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Las lecciones de la peluquería

La toma de rehenes llevada adelante en un comercio de Pocitos deja grandes enseñanzas para todos, entre ellas la empatía que tuvo la dueña del lugar para calmar al secuestrador
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20 de enero de 2019 a las 05:02

Con el suspenso propio de una película, todo el país siguió el pasado jueves 10 el copamiento de la peluquería Amor Mío, en pleno Pocitos. No fue un copamiento para robar sino un copamiento por amor despechado. El asaltante buscaba a su expareja que trabajaba en ese establecimiento y no se sabía bien si buscaba venganza por un amor traicionado, como decía él, o si procuraba recuperar el afecto perdido o si era una medida desesperada de quien nada tenía que perder.

El copamiento terminó bien. Sin heridos ni muertos ni sangre. (Nada de eso que una periodista de La Diaria le atribuyó como objetivo a la cobertura periodística de los camarógrafos y movileros de los canales de TV, y que despertó una intensa polémica dado que la nota fue refrendada como “muy buen análisis” por la Asociación de la Prensa Uruguaya y rechazada por una cantidad de periodistas serios e independientes que, a diferencia de lo que piensa APU y muchos miembros del gobierno, no escriben o dicen o filman lo que les indican los dueños de los medios.) Pero sí terminó con víctimas: no la dueña del local, Mónica Fernández, no la pareja del asaltante, no otros empleados o clientes que estaban en ese momento en el lugar de los hechos y que sí sufrieron horas de tensión. Pero sí quizá y paradójicamente el asaltante, persona vulnerable, que se puso de novio con la chica a los 13 años cuando su familia lo abandonó y que sufría por haberla perdido.

El relato posterior de la dueña del establecimiento es muy aleccionador y debería ser tomado muy en cuenta. Fernández explicó que conocía al chico, que había hablado con él en varias oportunidades, que le había explicado las dificultades para volver con su  novia, que tenía una vida por delante.

Fernández, en lugar de mostrarse vengativa, aseguró que iría a visitar al joven a la cárcel y que haría todo lo posible para que se rehabilite. Y frente a las críticas violentas que recibió a través de redes sociales la chica que trabaja con ella por no abandonar de una vez al joven, Fernández se preguntó: “Si yo tengo esa violencia (la manifestada en las redes), ¿cómo puedo pretender que una persona vulnerable, sin contención, no sea violento? Se necesita empatía”. 

Una definición muy acertada, porque en las redes sociales y bajo anonimato muchos dicen cosas que no dirían a una persona si la tuvieran cara a cara. Y si se lo dijeran, demostrarían que no tienen corazón, que no tienen alma, que no entienden nada del espíritu humano. Pero no, las redes sociales son ideales para que los cobardes se manifiesten tal como son: violentos, amargados, resentidos, incapaces de comprender, incapaces de perdonar, incapaces de sentir empatía por el otro ya sea asaltante o asaltado. Incapaces de cumplir un proverbio sioux que dice: “No juzgues a nadie hasta no haber andado cuatro lunas (unos cuatro meses) en sus mocasines”. Es decir, no juzgar sin ponerse en la piel del otro.

Es lo que decía Mónica Fernández: si yo tengo la violencia para juzgar desde fuera, desde el anonimato y la seguridad de la redes sociales, ¿cómo voy a pretender que alguien vulnerable y sin contención no sea violento? Quienes juzgan así son personas sin o con pocas vulnerabilidades y en situación de contención porque tienen familia, hogar, trabajo, etcétera, son, en definitiva, más violentos que quien asaltó la peluquería. 

Fue la empatía de la dueña del local la que logró que el joven se calmara. Y fueron sus palabras al joven, “de aquí salimos todos vivos o no salimos”, lo que permitió aflojar la tensa situación. El joven sintió que había al menos una persona en la que podía confiar. Una persona que cumpliría su palabra. Una persona que no quería a nadie herido ni muerto (ni siquiera al atacante). Una persona que está resuelta a procurar la rehabilitación del joven y una persona que, junto con otros clientes de la peluquería, ha decidido pagar un abogado para que tome la defensa penal del joven. Que ese ejemplo cunda y veremos cómo otro Uruguay, menos crispado, menos agrietado, menos fracturado, es posible. Aprendamos la lección de la peluquería: no se trata de renegar del ejercicio de la autoridad ni del cumplimiento de la ley, pero es indispensable poner esa cuota de empatía y de contención que todos necesitamos. Y sobre todo, los que usan las redes para descargar sus frustraciones, olvidándose quien está del otro lado y diciendo cosas que jamás dirían a la cara y de frente. 

 

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