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La tiranía de la violencia

A través de su diario sobre la guerra civil de Libia, el periodista bélico Jon Lee Anderson logra nuevamente elucidar los conflictos más complejos que enfrenta la actualidad
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05 de diciembre de 2015 a las 05:00
Hay muchas razas extinguidas, pero hay una caricaturizada hasta el hartazgo que sigue teniendo un integrante de lujo. Hablo del periodista de guerra, ese que viaja constantemente a las líneas de fuego más extremas y peligrosas.

Hoy el mundo tiene varios de estos hombres y mujeres, la mayoría de ellos poco conocidos a nivel masivo, cuyo trabajo diario consiste en exponer su vida para narrar (o por lo menos, intentar) algunos de los escenarios bélicos actuales para el resto del mundo.

Pero hay uno de notoriedad, que bien podría ser la base de una película híbrida entre la saga de Indiana Jones de Steven Spielberg, Salvador de Oliver Stone y Siriana, protagonizada por George Clooney.

Hablo de Jon Lee Anderson, un californiano que se crió y viajó por los cinco continentes y quien hoy, a los 59 años, conoce el fondo de los países más conflictivos de las últimas décadas.

Desde principios de los 1980, Anderson cabalga por el mundo violento, llámese Afganistán, Centroamérica, la guerrilla en Colombia, Indonesia, el Cáucaso, Yugoslavia o las profundidades insondables de las ignotas repúblicas del África negra, Ucrania y, más sobre el presente, en Medio Oriente y norte de África.

A lo largo de su carrera ha sido corresponsal de varios medios de alcance mundial, sobre todo de la prestigiosa revista The New Yorker. Pero también ha colaborado con decenas de publicaciones periodísticas en el mundo (entre ellas, la revista uruguaya Quiroga) y escribió una famosa biografía del Che Guevara.

La moraleja de la vida de Anderson, a pesar de la red global de medios, del flujo masivo de información, de todos los artilugios de la tecnología, para poder explicar y eventualmente entender los conflictos (o no entender, pero lo menos captar los grados de dificultad en dicha aprehensión) es que todavía dependemos de un hombre, un Quijote, un solitario que se enfrenta al dragón de la guerra con sus sentidos, un celular y una laptop. Ese periodista que manda un email desde los sitios más recónditos es la conexión de una legión de lectores que se acercan metafóricamente a través del lenguaje (y algunas fotos) al torbellino insondable de la dimensión bélica.

Acaba de publicarse con la editorial mexicana Sexto Piso el diario de Anderson de la guerra civil de Libia. Los primeros tres meses de 2011, en los comienzos del movimiento político que se denominó como Primavera Árabe y afectó, en orden de dominó, a Túnez, Egipto, Libia, Siria y Yemen, Anderson estuvo en territorio libio intentando describir y delimitar las diferentes facciones que pujaban por sostener o conspirar y atacar a Muamar Gadafi.

El libro se llama Crónicas de un país que no existe y tiene una extensión de 200 páginas. Un fragmento de este diario, lleno de impresiones crudas y de personajes que parecen surgidos de una pesadilla real, se encuentra en la última edición de la revista mexicana Gatopardo, del mes de octubre.

Lo que extraña es que el efecto de flashback que produce su lectura. Al leer las crónicas del diario se entiende mejor, o por lo menos de manera más explícita en su caos, un fenómeno que hace cuatro años parecía una confusa campaña donde las fuerzas de la OTAN, varios grupos rebeldes y el ejército todavía leal a Gadafi (que luego terminara despedazado por una turba de ex súbditos) se enfrentaba todos contra todos sin un objetivo demasiado claro.
Anderson sabe del drama humano de los hombres contra sí mismos y los lectores entienden la confusión que sus dedos describen, en cualquier lugar del globo

Hoy se sabe (Anderson lo investigó y lo dice) que las potencias occidentales (Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña) se inmiscuyeron en la guerra civil Libia con intereses diversos y solo produjeron mayor destrucción en un país que hasta el presente se encuentra partido en por lo menos tres gobiernos simultáneos, uno de ellos reivindicado por el tristemente célebre Estado Islámico.

En definitiva, hablamos de trabajos manuales del homo faber. La mano que aprieta un gatillo o que pulsa un botón para descargar una bomba desde un caza se parece a la que tipea en una computadora. Anderson sabe del drama humano de los hombres contra sí mismos y los lectores entienden la confusión que sus dedos describen, en cualquier lugar del globo.

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