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Los prejuicios frente a la salud mental en Latinoamérica

¿Cómo se le explica a la familia que ir a terapia no es igual a estar loco o ser débil?
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25 de marzo de 2019 a las 05:00

Concepción de León
The New York Times News Service

Dime si algo de esto te suena conocido: “Los niños no lloran”, “La ropa sucia se lava en casa”, “Tienes que ser fuerte”, “Pídele a Dios”.
Todas estas frases (que he escuchado en al menos una ocasión, algunas en el último mes) son respuestas frecuentes ante desafíos habituales relacionados con la salud mental en muchas comunidades latinas. Ir a terapia psicológica o lidiar con una enfermedad mental puede ser considerado como una señal de debilidad o de que estás “loco”. 

Combina esto con un acceso desigual a los servicios de salud mental y seguro médico de calidad y no sorprenderá a nadie que los latinos, quienes tienen las mismas probabilidades de padecer una enfermedad mental que los blancos, tendrán la mitad de la probabilidad de buscar tratamiento. 

Cuando Adriana Alejandre, una terapeuta que vive en el valle de San Fernando de Los Ángeles, en California, comenzó a ejercer su profesión en 2017, trató de buscar información accesible para sus pacientes, en su mayoría latinos: el tipo de recursos que pudieran aplicar en su vida de forma directa. “Me frustré muchísimo porque no lograba encontrar ningún recurso que fuera relevante para mis clientes, que estuviera actualizado y que no estuviera plagado de jerga médica”, afirmó.

Así que en 2018 comenzó un pódcast para hablar sobre el asunto y ayudar a los pacientes latinos a que consideraran a los terapeutas como “más cercanos”. De inmediato recibió decenas de respuestas solicitando más información y, fundamentalmente, contenidos en español. Alejandre comenzó a grabar los episodios tanto en inglés como en español y desde entonces Latinx Therapy se ha convertido en una plataforma hecha y derecha con un directorio de terapeutas y pruebas de diagnóstico gratuitas para detectar depresión, trastornos alimenticios y otras enfermedades mentales comunes.

Alejandre comentó que, en entrevistas orales, las personas siguen diciendo cosas como “No estoy loco” o “Eso no es para nosotros, para nuestra familia. Nuestros problemas los resolvemos en privado”. Explicó que las comunidades latinas tienden a ser colectivistas, lo que significa que valoramos al grupo por encima del individuo y en ocasiones en detrimento de uno mismo. En otras palabras, si los miembros de la familia se resisten a tomar terapia o a hablar de problemas de salud mental, “resulta muy difícil romper esa barrera”, dijo Alejandre. “El inconveniente es que la gente sufre en silencio”.

Dior Vargas, de 31 años, una activista en favor de la salud mental, era una de esas personas. “No hablaba de ello con mi familia para nada”, comentó acerca de sus primeros problemas con la ansiedad y la depresión. “Todo llegó a su límite cuando a los 18 años intenté acabar con mi vida. Esa fue una experiencia reveladora para mi familia”.

“Todos nos vimos involucrados en esta experiencia verdaderamente traumática”, agregó. Su familia pasó de no tener ni idea a tener un conocimiento bastante amplio.
Uno de los problemas era que a Vargas le costaba trabajo comprender que sus experiencias eran válidas. Creció escuchando cómo algunos miembros de su familia crecieron en Ecuador en medio de la pobreza, incluyendo a su abuelo, quien emigró a Estados Unidos únicamente con el tercer año de primaria concluido.

“Sufrió muchos traumas que no superó y de los que no habló”, dijo. Según Vargas, al escuchar esas historias se preguntaba: “¿Quién soy yo para hablar de depresión? Nadie tiene tiempo para eso”.

Alejandre afirmó que el trauma intergeneracional es una razón fundamental para que los latinos asistan a terapia. No hacerlo permite que el ciclo continúe, sin importar si se trata de un trauma, depresión, ansiedad o violencia doméstica, dijo.

Ella sugiere explicar a los miembros de la familia lo que es la terapia de la siguiente manera: “Cuando tenemos tos, tomamos jarabe para la tos para sentirnos mejor. Cuando nuestra mente está enferma, vamos a terapia”. También comentó que es importante aclarar que la terapia no solo funciona para solucionar momentos de crisis. “La terapia es un espacio en el que puedes aprender a desarrollar habilidades, ya sea comunicativas, de autoconocimiento o para establecer límites”.

Para mí, establecer límites significó ocultarle a mi familia durante más de un año que estuve yendo a terapia. El hecho de que fuera algo solo mío fue de ayuda, así como no tener que responder preguntas de nadie ni que me cuestionaran qué me pasó. El enfoque de Vargas consistió en compartir asuntos muy generales de modo que sintieran que eran parte de eso, pero no al grado de saber demasiado al respecto. “Pues el tiempo entre mi terapeuta y yo es solo mío”, mencionó.

Alejandre afirmó: “Es muy difícil cuando tu familia te considera ingrata por tener conductas saludables como establecer límites, pero el sistema no cambiará si nadie inicia el cambio”.

Agregó que las primeras conversaciones acerca de la terapia son similares al acto de sembrar semillas en nuestras comunidades. Esas semillas crecerán hasta convertirse en entendimiento “cuando estén listas”.

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