Lo que el pasado nos enseña sobre las coaliciones

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04 de octubre de 2019 a las 13:59

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Se acerca el 27 de octubre y nuestros contactos se vuelven más frecuentes. Esta semana te enviamos una newsletter Decisión 2019 con un primer análisis del debate dos horas después que terminara. Al final de este correo encontrarás un recuadro con varias notas recomendadas para seguir las repercusiones de ese episodio.

Pero la campaña sigue más allá del debate y los candidatos saben que, tal como escribió hace un par de semanas Adolfo Garcé, la clave de la elección –sobre todo la de noviembre– estará en los acuerdos que logren presentar los partidos para asegurar gobernabilidad.

Este texto es parte de la newsletter Decisión 2019 que el autor envía todos los viernes a los suscriptores. Buscá en el correo con el que estás registrado en El Observador, el envío semanal.

Por tanto hoy te envío la primera parte de un análisis a fondo sobre los diferentes modelos de acuerdos para gobernar en circunstancias en las que no hay un solo partido que tenga mayoría parlamentaria propia.

El análisis lo divido en dos. Y hoy te comparto los diversos modelos aplicados desde la restauración democrática hasta 2005 –desde ese momento no fueron necesarios acuerdos multipartidarios–. La semana que viene analizaremos la diferentes opciones que pueden darse ahora, según los posibles resultados del último domingo de este mes.

Antes, una pequeña introducción sobre los dichos de las últimas horas.

Por qué los acuerdos son muy importantes en esta elección

Encuestas, analistas y hasta políticos coinciden en que ninguno de los partidos tiene chances de lograr una mayoría parlamentaria propia. Por tanto, una vez conocido el resultado electoral, deberán ponerse a negociar.

La oposición tiene un escenario más sencillo para eso que el FA. Más sencillo no quiere decir fácil.

Al otro día del debate, Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou hablaron del tema. El candidato oficialista dijo que él la tendrá más fácil que su rival para gobernar sin mayorías. No abundó en argumentos para sostener esa afirmación.

¿Cuál sería la ventaja del FA por sobre la oposición para gobernar sin mayorías? Que los votos que le faltarán serán menos que a cualquier otro partido. Y eso sin dudas que es muy importante. No es lo mismo para un partido liderar una coalición si ya tiene el 40% del Parlamento que si tiene menos del 20%. En el pasado, como ya veremos, la mayoría de los gobiernos que armaron coalición eran muchos más débiles de lo que lo sería el FA en el próximo período según todas las proyecciones. Y así les fue: salvo una coalición, ninguna llegó firme hasta el final.

Pero los problemas del actual partido de gobierno para hacer acuerdos en un próximo período van por otro lado. El tono de la campaña y los agravios de muchos dirigentes de la izquierda –incluidos algunos dichos del generalmente calmo Martínez– complican aún más una eventual negociación con posibles socios opositores en caso de ganar las elecciones de noviembre. Para peor, quien debería estar a cargo de esas negociaciones en una eventual nueva administración frenteamplista es Graciela Villar. La misma que en sus primeras apariciones públicas dijo que la elección es entre oligarquía y pueblo. Luego de eso, y otros dichos polémicos que nada contribuirían a acuerdos, Villar pasó a un lugar totalmente lateral. Primó el silencio y casi no dio entrevistas.

La oposición allí la tiene un poco más fácil, pero es cierto que en los últimos días, sobre todo porque Talvi quedó molesto por la exclusión del debate, blancos y colorados pueden entrar en una zona de riesgo. Lacalle debe mover rápido para frenar estos problemas, a los que se suman las diferencias que existen dentro del bloque opositor con la incorporación de Guido Manini Ríos a un eventual acuerdo.

Esta semana, Lacalle también habló de los acuerdos. Antes del debate dijo que está confiado en alcanzar un acuerdo exprés la noche del 27 de octubre o al otro día con el resto del arco opositor. Ayer abundó en el tema y dijo que, a diferencia del FA, su partido “ha sembrado coincidencias y buenos vínculos personales” con el resto de los partidos no frentistas. 

Pero cuál es la debilidad de Lacalle Pou para encarar una coalición: su intención de voto y, por tanto, su eventual bancada propia. El candidato necesita un Partido Nacional más fuerte para liderar la coalición. Según la encuesta que se mire, el PN tiene una intención de voto para octubre de entre 21,6% y 28%. Como veremos en los números que te compartiré a continuación, ninguna coalición de blancos y colorados desde la restauración democrática tuvo al frente a un partido con menos de 30% del electorado.

Tal vez por eso la estrategia muy clara del candidato en el debate con Martínez fue la de polarizar tan fuerte contra la izquierda. Parecería que buscó mostrarse –y creo que lo hizo con éxito– como el líder opositor, opacando a sus futuros socios pero sin chocar con ellos. Le sirvió mucho para ello vetar del debate a Ernesto Talvi y a Guido Manini Ríos. Eso fue acordado con Martínez, a quien tampoco le convenía debatir contra cuatro rivales a la vez.

Lacalle Pou necesita también que su sector sea fuerte dentro de la interna oficialista y va encaminado a hacerlo porque Todos es el grupo más grande del PN. Es importante para un presidente primero tener alineado a todo su partido para luego negociar con el resto. Con Jorge Larrañaga tiene un aliado de fierro y esta semana lo demostró. El problema allí lo puede tener con Juan Sartori, según cómo le vaya el 27 de octubre al empresario

Las coaliciones

El "gobierno de entonación nacional"
 

El primer gobierno de Julio María Sanguinetti era especial porque era el de la transición y no necesitó armar una coalición típica, con reparto de cargos.

Previo a las elecciones hubo una Concertación Nacional Programática (Conapro) entre los partidos políticos y los principales actores sociales. Allí se hicieron acuerdos sobre asuntos de la transición, pero no se llegó a consenso en temas que aún hoy parte al país: educación, y marco legal de las relaciones laborales.

Pero el nuevo gobierno “dejó atrás” esos acuerdos, según dice Gerardo Caetano en Uruguay, historia contemporánea.  En busca del desarrollo entre el autoritarismo y la democracia (Planeta, 2015).

Sanguinetti encaró un “gobierno de entonación nacional”, como lo llamó, con acuerdos limitados con el Partido  Nacional, que en ese entonces era liderado por Wilson Ferreira.

Hubo en el gabinete figuras nacionalistas pero a título personal. Por ejemplo, Enrique Iglesias en la cancillería. Al Frente Amplio se le dio seis cargos de dirección en dependencias estatales. El rol era de fiscalización.

En el Parlamento el wilsonismo le dio gobernabilidad a un gobierno de partido minoritario, “lo que no bastó para un trámite arduo de negociaciones caso a caso en torno a determinados asuntos”, dice Caetano. “Existió también durante este período el instrumento de las llamadas reuniones de cúpula entre los principales dirigentes de todos los partidos con representación parlamentaria”.

El gobierno “de coincidencia nacional”

La negociación para llegar a un gobierno de coalición para la administración de Luis Alberto Lacalle fue muy intensa. Pero se llegó a un acuerdo para lograr un gobierno denominado de “Coincidencia Nacional”.

El pacto incluyó repartos de cargos pero también asuntos programáticos como la creación de un Ministerio de Vivienda, la forma de elegir las autoridades de la enseñanza, un ajuste fiscal, una reforma de la seguridad social –que luego no se aprobó– y algunas privatizaciones –sobre las que también luego hubo diferencias–.

No todos los sectores blancos y colorados fueron parte del acuerdo, pero sí la mayoría. La coalición comenzó con 84 bancas de las 130 de la Asamblea General. Era una alianza potente e implicaba una mayoría parlamentaria fuerte.

Duró poco. En 1991 la coalición perdió una pata fuerte: el Foro Batllista de Julio María Sanguinetti. Poco después se bajó la Lista 15 de Jorge Batlle. El gobierno solo mantuvo una bancada parlamentaria que le permitió mantener los vetos presidenciales –un tercio–. En 1993 la ruptura fue casi total. El presidente perdió el apoyo del Movimiento Nacional de Rocha y de Renovación y Victoria. En el Parlamento al final del período solo contaba con los votos del Herrerismo y la Unión Colorada y Batllista –pachequismo–.

La coalición más sólida

Este es el período en el que una coalición funcionó de la mejor manera posible desde la restauración democrática. Y eso fue posible por tres motivos:

  1. Un resultado electoral muy particular: fue la elección de los tres tercios, en la que el Frente Amplio luego de un crecimiento continuo desde su fundación alcanzó a los partidos fundacionales, pero no llegó a superarlos.
  2. Un presidente que dada esa coyuntura estuvo dispuesto a negociar mucho para obtener los acuerdos políticos y a darle a su socio, el Partido Nacional, un lugar de privilegio.
  3. Un líder del Partido Nacional como Alberto Volonté, muy dispuesto a dar gobernabilidad.

Sanguinetti trataba a Volonté, presidente del directorio blanco, como un “primer ministro”. Cada tema a resolver lo consultaba antes con él. El presidente cuidó la coalición como un bebé y por eso le permitió tener ministros blancos hasta el final del período, algo inédito, como se puede ver en los cuadros de cada período.

El inicio de la negociación, recuerda Caetano, fue también con un formato diferente al resto, dado que se armaron comisiones multipartidarias con un agenda promovida por el oficialismo. Así la coalición contó con 84 legisladores de los 130 –64%–.

“Con el respaldo de una coalición más disciplinada, esta segunda administración de Sanguinetti pudo avanzar así en la aprobación de un conjunto relevante de reformas, entre las que podría destacarse cuatro: la reforma de la seguridad social, la reforma educativa, la continuación de la reforma del Estado y la reforma constitucional”, señala Caetano.

La primera coalición que nació antes de tener un presidente electo

Fue el primer gobierno con la reforma constitucional que incorporaba la segunda vuelta y eso hizo que el partido que sacó más votos en octubre no fuera automáticamente gobierno, sino que debió ir a un balotaje en el que perdió con el Partido Colorado.

El cambio en las reglas de juego electorales hizo que las negociaciones se adelantaran. Y Jorge Batlle logró un acuerdo con Luis Alberto Lacalle Herrera que le permitió ir a la segunda vuelta de noviembre ya con una propuesta de coalición.

En ese sentido es el escenario más parecido al de ahora, para blancos y colorados. De todas formas, Batlle llegó a esa coalición con una bancada de su partido más fuerte que cualquiera de las que podrían tener los partidos opositores hoy según las encuestas –33,8% de la Asamblea General–. La coalición en su conjunto, que sumaba al segundo y al tercer partido más votado, llegaba a 55 diputados en 99 y 18 senadores en 31.

Esta coalición comenzó bien, pero murió muy pronto. El estallido de la crisis de 2002 encontró un gobierno muy débil. “La coalición se rompió en el peor momento y el centro presidencial alcanzó en esa misma coyuntura crítica una debilidad tal que lo llevó casi al inmovilismo y a la imposibilidad de interlocución negociadora”, relata Caetano.

A mediados de 2002 el PN rompió con el gobierno y retiró a los ministros del gabinete. De todas maneras hubo cooperación en momentos complejos y le dio cierta gobernabilidad parlamentaria para leyes como las de reordenamiento financiero y la creación del Nuevo Banco Comercial.

Dentro del Partido Colorado, Batlle contó con la colaboración constante de Sanguinetti y su sector. Pero en términos prácticos, la coalición con el Partido Nacional murió con la crisis y nunca más revivió.

Hoy, 17 años después, blancos y colorados tendrán el desafío de volver a acordar si quieren volver al gobierno, pero con un escenario muy diferente al de otras coaliciones: está claro que no podrá ser un baile de a dos. Sobre eso, y sobre qué opciones puede tener el FA para hacer una coalición o acuerdos de gobierno, será la próxima newsletter Decisión 2019.

Hasta la semana que viene.

 

Las notas sobre el debate

 

Mi nombre es Gonzalo Ferreira, soy editor jefe de El Observador. Podés escribirme a este mail por sugerencias y comentarios. Si tenés ideas de cómo mejorar este nuevo producto soy todo oídos.

 

Fuentes de los datos históricos:
  • Banco de datos de la Facultad de Ciencias Sociales  
  • Uruguay. En busca del desarrollo entre el autoritarismo y la democracia Tomo III: 1930-2010. Gerardo Caetano (Planeta y Fundación Mapfre)

 

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