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Adolescencia desbocada: Licorice Pizza, lo nuevo de Paul Thomas Anderson, llegó a Uruguay

La última película del director de Petróleo sangriento es un viaje a los años 70, y está nominada a tres Oscar
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17 de febrero de 2022 a las 05:04

Nadie en su sano juicio querría volver a vivir la adolescencia. Con una vez alcanza. Con una sola vez de granos purulentos, hormonas alteradas, corazones rotos cada quince días, huesos que crecen más rápido que los tendones, mal sueño, mal comer, penas idiotas y la sensación de que está todo mal siempre, en todos lados, incluso adentro tuyo, alcanza. Los cambios son demasiados como para soportarlos. Y la nostalgia es un truco barato y traicionero: ahora, de lejos, recordar la pubertad con una sonrisa es fácil. Pero, ¿volver a ese momento? ¿Volver a pasar por ese desbarajuste absoluto? No señor. Con las películas es suficiente. O, mejor, reformulemos la frase: no es necesario volver, porque ahí están las películas. Y los libros. Esos pedazos de adolescencias ajenas que otros, en su lugar, confeccionaron para que, desde la seguridad que dan los 30, los 40, los 50 o los 80, podamos volver. El deseo parece ser universal: en algún punto, casi todos los buenos narradores, los que arman mundos en el aire y le dan cuerpo al canon cultural mundial, viajan al pasado. Hunden sus manos en territorios pubescentes, en los suyos o los de otros, y para disfrute de los que estamos del otro lado, nos hacen regresar. Porque está claro: nadie en su sano juicio querría repetir la adolescencia, por supuesto, pero en algún sentido todos buscamos recuperarla. Queremos encontrar la forma de sentir otra vez ese gusto raro, pegajoso, que daba la libertad y el futuro como incógnita. Cuando nos cruzamos con algo así, con una historia que nos sacude y nos transporta hacia atrás, la certeza de que nada va a volver y que el tren solo marcha hacia adelante es más soportable. Se hace casi cuesta abajo.

Licorice Pizza es una de esas películas. Ya en sus primeras imágenes promocionales, lo nuevo de Paul Thomas Anderson daba pistas de que algo había cambiado. La historia no parecía inscribirse en el registro serio y casi monolítico que en los últimos años, con excepciones pynchonescas, caracterizó su cine. La cosa, si se quiere, se aventuraba más por el lado de una de sus primeras obras, la genial Boogie Nights, o de la extraña (en el buen sentido) Embriagado de amor. Y efectivamente fue así: situada en los primeros años de la década de 1970 en el mismo valle de San Fernando en el que el director de Petróleo sangriento creció, Licorice Pizza se mueve con el paso lúdico de una comedia teen que, de fondo habla del amor, claro, pero también de la incertidumbre de esos años desparejos, dispersos y bipolares que se enmarcan en la adolescencia. Con esa vitalidad y el espíritu de las historias donde pasa todo y nada a la vez, es que la última obra de uno de los mejores cineastas en ejercicio llega a la cartelera veraniega uruguaya. Y el verano le sienta genial a Licorice Pizza.

La película contrapone a Gary Valentine (Cooper Hoffman), un quinceañero que está buscando su lugar en el mundo de la actuación y que tiene una seguridad superlativa en sí mismo, y a Alana Kane (Alana Haim), que tiene 25 años, un trabajo que odia y pocas ideas de qué hacer con su vida. La coctelera del destino los junta, los mezcla, los sacude y los hace chocar y separarse en una historia donde un romance algo esquizofrénico empezará a hacer estragos. Por fuera de esas líneas, no hay mucho más en el plot de Licorice Pizza, una película episódica —¿no es la adolescencia, a fin de cuentas, un encadenamiento de episodios memorables, para bien o para mal?— en la que el tiempo vital de los personajes se suspende en un verano lleno de bromas, negocios, camas de agua, una banda sonora impecable (atención al momento Let Me Roll It, de Paul McCartney y Wings) y muchas escenas de Alana y Gary corriendo.

Licorice Pizza —el título jamás se explica, pero hace referencia a los discos de vinilo y un local californiano de la época que los vendía— fue escrita por PTA en base a los recuerdos de un amigo, Gary Goetzman, que trabaja en la industria y que de niño fue actor en algunas producciones de Lucile Ball, entre ellas Los tuyos, los míos y los nuestros, a la que la película se refiere en un momento. Y si bien es probable que los rostros nada hegemónicos de Alana Haim y Cooper Hoffman hayan aparecido en su cabeza después del momento de teclear la historia, parece estar hecha para ellos. Hoffman, hijo del enorme Philip Seymour Hoffman —largo colaborador de PTA—, jamás se había tomado en serio la actuación hasta este momento, y demuestra ser mucho más que algunos gestos que recuerdan a su viejo, que murió de una sobredosis en 2014. 

“Siempre tuve un poco de miedo de entrar en ese rubro porque mi padre lo hacía muy bien”, dijo el actor de 18 años durante la promoción de Licorice Pizza. “Pero en el segundo que leí el guion con Paul y Alana, me emocioné mucho. De alguna forma extraña, me sentí como si estuviera poniéndome en los zapatos de papá. Fue una rara experiencia extra corporal. Me sentí increíblemente cerca de él”. La irreverencia de su personaje y la entereza con la que decide conquistar a Alana, una mujer que continuamente le está recordando su diferencia de edad, convence. En la primera cita él le dice: “No voy a olvidarte jamás, así como vos tampoco te vas a olvidar jamás de mí”. Y uno le cree.

Pero la clave de Licorice Pizza está en Alana. En las notas de producción de su película, PTA usa las palabras “ferocidad, apetito y talento” para describir la manera en la que la menor de las hermanas Haim —toda la familia, vieja conocida del director, aparece en pantalla— encara su personaje. Alana es eso: un torbellino cáustico de sarcasmo y encanto, una pared de concreto algo decepcionada con la vida que de repente se fisura por el extraño cariño que empieza a sentir por Gary. El cineasta ya había registrado a Haim en varios de los videos que filmó para el grupo musical que tiene junto a sus hermanas Danielle y Este, pero con el papel que le dio en su última producción se puede decir con seguridad que acaba de descubrir a una estrella. ¿Que la ignoraron en los Oscar? Es cierto, pero para Alana Haim esto es solo el comienzo.

Hay más cosas en Licorice Pizza. Está por ahí Bradley Cooper haciendo del peluquero Jon Peters, un personaje real y fascinante de los bajosfondos hollywoodenses, también está Sean Penn y Tom Waits, hay un momento en que uno de los hermanos Safdie ocupa un rol de poder que le moverá la estantería a Alana, después llega un episodio policial curioso, algunos discursos de Nixon, un camión sin nafta que se mueve bajo la luz de la luna, persecuciones, máquinas de pinball, carteles de neón, la música como algo físico, algo que se mueve entre los cuerpos, y esa ligereza californiana que se puede percibir en Había una vez en Hollywood de Tarantino o en la despareja Vicio propio del mismísimo PTA, y que casi que es un personaje más. 

Pero aún a pesar del entusiasmo que ha generado su estreno, Licorice Pizza no estuvo exenta de cierta polémica. En épocas donde el radar de la cancelación está siempre prendido para captar y prender fuego al primero que cruce la línea de lo políticamente correcto, un espectro de la cultura woke le cayó a un personaje que se burla de la manera de hablar de los japoneses y, por otro lado, a la diferencia de edad que hay entre los personajes de Alana (25; la actriz tiene 30) y Gary (15; el actor tiene 18). PTA no le hizo demasiado caso al asunto. Quien vea la película sabrá que el último aspecto no plantea ningún tipo de inconveniente y que de hecho es una parte clave del “problema” de los personajes. Frente al tema japonés, el director argumentó así: “Creo que sería un error contar una película de época a través de los ojos de 2021. No podés tener una bola de cristal, tenés que ser honesto con ese tiempo. Por cierto, no es que no suceda en este momento. Lo tengo claro. Mi suegra es japonesa y mi suegro es blanco, por lo que ver a la gente hablarle en inglés con acento japonés es algo que sucede todo el tiempo. No creo que ni siquiera sepan que lo están haciendo.”

Su respuesta es, en algún sentido, un blindaje para la ilusión de ese tiempo que recuerda con el cariño de los que saben que no van a volver, y que retrata y comparte en una película que, al margen de ser entrañable, es decididamente buena. Entre corridas, besos, palmas que se tocan, enojos, celos y ese futuro incierto que pende como una guadaña rotulada con la palabra ADULTEZ, la adolescencia se escapa. Y nadie en su sano juicio querría atraparla y congelarla para vivirla otra vez, pero la cosa es clara: qué bien se siente volver a ella, que bien se siente repetirla en una película como Licorice Pizza. Al final no estaba tan mal. 

Al Oscar

Licorice Pizza tiene tres nominaciones a los premios de la Academia:
  • Mejor película
  • Mejor dirección
  • Mejor guion original

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