escucha acostado en la cama, boca arriba, también está desnudo, se pasa el antebrazo por la frente. Pronto el trance es compartido y ambos se dejan llevar. El contorno oscuro de los cuerpos no se revela. El aire está cargado del sexo que ya fue, de los electrones del placer residual que termina de redondear el goce y que, a veces, lo completa. En ese después, la historia encuentra un final y la voz de la mujer se apaga. La escena también.

Los primeros minutos de Drive my car, la película del japonés Ryusuke Hamaguchi que el pasado domingo consiguió uno de los Oscar de los cuatro a los que optaba –el de Mejor película internacional–, son reveladores y adelantan buena parte de lo que las tres horas siguientes depararán. La historia transcurrirá entre momentos de melancolía brutal, de emoción contenida, entre relaciones humanas gestadas en los márgenes del contacto y la ficción, esa que en esta escena evoca la mujer a partir de su voz, abriéndose paso en el mundo de los personajes y marcando puntos de apoyo para las vidas que la rodean. 

Aclamada y premiada en el último festival de Cannes, el título de lo último de Hamaguchi remite a la canción homónima de los Beatles y, pese a que jamás suena en la película, tiene un significado más que obvio: el auto es un Saab pequeño y rojo que rasga el monocromo gris de las carreteras japonesas, y el hombre que necesita que lo manejen es Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), un exitoso actor y director teatral de Tokio. El hombre al que la mujer del comienzo, su esposa y una guionista de televisión, le relata su última idea entre sábanas.

Drive my car –que desde este 1º de abril se puede ver en la plataforma de streaming Mubi, disponible en Uruguay– tiene uno de los prólogos más extensos del año y, para cuando los títulos de apertura comienzan, ya pasaron 40 minutos y las piezas del tablero están colocadas: Kafuku descubre un secreto sobre su esposa, pero nunca alcanzan a hablarlo, ya que ella muere repentinamente. Tiempo después, al protagonista lo convocan de un teatro de Hiroshima para que ponga en escena una innovadora y políglota versión de Tío Vania de Chéjov, así que se traslada a la ciudad de la bomba atómica con el fantasma de su esposa en la mochila y una serie de casetes en los que ella grabó toda la obra, y mediante los que él ejercita sus diálogos. Ya en Hiroshima, Kafuku encuentra que la compañía teatral que lo contrató lo obliga a tener una conductora personal para trasladarse, algo que acepta a regañadientes, ya que, de todas formas, una condición en la vista le impide ponerse detrás del volante. Mientras pueda continuar recitando sus obras en la cabina, da igual ir solo o acompañado.

A partir de esa premisa es que Hamaguchi estructura su relato, una adaptación que bebe de tres cuentos presentes en Hombres sin mujeresSherezade, Drive my car y Kino–, uno de los tantos libros del best-seller nipón Haruki Murakami, y del que se notan las influencias y las líneas que salen de las páginas y van a parar a la pantalla. La soledad, el halo fantasmagórico de las ciudades de la isla, las conexiones con Occidente y, por supuesto, los Beatles. Todo está.

Drive my car

Pero la huella de Hamaguchi tiene su propia personalidad. Ayudado por una extensión considerable y un ritmo que le permite detenerse e indagar en las vidas de los diferentes personajes que se le van apareciendo a Kafuku en su derrotero, Drive my car termina siendo, en algún sentido, algo así como un caleidoscopio de relaciones humanas, un vistazo a la interacción de nuestra especie en su expresión más íntima y reducida. El relato del protagonista atraviesa la película y es el eje patente, pero son también atractivas y sobre todo hipnóticas las historias que cargan los actores de la obra, los directivos de la compañía, y en especial la enigmática Misaki, la chica a la que le entregan la responsabilidad de conducir el Saab, casi una late adolescente que maneja como los dioses y que tiene un pasado que, en el último tercio de la historia, tendrá una función preponderante. Kafuku formará con ella, además, una simbiosis extraña para estos tiempos simplones: la de dos adultos de sexo opuesto que se relacionan sin ningún interés sexual o romántico en el otro. Esos vínculos, parece querer decir el director, también existen y pueden ser tan expansivos como los demás. O acaso más.

Es posible que por esa misma capacidad para ralentizar los momentos de la vida, las charlas en un bar del hotel, los ensayos de la obra y los trayectos en el auto –una de las mejores escenas, un cruce entre Kafuku y una especie de “rival” que participa de su obra sucede en el asiento trasero, se extiende por unos quince minutos o más y es sublime–, puede que algunos espectadores impacientes sientan que la cadencia cansina de Drive my car los ahuyenta. Pero hay que saber cómo entrar en ella. A pesar de que su triunfo en Hollywood las equipara, esta no es una nueva Parásitos; el cine japonés no sigue las mismas reglas que el de Corea del Sur, y lejos está Hamaguchi de querer replicar las pretensiones de consumo occidentales, a veces demasiado aceleradas y frenéticas. Drive my car requiere otro tipo de compromiso: la película pide al espectador una entrega más etérea. Su puesta en escena reproduce un efecto casi narcótico, similar a ese que la excelente conducción de su chofer le produce a Kafuku, que se mueve entre el asfalto nipón como levitando y que funciona como limbo y purgatorio para él y para los demás.

La llegada al streaming de Drive my car estuvo acompañada en varios países de Latinoamérica por algunos días de proyecciones especiales en cine. A Uruguay esa suerte no le tocó, y es una verdadera pena. Películas como esta se merecen la experiencia de la sala, esa inmersión total, la ilusión de que el mundo está allí y no afuera. Además, la mirada de Hidetoshi Shinomiya, su director de fotografía, delimita el universo visual de la película con tanta perfección como para que elementos tan opuestos como la intimidad y la inmensidad puedan quedar reducidos a un solo plano: el de dos manos, las de Kafuku y Misaki, que sostienen dos cigarrillos en lo alto de la noche japonesa, mientras el Saab rojo quema asfalto y la vida se detiene o se prolonga al infinito. En medio de tanta belleza y melancolía, tanto da. 

Drive my car

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