Es frecuente que, por diversos motivos, personas no pertenecientes a la religión católica, concurran a algún acto propio de este culto.
A lo mejor, con un sentido de la hospitalidad muy elogiable, se puede desear que ellas participen activamente en las ceremonias. Sin embargo, por respeto a sus creencias y teniendo en cuenta la buena disposición que demuestran al concurrir a un acto de culto que no les es propio, hay que tener muy en claro la imposibilidad de hacerlas partícipes de los ritos externos propios de quienes profesan una fe distinta.
Este es el caso del “saludo de la paz”, en la Santa Misa, que, desde tiempos antiguos, la Iglesia católica ha mantenido en su liturgia. Aunque se conoce más la forma externa actual de darla, a veces, se olvida, que, mucho antes del Concilio Vaticano II, ella estaba prevista. El rito se hacía por medio de un portapaz. El celebrante lo hacía llegar a los fieles para que lo besasen. El portapaz era una imagen religiosa labrada en metal o madera, parecida a la bandeja que se utiliza al distribuir la comunión a los fieles.
Volvamos a la presencia de personas no pertenecientes a la religión católica, en la celebración de la santa Misa. Los fieles católicos con su presencia, participan de ella. En cambio, quienes no lo son, solo asisten. Por eso la Instrucción sobre el sacramento de la Eucaristía, (Redemptionis Sacramentum), en el artículo 71, ha querido detenerse en el denominado rito de la ministración de la paz. Esta es la norma: “Consérvese la costumbre del Rito romano, de dar la paz un poco antes de distribuir la sagrada Comunión, como está establecido en el Ordinario de la Misa. Además, conforme a la tradición de Rito romano, esta práctica no tiene un sentido de reconciliación ni de perdón de los pecados, sino que más bien significa la paz, la comunión y la caridad antes de recibir la Santa Eucaristía”.
En el Ordinario de la misa se dice también que el celebrante o el diácono, “pro oportunitate” (según convenga), indicará a los fieles que se den la paz. Allí la prudencia pastoral jugará un papel decisivo. Ante la concurrencia de personas no católicas, el sacerdote celebrante se abstendrá de animar a los fieles a que se den la paz, pues no se trata de un mero saludo, sino de un rito que significa “la paz, la comunión y la caridad antes de recibir la Santa Eucaristía”.
De las personas no católicas que asisten a una ceremonia de la religión católica, se espera respeto y consideración a los que se realiza en el culto. Por ejemplo, evitarán cursar las piernas al sentarse o tomar posturas impropias de un lugar considerado sagrado para los creyentes. No tendrán que arrodillarse frente al santísimo, pero si guardará una compostura respetuosa. Tampoco necesitará contestar a las invocaciones o rezos de los fieles, si guardará silencio, no conversará con el de al lado, aunque este tampoco sea creyente. Muy importante no irán a recibir la Comunión. No se trata de una discriminación, porque para recibirla se necesita ser católico y saber a quién se está recibiendo.
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