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Lo que "fracasó" en América Latina fue "la visión tecnocrática"

En conversación con El Observador, Marta Lagos, directora de la Corporación Latinobarómetro, considera la democracia uruguaya la más solida de lejos en la región
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12 de enero de 2020 a las 05:00

El año 2019 registró una caída de prácticamente todos los indicadores económicos, políticos y sociales en América Latina, algunos de los cuales alcanzan las cifras más negativas desde el inicio de las mediciones de Latinobarómero en 1995.

“Nunca hubo en la región una percepción de retroceso tan grande desde hace, al menos, 23 años. Según nuestras encuestas, la gente percibe grandes problemas económicos, delincuencia, situaciones políticas complicadas y corrupción”, comentó a El Observador Marta Lagos, directora de la Corporación Latinobarómetro, desde su sede en Santiago de Chile.

Lagos es magíster en Economía, analista política y considerada una de las mayores expertas en opinión pública en América Latina.

¿Qué evaluación hace sobre América Latina al cierre de 2019?
El año cierra la década con una población que definitivamente entendió lo que es la democracia y empezó a demandarla. Durante años tuvimos muchos indicadores de que la gente se quejaba del deterioro de la democracia en sus países, en 2018 se comienza a ver más este declive y en 2019 se termina de concretar la visión de que la democracia que existe en América Latina no es la que quieren los ciudadanos. Por lo tanto, comienza un ciclo de protestas que pienso terminará cuando se cumplan las demandas políticas, sociales y económicas, no antes.

¿Esas protestas significan reivindicación, pero también caos?
Es un desorden, por supuesto, hay ingobernabilidad, pero es un avance porque las élites en la región se han deteriorado profundamente. 
Tenemos el caso de Evo Morales, que intentó quedarse un cuarto gobierno en Bolivia; el caso de Rafael Correa, que sale del poder en Ecuador y se refugia en Bélgica por serias acusaciones en su contra, hay 19 expresidentes de América Latina acusados por corrupción o en la cárcel. 
Eso influye enormemente en la implosión social que ha habido, por ejemplo, en Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia. En Brasil empezaron las protestas en 2013 y ahora están en un estado intermedio, todavía no resuelto. 

¿Qué impacto piensa que tienen o tendrán estas protestas?
El reclamo es para un recambio de élites. Esto es una lucha entre las élites y la población, donde la población demanda más democracia y las élites están renuentes a ceder sus cuotas de poder.
El caso de Argentina es el más dramático, Cristina Kirchner le cede su poder a Alberto Fernández para llegar a la vicepresidencia y no terminar en la cárcel. Incluso más evidente es el caso de Bolivia, donde Evo Morales cree que es el único que puede gobernar su país.
Pero la corrupción termina con la paciencia de los ciudadanos. Hay mucha gente diciendo que esta es una década perdida, sin embargo yo creo que es una década en la que la democracia gana. Ganan las demandas de los ciudadanos, por encima de la corrupción de las élites.

A mucha gente le sorprendió el triunfo del peronismo…
Hay que mirar las cosas desde una perspectiva de la política de poder. La alternancia que se produce en Argentina se debe al fracaso estrepitoso de Mauricio Macri y no al triunfo del peronismo. A Macri lo habría reemplazado cualquier opositor. Cristina Kirchner aprovechó el momento, pero sin el fracaso de Macri no hubiera habido alternancia.

Existe el reclamo de la población por democracia, pero por otro lado también las encuestas de Latinobarómetro indican que ha aumentado la cantidad de ciudadanos indiferentes a la política. ¿Es contradictorio? 
No, no es contradictorio porque son contingentes de personas diferentes. El contingente que demanda la democracia no se da por vencido. El futuro nos dirá quién gana: si los que demandan más democracia o quienes están votando el populismo.

¿Qué fenómeno político le llamó más la atención de 2019?
Lo que más destaca es que las élites se sientan sorprendidas por las protestas, hacen como si no supieran lo que está pasando con los ciudadanos. Una cosa es que un gobierno aguante una situación mala, y otra es que, cuando la gente explota, diga “yo no sabía”. Los gobernantes no conocen bien a sus pueblos, porque no quieren saber. Hay una brecha muy grande entre la gente y la política. 

¿A qué se debe la brecha?
Una de las causas es el descrédito de la política. En la década pasada, el promedio de aprobación de los gobiernos en América Latina estaba arriba del 50% y hoy está en menos del 30%. Es decir, ha bajado en 20% o 30%. Eso es un indicador de la decadencia de las élites, que se ve en las reelecciones indefinidas, en la permanencia en el poder más allá de lo establecido. La permanencia de las élites es lo que ha malogrado las transiciones y la consolidación de la democracia en la región. 
No es como en España, donde hay grandes problemas económicos y políticos, pero aparece un nuevo líder cada semana. Aquí, en cambio, volvemos a los mismos. En Chile, Sebastián Piñera ocupó la Presidencia en dos períodos y Michelle Bachelet en dos períodos también. ¿Es que no hay nadie más? En República Dominicana, Lionel Fernández es candidato por tercera vez. En Uruguay querían que Sanguinetti fuera candidato nuevamente. No hay renovación de élites, ni formación de nuevos cuadros. 

¿A eso se refiere cuando en sus artículos habla del fin de la tercera ola de la democracia?
Me refiero a la teoría de Samuel Huntington, quien habla de una tercera ola de democracia, que es cuando esta se expandió en más de cien países en el mundo a mediados de los años de 1980 y América Latina se vuelve enteramente democrática hacia los 90. Pero esa ola se acaba con Nicaragua y Venezuela, al salirse de la condición de democracias, ya no son democracias.

¿Qué rol juegan los militares en la región en este contexto?
Los militares se fueron a los cuarteles y saben muy bien que no pueden ser exitosos si vuelven a incursionar en el poder político. 

¿Hay un aumento de la confianza en las Fuerzas Armadas como institución, según las encuestas?
No es precisamente un aumento, las Fuerzas Armadas siempre han estado en una posición más alta en la confianza de la población que las instituciones de la democracia. 

Siempre no, hay que recordar la época de las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay que estaban muy desprestigiadas, ¿verdad?
En Latinobarómentro no tenemos datos de la época de las dictaduras, no podemos hacer esa comparación. Sin embargo, incluso después de las transiciones, los militares nunca perdieron la totalidad de la confianza. Hace muchos años que los parlamentos y partidos políticos están por debajo de los militares, en confianza.

¿Qué opina de las elecciones presidenciales de Uruguay?
Uruguay ha sido siempre una excepción en América Latina. Podría decirse que es el país más europeo de América Latina en términos de su sociedad, de su apertura, de su horizontalidad. Sin embargo, políticamente está en América Latina. Es una combinación interesante, porque Uruguay también vive el reclamo de la alternancia. Después de varios gobiernos de izquierda, la gente votó por un contrario, que es lo que está pasando en otros países de la región.

En Chile, los indicadores económicos mostraban bonanza, pero igual hubo explosiones sociales por todos lados.
Hay que ver más allá del crecimiento económico y de los mercados para entender por qué la gente se lanza a protestar. Los promedios estadísticos no sirven para entender a un país. Eso fue lo que fracasó: la visión economicista, tecnocrática, de que los países todo lo que necesitan es crecimiento económico. 
El crecimiento económico no vale nada si no hay equidad social, si no hay justicia, si no hay ausencia de corrupción. El 70% de los chilenos opina igual que el resto de América Latina de que las élites en el poder gobiernan para unos pocos. 

¿Qué países tienen democracias más sólidas en la región en este momento?
Uruguay. El resto viene lejos, muy lejos.

¿Cuáles son sus proyecciones para el año 2020?
En el año 2020 veremos si las élites logran entender lo que quieren los ciudadanos: que las democracias funcionen, no estas democracias, absolutamente imperfectas y mal instaladas, donde hay poderes fácticos y corrupción. 
Pienso que el poder y los gobernantes van a estar cada vez más bajo el escrutinio, rindiendo cuentas, siendo observados, y va a ser más difícil gobernar debajo de la mesa. 
Creo que los gobiernos debajo de la mesa se están acabando y se van a ir acabando en la medida en que la gente protesta. 
En América Latina las cosas se pueden poner muy mal, antes de que mejoren. Pero la región va en la dirección correcta al demandar más democracia. No cabe la menor duda. A mí me parece que es posible salir de esta crisis, con más democracia.  

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