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01 de mayo de 2020 a las 21:14

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El brote del covid-19 en China y su rápida propagación por el mundo aceleró una serie de procesos inevitables que llegaron para quedarse. El futuro del trabajo largamente discutido en foros y editoriales de pronto se instaló como una realidad inevitable, aquí y en el resto del planeta. La ola del coronavirus se volvió un tsunami que la sociedad contemporánea deberá sortear con astucia si no quiere morir ahogada.

Hay países que adoptaron cuarentenas obligatorias, otros aislamientos sociales voluntarios, unos aplicaron toque de queda mientras algunos directamente pretendieron ignorarlo como si el virus tuviera problemas con la indiferencia. Cada país encaró el problema sanitario de la manera que pudo o quiso pero los días del almanaque continuaron pasando, por más que la gente esté encerrada, trabajando desde la casa o directamente desempleada.

En Uruguay  miles de empleados quedaron sin trabajo y otros tantos fueron enviados al seguro de paro. El virus arrasó con la economía, también.

El calendario hizo que el 1º de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, cayese en plena pandemia cuando las recomendaciones de todos los expertos indican que es nociva la congregación de personas. Así como el 8-M en España fue un foco incontrolable del virus, lo iba a ser la tradicional manifestación de los trabajadores en la Plaza Mártires de Chicago frente el Palacio Legislativo.

Con tino el PIT-CNT resolvió suspender el acto y sustituirlo por una cuestionable caravana por las principales capitales departamentales del Uruguay. El 1º de mayo es una fecha sagrada para los trabajadores del mundo y es una buena fecha para recordar la importancia de las conquistas laborales a lo largo del tiempo.

En Uruguay el PIT-CNT se ha convertido en la principal fuerza de oposición al gobierno de la coalición multicolor. Tiene un número de asociados muy importante para un país de población tan pequeña y durante los gobiernos del Frente Amplio (FA) fue un socio para el ejercicio del poder. Cuando el FA perdió las elecciones y la mayoría parlamentaria, la central sindical –que en realidad es una federación de gremios- perdió pie y norte.

Una infame caceroleada contra el gobierno a los pocos días de la declaración de la emergencia sanitaria, insultos soeces por parte de un destacado gremialista de Antel contra el presidente, la insólita pretensión de utilizar la cadena nacional de radio y televisión para pasar su mensaje y la “brillante” idea de hacer cuatro actos –luego rectificada a tiempo- para el 1 de mayo fueron apenas algunos de los derrapes de un movimiento sindical mareado al verse con una realidad y un gobierno que no dominan más. 

El trabajo necesita que se lo vuelva a pensar, como las miradas sobre el empleo. Cuando pase la pandemia, serán decenas de miles los trabajadores que no volverán a ocupar el mismo lugar, y serán otros tantos los que deberán reinventarse. El teletrabajo, el ambiente laboral, el trabajo a distancia, los servicios humanos que no pueda brindar la tecnología, todo cambiará aceleradamente y el sindicalismo de antaño, siempre nostálgico de la retórica sesentista de la lucha de clases, deberá cambiar también.

De no hacerlo habrá que aceptar que el coronavirus también se llevó puesto al movimiento sindical. 

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