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Marcos Mundstock, el luthier que convertía las palabras en risas

El integrante de Les Luthiers murió el miércoles a los 77 años, y dejó como legado textos y obras del grupo que integraba

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23 de abril de 2020 a las 05:02

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Después del saludo inicial y la primera tanda de aplausos, las luces del escenario se apagaban y quedaba solo un foco apuntando a un micrófono. Bajo su haz de luz aparecía Marcos Mundstock, con el ineludible smoking negro, su calva y su barba, frondosa pero cuidada. En la mano, una carpeta roja. Se paraba frente al micrófono, abría la carpeta, y sacaba aquella voz de trueno amable para empezar a leer alguna andanza del compositor Johann Sebastian Mastropiero. 

En Les Luthiers el humorista, locutor y actor argentino fallecido este miércoles a los 77 años luego de padecer desde 2019 un cáncer cerebral que lo tenía alejado de los escenarios desde su diagnóstico, no destacaba por su forma de cantar o por su virtuosismo musical, sino por su trabajo con las palabras. 

Nació en la ciudad de Santa Fe, y a los siete años se mudó a Buenos Aires con su familia. Las primeras palabras de su vida fueron en yídish, el idioma de los judíos de Europa del Este, de donde venían sus padres. Más en concreto, de Polonia. Después vino el español de su país natal y el italiano de las óperas que su padre, relojero, escuchaba en la radio. 

"Quise ser abogado, ingeniero, aviador, cow-boy, benefactor de la humanidad, tenor de ópera, Tarzán, amante latino, futbolista y otras cosas más. Después le hice la corte a la ingeniería, novié con la redacción publicitaria, estuve casado con la radio y tuve algunas escapadas con el teatro", resumía de forma autobiográfica Mundstock. 

Aunque en los espectáculos del grupo del que fue uno de los fundadores cumplía con algunos roles musicales, su gran aporte eran las introducciones habladas de las piezas, que él escribía, así como las letras de las obras. De su cabeza salieron los textos de Consejos para padres, El sendero de Warren Sánchez, Las majas del bergantín y Teresa y el oso, entre otras que no se le adjudican porque en 1971 el grupo decidió dejar de firmar con los nombres de cada uno y usar siempre Les Luthiers. 

Mundstock hizo además el mayor aporte a la mitología del grupo: fue el creador de Mastropiero, ese personaje multipropósito al que se le asignaban la mayoría de las canciones que sonaban en los distintos espectáculos de Les Luthiers. En 1961, el actor leyó por primera vez en público su biografía, sin saber que años después se convertiría en un nombre que provocaría una larga ovación la primera vez que lo mencionaba en sus presentaciones. 

Era en esos pasajes donde Mundstock mostraba su abundante chispa y timing humorístico, al referirse a Mastropiero como "el compositor antes mencionado" para evitar las ovaciones largas, o agradecerle al público "de parte del programa", cuando al final de cada función aparecía nuevamente para presentar un bis, fuera de programa. 

Seis años después del nacimiento de Mastropiero, nacieron Les Luthiers, como una iniciativa de Gerardo Masana, que reclutó a Mundstock, Daniel Rabinovich y Jorge Maronna, a quienes pronto se sumaron Carlos Núñez Cortés y Carlos López Puccio. De esos, solo continúan en actividad Maronna y López Puccio: Núñez Cortés se retiró en 2017 y tanto Rabinovich como Masana ya han fallecido, el primero en 2015 y el segundo en 1976. 

Empezaron simplemente como un grupo de instrumentos informales, creados por Masana, que participarían en un festival de coros universitarios en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Todos integraban los coros de sus respectivas facultades (Mundstock estudiaba ingeniería, que abandonó al tercer año), y formaron el grupo, bautizado primero I Musicisti, dentro de una tradición de números humorísticos que era habitual en ese círculo de coristas universitarios. 

El grupo presentó la Cantata Modatón (luego rebautizada Cantata Laxatón) como parodia de las obras de Bach, y ese fue el germen de Les Luthiers, que se acabaría convirtiendo en uno de los grupos más populares del mundo hispanohablante, rompiendo el prejuicio del "humor inteligente", al encantar a públicos de distintos orígenes y edades. Se estima que más de diez millones de personas han visto espectáculos de Les Luthiers, y logran aunque hayan pasado más de cincuenta años y que varios chistes se conozcan de memoria, seguir llenando salas allí donde van, gracias también a su extensa presencia en plataformas como YouTube, que facilitan una de las cuestiones clásicas de la difusión de Les Luthiers: se pasa de padres a hijos, de tíos a sobrinos, de abuelos a nietos. 

También los ayudó ofrecer una propuesta casi inimitable. "No creo que haya seis locos que coincidan con nuestras prestaciones", dijo Mundstock a la agencia EFE en 2018. Un año antes habían recibido uno de los reconocimientos más importantes de la trayectoria del grupo, el premio Princesa de Asturias de Comunicación. "Nos ha dejado huella", decía sobre ese galardón. "Nos ha cambiado, ya no somos meros chistosos y empezamos a ser algo importantes", reconocía. 

Tan importantes que su última aparición pública fue en un video que envió al Congreso Internacional de la Lengua realizado en la ciudad argentina de Córdoba en abril de 2019. En ese video, Mundstock realizaba chistes y comentarios sobre expresiones populares que viralizaron su charla. Originalmente tenía previsto participar en ese congreso, pero la enfermedad, que ya le había sido diagnosticada, lo impidió. 

Lo que más molestaba a Mundstock en los shows eran los flashes del público. Sin embargo, el único espectáculo de Les Luthiers que rechazaba y que estaba prohibido revisitar en su casa era Mastropiero que nunca, de 1979. ¿La razón? Era el único en cuyo registro audiovisual estaba completamente afeitado. Ni él, ni su esposa, ni su hija, aprobaban ese look. 

Además de su labor con Les Luthiers, en su juventud trabajó como locutor y redactor publicitario, y trabajó también como actor en televisión, en los programas del humorista Tato Bores, como en cine, con la película El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella, como su labor más reciente, y que terminaría siendo final. 

"Nadie nace riendo" decía Mundstock. "El humor se aprende y mejora con la práctica", explicaba al prever el futuro de Les Luthiers a medida que sus integrantes originales se fueran retirando o muriendo. Ni él ni sus compañeros habían tomado, al menos hasta ahora, una postura definitiva al respecto, y mientras tanto, una nueva generación de integrantes han continuado las constantes giras junto a los fundadores que aún permanecen, para seguir perpetuando eso de lo que tanto hablaba Mundstock: la risa. 

"El humor es uno de los rasgos básicos de la especie. Así como los perros cuando terminan de deponer patean con las patas de atrás, yo creo que los seres humanos tienen el hábito de descargar liberando tensiones, creo que es muy esencial", decía en una entrevista con el ilustrador y dibujante argentino Liniers, que compartió nuevamente al conocerse la noticia de su muerte. Allí el Luthier explicaba por qué para él el humor es tan importante y necesario: porque es una herramienta de defensa ante los miedos y temores, incluso el de la certeza de la muerte.

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