Espectáculos y Cultura > Verano 2020

La Tonta, La Cobra y cómo funciona el combo pop de Jimena Barón

Entre espacios vacíos y bailes improvisados, la argentina se presentó con La Cobra, La Tonta y todo el resto del combo al Hotel Enjoy
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08 de enero de 2020 a las 05:03

Poco les importa que sean las únicas en las gradas, que Jimena Barón esté bastante lejos y que alguien las mire o las señale, porque de hecho pasa. Ella –que tendrá unos siete y ocho años– y una mujer –que debe de ser su madre– no paran de moverse. Bailan para acá, bailan para allá, hacen coreografías, mueven la cabeza, cantan que son la tonta que no sé qué y la cobra que se cobra todo lo que hiciste bebé y bailan porque para eso fueron, para bailar. Y por un momento, abordarlas y preguntarles sobre su eventual fanatismo, por el contenido de las letras que recitan de memoria y o simplemente por su país de origen parece ser una buena idea, algo que podría servir para una crónica de verano todavía pendiente que necesita contenido y que casi no lo tiene, pero el trance es superior a todo lo demás. De repente, interrumpirlas es la peor idea del mundo, porque sería como interrumpir una conexión especial, una especie de pacto entre esa música fabricada en tubo de ensayo y los receptores de sus cuerpos, sería cortar de raíz ese movimiento que, se nota a leguas, las pone muy contentas. Interrumpirlas sería cortarles la felicidad. Y como nadie quiere eso, nadie las interrumpe y ellas siguen bailando.

Lo dijimos: lo que están bailando es Jimena Barón –o J Mena, si quiere tomar su nuevo nombre artístico–, y lo hacen el lunes a la noche, en el Enjoy Punta del Este, en uno de los shows destacados del verano del hotel. Puede que el fenómeno, que explotó en 2017 con el hit La tonta y que se masificó con La cobra, pueda resultar desconcertante para algunos. O para muchos. Y es probable que, mirando todo desde un lugar cargado de prejuicios que pueden ser lógicos o infundados pero que existen, su música sensual y empoderada, su estilo de vida despreocupado y su agitada cuenta de Instagram –que se abre y se cierra según la ocasión y que funciona como un universo en sí mismo o una plataforma de lanzamiento– sean síntomas de que algo no anda muy bien con el consumo cultural rioplatense. Porque a ver: eso es lo que debe pensar más de una persona ajena al fenómeno cuando se enfrenta a la noticia de que un Luna Park repleto coreó sus canciones a gritos pelados. 

Pero la verdad es que cuando uno se mete en el universo de Jimena Barón, o al menos va a un show como el del Enjoy, empieza a entender un poco más cómo funciona todo. Ve cómo los engranajes se acomodan, cómo el combo de pop prefabricado, el discurso de autonomía y el baile desaforado se encastra y termina, sino contagiando, al menos haciendo entender que por eso funciona, por eso es exitoso. Y eso fue lo que pasó en el lunes en el mismo espacio y tiempo en el que la nena y su madre bailan como si no hubiera mañana.

De todos modos, en este show –que marcó la grilla de los espectáculos del hotel junto con el de la brasileña Anitta– hablar de éxito es un poco extraño, porque a pesar del entusiasmo que le puso la argentina arriba del escenario y la gente en las gradas, estaba bastante vacío. Los claros en cada sector eran considerables y lo bullanguero de los fanáticos –que no dejaron de gritar por “Momo”, el hijo de la cantante– no logró ocultar que, efectivamente, había más lugares despejados que completos. Se pueden tirar varias hipótesis de por qué sucedió esto: una temporada golpeada y en retirada, el bolsillo de los turistas pidiendo un respiro o el poco interés por parte de los veraneantes de Punta del Este en ver el espectáculo de la argentina. Queda a criterio de cada uno elegir uno o varios. 

Pero, de nuevo, la falta de público no aplacó las ganas que tenían los que estaban ahí de agitar lo que sea. Con eso se encontraron los de Toco Para Vos, que funcionaron como teloneros en un estirado preámbulo, y también J Mena, que en cuanto subió al escenario dejó claro todo lo que dejan claro los argentinos cada vez que vienen a Uruguay y le dan rienda suelta a su paternalismo bienintencionado: que nos aman, que les encanta venir, que qué bueno que La Cobra Tour arranca allí, que Momo está muy contento también.

Después, una canción tras otra – Quién empezó, Castigo, Dos corazones, Gato, Se acabó, Taxivoy,– y a cuál más festejada, gritada, bailada. Por las diferentes “islas” de público que se amontonaban en el escenario armado en el estacionamiento del hotel, las coreografías armadas de improviso se sucedían, así como también algunas rondas de baile donde cada uno de los participantes se movía como podía. Incluso aquellos que, extrañamente, no parecían formar parte del público objetivo de Barón: entre la gente, sentados en gradas alejadas del escenario, parejas mayores y algún que otro adulto solo veían el espectáculo sin mucho movimiento, apenas modulando algún verso, siempre aplaudiendo al final de cada tema.

Está claro que ellos no son el público de la artista. Tampoco quienes buscan transformar su música en algo para consumir irónicamente. Ni siquiera lo son aquellos que, en un boliche, se olvidan del pudor y bailan a destajo La cobra. J Mena, como lo dejó claro en varios de sus intervenciones, les habla a las niñas, a las mujeres jóvenes. Les muestra lo que ella vivió, lo que vive día a día, les dice que la engañaron y que sufrió pero que ahora van a ver, que es ella la que ahora hace sufrir, que se las va a cobrar y hasta pasa un clip de una entrevista de Cher en donde muestra toda su autonomía como mujer independiente. Se alinea, en vivo y en directo, con un modelo de negocios que hace del empoderamiento un producto popular; lo convierte en hit, lo transforma en un posteo, levanta el dedo del medio y grita que no necesita a nadie más que a ella, y quizás eso, en un eventual futuro, se termine imprimiendo en una camiseta. El combo musical Jimena Barón funciona. Y por más fuerte que sus palabras suenen, no es un discurso violento; tiene carácter, es aguerrida, pero también se emociona, hace emocionar a su gente y después los pone a bailar. Y eso es importante: para Jimena Barón, ante todo, hay que bailar. Porque esto es una fiesta. Y que el aforo esté medio vacío no importa demasiado; pregúntenles a la niña y su madre, que siguen bailando, a ver si les interesa. Ellas fueron a buscar a La Cobra. Y La Cobra les da todo lo que querían. Quizás, si les preguntan y las interrumpen, les cuenten que les dio incluso mucho más.

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