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Los 100 días de Bolsonaro y un inicio malogrado

El presidente de Brasil ha perdido popularidad y aún no cuenta con mayorías en el Congreso para aprobar su reforma clave de la seguridad social
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13 de abril de 2019 a las 05:03

Brasil es implacable. El miércoles 10 se cumplieron los primeros 100 días del gobierno de Jair Bolsonaro, que asumió la Presidencia el pasado 1º de enero, y de las encuestas de opinión pública, la prensa, sus detractores y hasta de políticos supuestamente de su lado, surgen durísimas evaluaciones de su gestión.

El clima interno del país está que arde porque Bolsonaro, aunque cumplió con algunas de sus promesas electorales (como el lanzamiento de las privatizaciones con la entrega de la concesión de 12 aeropuertos por US$ 620 millones, el doble de lo estimado), no ha tenido avances significativos en la inseguridad y en la corrupción. Y lo que más preocupa es la incertidumbre sobre el plan de reforma de la seguridad social, asunto clave para bajar el abultado gasto del Estado  federal, un viejo dolor de cabeza para cualquier gobernante que tenga que lidiar con un Congreso de unos 30 partidos.

A la fragmentación política se suma que el presidente ha demostrado cierta “incompetencia” para liderar acuerdos en el Congreso, dicen en Brasil ejecutivos de compañías que estaban esperanzados de los planes de reforma del nuevo gobierno. 

En enero los inversores estaban optimistas respecto al avance de la reforma de pensiones, que consideran angular en la agenda económica de Bolsonaro, pero en pocas semanas sobrevino un desplome en la confianza.

Podría plantearse que algo más de tres meses en el poder es poco tiempo para ver resultados, pero permite tomarle el pulso al talante del presidente en el ejercicio del gobierno. 

Él mismo se ha dado cuenta de que algunas cosas no están funcionando. El lunes 8 cesó de sus funciones al ministro de Educación, Ricardo Vélez Rodríguez, por que dice que no dio con la talla.

Anteriormente, había despedido al secretario de la presidencia, Gustavo Bebianno, acusado de estar detrás de un esquema de desvíos de dinero público destinado a financiar las candidaturas de mujeres del gobernante Partido Social Liberal (PSL).

Una reforma vital

La piedra que realmente lastima el pie de la economía -y al gobierno- está claramente identificada según el titular de esa cartera, Paulo Guedes, quien no deja de decir que Brasil necesita disminuir el gasto público en forma urgente y para ello el Congreso debe aprobar “la vital reforma de las jubilaciones”. 

El ministro advirtió que si la reforma no es aprobada, “el país irá a la quiebra”. Existe cierto consenso entre los políticos brasileños de que si no se aprueba lo que se ha dado en llamar “las reformas en el sistema del bienestar”, la economía brasileña se “derrumbará” y perjudicará al gobierno que prometió poner de pie a un Brasil que todavía está golpeado por  la profunda recesión de 2015 y 2016, cuando el PIB cayó siete puntos porcentuales, que Bolsonaro se comprometió a revertir.

El mandatario  se ha comprometido a impulsar el crecimiento de Brasil con un plan de reformas profundas, en especial en el sistema de pensiones (que le ahorraría US$ 262 mil millones al Estado en una década, según estimaciones oficiales) y un plan de privatizaciones y concesiones con el fin de reducir el déficit fiscal.

Como la reforma del sistema de pensiones está trancada, a fines de marzo el gobierno congeló US$ 1.370 millones  del presupuesto de 2019, que se suman a US$ 7.700 millones bloqueados la semana anterior. El total supera así los nueve mil millones de dólares, con el objetivo de no poner en riesgo la meta de déficit fiscal establecida para este año. El techo de los gastos de 2019 alcanza los US$ 35.500 millones. Las áreas más afectadas son educación, defensa e infraestructura.

El Ejecutivo también paralizó US$ 765 millones previstos para las “enmiendas parlamentarias”; esto es, el dinero reservado en los presupuestos para iniciativas propuestas por los legisladores.

Asimismo, se puso fin a la convocatoria de empleos públicos en varias agencias estatales y es posible que algunas de estas desaparezcan en el futuro.

Otra novedad es la venta del ducto Tag (unidad de Petrobras que representa  47% de la infraestructura gasífera de Brasil) a un consorcio liderado por la francesa Engie, por US$ 8.600 millones. Esto ayudará a la petrolera estatal a reducir su deuda y, según proyecta el gobierno, proveerá un flujo estable de utilidades. 

Petrobras espera vender activos por US$ 27.000 millones para paliar una deuda que asciende a US$ 69.400 millones, y centrarse en sus actividades petroleras.

Bajo el plan total de privatizaciones, se espera recaudar US$ 20 mil millones por la venta de activos en 2019.

Pero muchos congresistas se resisten a  aprobar un profundo ajuste del gasto por intereses en el poder o por el carácter antipopular de las medidas. Analistas estiman que el Congreso finalmente aprobaría una reforma previsional, pero “diluida”. 

El escenario político se nota más complicado que hace tres meses. El partido de Bolsonaro controla apenas 54 de los 513 escaños en la Cámara de Diputados, y su coalición está dividida en medio de pugnas de distintos grupos, lo que obliga al gobierno a la negociación política. 

Los analistas comienzan a preguntarse si Bolsonaro tal vez no contaba realmente con el gran apoyo político que parecía tener en época preelectoral. Hoy en día, dos sectores se disputan la influencia en el gobierno: el ala militar (que ocupa ocho de los 22 ministerios, y más de 45 militares en 21 áreas, incluida Petrobras) y el ala ideológica (con la influencia del “filósofo” Olavo de Carvalho sobre varios ministros, y que es considerado una suerte de “gurú” del bolsonarismo).

En ese escenario, la aprobación de Bolsonaro cayó 16 puntos, de 67% a 51%, en estos últimos tres meses, según Ibope, mientras que Datafolha (instituto del Grupo Folha) impactó el pasado fin de semana dando a conocer en el diario Folha de San Pablo, los resultados de otra encuesta que revela que Bolsonaro es el presidente con la mayor popularidad perdida en tres meses desde la redemocratización de Brasil en 1985.   

No obstante, 59% de los entrevistados aún mantiene la expectativa de que el mandatario hará una gestión “buena o excelente”. Antes de iniciar su mandato, ese porcentaje era de 65%. 

Los cuatro pilares

Los analistas han estudiado la caída de popularidad de Bolsonaro en torno a cuatro ejes de su accionar: diplomacia, economía, seguridad y educación.

En materia de diplomacia, apenas asumió su cargo, el presidente brasileño reservó sus primeras visitas a Estados Unidos, Chile e Israel, lo que fue visto como un sello de ruptura con la tradición de la región de privilegiar el acercamiento Sur-Sur.

En materia económica, se ha considerado un éxito las subastas de 12 aeropuertos, así como la licitación de un tramo de la vía férrea norte-sur, pero nada de ello es suficiente para sanear las maltrechas cuentas públicas. 

En seguridad, Bolsonaro cumplió con aprobar una ordenanza que facilita la tenencia de armas, y se espera flexibilidad en el porte. Sin embargo, el proyecto de la Ley Anticrimen presentado por el ministro de Justicia, Sergio Moro – exjuez del caso Lava Jato), resulta un tema polémico entre el Ejecutivo y los parlamentarios. 

En el área de la educación, lo que se nota es desorden y confusión no solo en el fuero interno del ministerio, sino en las instituciones de enseñanza, padres y alumnos. Ahora Bolsonaro quiere revisar cómo se explica el golpe militar en los libros escolares de su país, lo que seguramente levantará nuevas polémicas.

Perspectivas

Todo indica que el gobierno se abocará fuertemente a destrancar sus propuestas de reforma en el Parlamento, para que no queden a la deriva y sus propias bases no resulten socavadas. 

En una conferencia en Nueva York, el miércoles 10, Guedes se mostró optimista de que el Congreso aprobará, según él, el proyecto de ley de reforma de pensiones, pero todavía no es seguro. 

Las batallas por el poder en el Congreso son de difícil manejo y pondrán a prueba a Bolsonaro. 

El mandatario continuará en la línea de las privatizaciones, tal como anunció. Sin duda, le resultará cuesta arriba impulsar otras políticas polémicas en un Congreso heterogéneo, donde su partido detenta una minoría. 

Según analistas, muchas de sus propuestas caerán en debates estériles, debido justamente a la incapacidad de aprobarse medidas prácticas por la fragmentación parlamentaria.

Cuando Bolsonaro subió al poder, en enero 2019, muchos pensaron que había comenzado “la hora de los radicales”. Sin duda, así fue. La pregunta ahora es qué tan lejos podrán llegar en la práctica. 

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