Fueron cuatro sábados consecutivos. El último –el 8 de diciembre, un puñado de días antes de la Navidad– casi 140.000 personas (10.000 en París) salieron a las calles de Francia a protestar, nuevamente, con furia. El mundo habla de ellos desde hace semanas y sus imágenes se reproducen en infinitas pantallas.
Los “chalecos amarillos” –esa prenda fluorescente que en 2008 se volvió obligatoria tener en todos los vehículos del país y que ahora sale a las calles con un simbolismo poderoso– quieren respuestas con urgencia y no están dispuestos a esperar más. Empezaron protestando por el alza de los combustibles, pero ahora piden mejores salarios, impuestos más bajos y una vida digna.
Adam Nossier en el New York Times lo explica así: “Esas exigencias más profundas, la incapacidad del gobierno para mantener el paso y un resentimiento feroz contra las ciudades prósperas y exitosas corre como un cable electrificado que conecta levantamientos populistas en Occidente, incluidos los del Reino Unido, Italia, Estados Unidos y, en un grado menor, Europa central. (...) Sin embargo, lo que diferencia a la revuelta en Francia es que no ha seguido el manual populista de siempre. No está atada a un partido político, mucho menos a uno de derecha. No se enfoca en la raza ni en la migración, y esos puntos tampoco aparecen en la lista de exigencias de los “chalecos amarillos”. No la encabeza un líder que escupe fuego por la boca. El nacionalismo no está en su agenda. En cambio, el levantamiento es en gran parte orgánico, espontáneo y autodeterminado. Sobre todo, se trata de las clases económicas y gira en torno a la incapacidad de la gente para pagar las cuentas”.
El domingo, después de haber mantenido silencio durante la última semana, el presidente Emmanuel Macron decidió hablar. Según informó el Elíseo el lunes a las 19 horas (hora local) el primer mandatario “se dirigirá a la Nación”.
Unas horas antes, Macron se reunirá con sindicatos, patronal y altas instituciones del Estado.
Esa cita por la mañana será el primer paso antes de los anuncios que haga esa misma noche, en la que será su primera intervención pública tras más de una semana de mutismo durante la que ha dejado que fuera su primer ministro, Édouard Philippe, el que pusiera la cara en la gestión de unas protestas de una violencia inaudita.
Philippe y varios de sus ministros se esforzaron en convencer de que Macron es consciente del enfado y ha abierto “una fase de escucha”. El portavoz del Gobierno, Benjamin Griveaux, hizo en su nombre un acto de contrición al contar que el jefe del Estado “ha reconocido que algunas de sus palabras han podido herir”, en una alusión a frases que han fraguado su imagen de soberbia y han alimentado el odio en su contra visible en los actos de “chalecos amarillos”.
La cuestión ahora es qué tipo de medidas pueden llegar a calmar ese enfado porque las cifras de participación en las manifestaciones del sábado (136.000, según el Ministerio del Interior) son casi calcadas de las de una semana antes.
El dispositivo de seguridad “excepcional” (89.000 agentes) que el Gobierno desplegó la víspera en el cuarto sábado consecutivo de movilizaciones de los “chalecos amarillos” limitó el grado de violencia física (hubo muchos menos heridos).
Pero pese a las cerca de 2.000 detenciones practicadas por las fuerzas del orden, muchas de ellas con carácter preventivo en controles en los accesos a las concentraciones varias horas antes de que empezaran, no impidieron ni lo disturbios ni los destrozos.
El adjunto de la alcaldesa de París, Emmanuel Grégoire, hizo notar que ayer hubo “muchos más daños materiales” en la ciudad que el 1 de diciembre, con “cientos” de comercios que sufrieron daños y “decenas” que fueron saqueados y desvalijados.
Eso mismo se vivió en otras ciudades, como Toulouse, Saint-Etienne o Burdeos, donde su alcalde, el ex primer ministro, Alain Juppé, hizo hincapié en que “las consecuencias de todo esto son desastrosas” para el comercio, para el atractivo turístico, pero también por “el daño para la imagen internacional de Francia”.
El conservador Juppé, insistió en que “esto debe cesar”, en que el presidente de la República debe hablar “rápido y fuerte”, y en que “merecen respuesta” algunas de las reivindicaciones de los “chalecos amarillos”, en particular del poder adquisitivo.
De las diversas pistas barajadas, la ministra de Trabajo, Muriel Pénicaud, cerró el domingo de entrada la de una revalorización significativa del salario mínimo en enero que vaya más lejos del 1,8 % que marca la fórmula que se utiliza actualmente porque “se sabe que eso destruye empleos y no es un buen método”.
Después de haber cedido esta semana a la reivindicación primera de los “chalecos amarillos” de renunciar a la subida de los impuestos sobre los carburantes en 2019 -con los que se esperaba recaudar 4.000 millones de euros-, los principales escenarios que le quedan a Macron son rebajas de impuestos.
Sea como fuere, el ministro de Economía y Finanzas, Bruno Le Maire, ya anticipó el domingo que “la crisis actual tendrá un impacto significativo sobre el nivel de crecimiento a finales de año”.
La Federación del Comercio y la Distribución ya ha anticipado que el sector va a perder más de 1.000 millones de euros en facturación y el presidente de la Confederación de Pequeñas y Medianas Empresas (CPME), François Asselin, advirtió de que habrá “muchas quiebras”, en una entrevista en Le Journal du Dimanche. Dio por hecho que las pérdidas llegarán a 10.000 millones de euros y tendrán su corolario de despidos. (En base a EFE)
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