La violencia está en nosotros

Hace 50 años se publicó Deliverance, novela visionaria que predijo la barbarie del presente

Tiempo de lectura: -'

26 de septiembre de 2020 a las 05:03

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

En una ciudad de Texas, el domingo pasado seguidores de Donald Trump organizaron una caravana en apoyo al candidato que busca la relección presidencial. Estuvo conformada solamente por musculosas camionetas pick up, pues estas en cierta forma representan la imagen socio económica del trabajador estadounidense conservador. Hubo estruendo de bocinas, banderas y rostros felices (aunque las apariencias engañen más de lo que uno cree) que dan por descontado que el hombre en la Casa Blanca conseguirá su objetivo y la revolución hacia atrás continuará su curso. Dentro de algunas de las camionetas había escopetas. Por las dudas. Los seguidores de Trump están cansados de que les pinten las estatuas de sus próceres blancos o que las turbas las quiten a la fuerza de los lugares públicos donde han estado instaladas desde hace largo tiempo. A muchos de ellos los guía la ira, y esta no se irá pronto. Se preparan para la batalla. El lingüista Noam Chomsky, que a los 91 de edad está dando señales de eternidad prematura, dijo que en Estados Unidos podría ocurrir una guerra civil. No es un escenario del todo imposible. Hay olor bélico en el porvenir. 

Quienes creían que la Unión Americana iba a sufrir una transformación social y de costumbres durante la presidencia de Barack Obama se equivocaron. En muchos aspectos a la vista, ese país sigue estancado en estados mentales prevalecientes antes de los cambios asociados a los tiempos post Vietnam. Al ciudadano anglosajón conservador, que rápido puede desenfundar el fusil si ve opositores ocupando su territorio, no se le puede pedir cambios de actitud profunda. La violencia sigue estando en nosotros. La izquierda y la derecha cavernarias, desparramadas de inusitada manera por doquier, morirán con las botas puestas, sin que los cambios de época tengan sobre ellas mínima influencia. En esto no hay tutía. Todo sigue como si nada, aunque haya quienes todavía crean en los espasmódicos fuegos artificiales de conductas que engañan ser lo que no son y se disfrazan de “cambio”. La ceguera ideológica, los dogmatismos irracionales, siguen tan vigentes como antes. La civilización no consiguió desterrar de sus confines a la barbarie ni al autoritarismo de las opiniones de rebaño. Los mundos ideologizados siguen impidiendo la libertad del pensamiento subjetivo, la abolición del prejuicio, y la imposición de los buenos modales del espíritu en estado de tolerancia. 

Una novela extraordinaria trata sobre la condición humana cuando la ignorancia no cesa de visitarla. Fue publicada en 1970. En apenas 236 páginas el poeta James Dickey encapsula en Deliverance, su primera novela (escribió solo tres, dos de ellas geniales), el mundo sui generis del contradictorio sur estadounidense, en el que la virilidad no acepta excepciones y en las varias dimensiones de lo real puede habitar el horror habituado a serlo. La novela, traducida al español como Liberación, tuvo impacto inmediato en tiempos de la guerra de Vietnam y de la presidencia de Nixon, aunque cualquier lector inteligente podía darse cuenta de que no había sido intención del autor presentar un alegado político sobre el presente convulsionado de su país, sino una radiografía atemporal de la condición humana en regiones –que pueden estar en cualquier lugar– donde la barbarie, lo mismo que el lobo feroz en la historia de Caperucita Roja, tiene peligrosa capacidad para mimetizarse en comportamientos aceptables. 

Deliverance es una historia de aventuras de cuatro hombres de mediana edad, de los suburbios de Atlanta, que durante “el fin de semana que no jugaron golf” son puestos a prueba por el destino en una remota zona montañosa del estado de Georgia. El regreso a la realidad no será con gloria. Uno de ellos muere y otro es sodomizado. A modo de síntesis podría decirse que en secreto los guía la necesidad de recuperar la juventud en un contexto geográfico propicio para explayar el ímpetu físico y ejercer la irresponsabilidad. Erudito y fornido (medía 1.90), Dickey solía decir a sus amigos que todo lo que pasa en la novela le había pasado a él. Ambiciosa por el cuestionamiento de la psicología humana que presenta, Deliverance interpreta de reojo los espacios velados y vedados que a diario resaltan en la cotidianeidad, y que exigen formas menos prejuiciosas de comprensión. ¿Dónde comienzan y dónde terminan las restricciones del comportamiento? ¿En qué momento la conducta se encamina al desastre sin posibilidad de redención? Conocedor del mundo donde sucede el relato, Dickey solo presenta acción, dejando al lector la tarea de juzgar lo que ve y oye decir a los personajes. Dickey no es un fabulista a lo Esopo que viene a imponer una moraleja. Su magnífica prosa, poética, nunca redundante, favorece estados de conciencia que contradicen la irregularidad del destino a la hora de dictar veredictos. Estamos en un mundo del que tenemos menos control del esperado. El horror acecha oculto en los pliegues de la realidad.

Deliverance es hoy un clásico. Integra la lista de la revista Time de Las 100 mejores novelas publicadas en inglés entre 1923 y 2005. Ocupa la posición 42 de la “100 Best Novels” del siglo XX en la lista de Modern Library, compilada en 1998. La versión cinematográfica tuvo el mismo éxito de crítica y público. En español se llamó La violencia está en nosotros (1972, año de El Padrino) y tiene como protagonistas a Jon Voigt, y a Burt Reynolds. El filme (a cuyo estreno la revista Life le dedicó la portada), fue dirigido por el inglés John Boorman con lúcido entendimiento de las circunstancias reales a las cuales alude la historia. Pocas veces antes el cine había presentado con mirada tan fidedigna el Deep South o Sur profundo como en esa ocasión, y resulta hasta irónico que fuera un inglés quien tuvo el tino para hacerlo. Claro está, el libro de Dickey le puso las cosas en bandeja. La narración es un manifiesto testimonial de la condición sureña, de ese mundo machista y lleno de prejuicios que convierte a la violencia soterrada y cotidiana en usina aterradora, como la escena tantas veces citada en la que un hombre es violado. El propio Dickey tuvo un papel menor (cameo appearance), interpretando al comisario Bullard. Le pidió a Boorman que la película fuera poética. Si había exceso de violencia no importaba, pues decía que el mundo es violento. El filme consiguió tres nominaciones al Oscar (mejor película, mejor director, mejor montaje). Es considerado un clásico por el Archivo Cinematográfico de la Biblioteca del Congreso. A Dickey le sirvió para ganar dinero y conseguir un premio que ningún poeta de su generación obtuvo: el Globo de Oro al mejor guión. 

El poeta que había publicado su primer libro de poema, Into the Stone, en 1962, jamás pudo entender la repercusión que tuvo su novela, aunque sabía desde la primera frase que escribió que estaba creando un clásico. Cuando murió, cuatro días después de haberse jubilado como profesor de literatura de la Universidad de Carolina del Sur, el obituario del New York Times, escrito por Albin Krebs, comenzaba diciendo: “James Dickey, uno de los más distinguidos poetas y críticos modernos de la nación, conferenciante y profesor, quizás más conocido por su áspera novela Deliverance, murió el domingo en Columbia, Carolina del Sur. Tenía 73 años. Murió de complicaciones de una enfermedad pulmonar”. Nacido en un país donde la gente del sur, incluidos escritores, es situada en una categoría de inferioridad intelectual con respecto a la elite del noreste, Dickey resulta un caso excepcional para su contexto.

Nacido en Buckhead, Georgia, suburbio de Atlanta, el 2 de febrero de 1923, Dickey celebró la vida como lugar de conflicto. A partir de una perspectiva propia, reflexiva y lírica, más honesta, pues su exhibicionismo de virilidad careció de imposturas, Dickey retomó algunos de los temas presentes en la literatura de Hemingway, como ser el coraje del espíritu humano en situaciones extremas y la resolución a partir de una actitud masculina de los conflictos de la existencia en apariencia menores y que, sin embargo, resultan definidores del carácter de esta. Entre 1955 y 1961 Dickey trabajó como creativo en agencias de publicidad de Nueva York y Atlanta (entre otras McCann-Erickson), labor que detestó por considerarla banal y sobre la cual dijo en una oportunidad: “Durante el día vendía mi alma al diablo y de noche trataba de comprarla nuevamente”. En noches que fueron intensas y continuas, paliativos para el alma, Dickey escribió una de las mejores novelas del siglo XX. 

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.