AFP

Milagro colectivo

La terrible situación terrible ha servido para unir a las personas de manera casi religiosa

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01 de septiembre de 2017 a las 04:55

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Lo peor de la naturaleza puede hacer surgir lo mejor de la condición humana. Es la moraleja que ha dejado el paso del huracán Harvey por Houston. La ciudad, entre cuyas características figura la gran cantidad de iglesias de denominación cristiana –no hay que olvidar que Texas es el octavo estado de la Unión Americana con mayor cantidad de católicos, el 32 por ciento de su población lo es-, ha visto un comportamiento heroico de muchos de sus habitantes, quienes en botes y lanchas salieron a rescatar gente por las calles tapadas de agua, arriesgando sus propias vidas.
Si la cifra de muertos -31 a la fecha de ayer- no ha sido más alta, es debido a los actos de solidaridad de miles de personas que desde el anonimato contribuirán con sus gestos desinteresados para que en un futuro cercano la ciudad resucite de los escombros líquidos, y recobre el vigor y la pujanza que la han caracterizado.

Crisol racial de gente venida de todas partes, entrada y salida principal a América Latina, Houston tiene todo para devenir, precisamente por la diversidad de procedencias, la Nueva York del siglo XXI, por lo que la catástrofe natural que la ha azotado en la última semana y que va camino a transformarse en la más costosa de la historia de Estados Unidos, puede servir de detonante para unir aún más a su población y convertirla en raro ejemplo mundial de comportamiento colectivo referente ante situaciones extremadamente adversas.

En Katy, populosa área suburbana habitada mayoritariamente por clases media y alta, en uno de cuyos barrios años atrás estaba la pizzería Il Mondo de la Pizza, propiedad de un uruguayo, una mujer contó la historia de su increíble supervivencia.

Cuando estaba a punto de aceptar que el agua se la iba a llevar, a ella y a sus dos hijos, de la nada apareció un hombre en un bote, salvándolos a ellos y a varios de sus vecinos. Historias como esta hay decenas. Aunque pasarán semanas, meses, años incluso, para que la normalidad vuelva, la situación terrible vivida por millones de personas sin distinción de raza ni clase social ha servido para unirlas de manera casi religiosa, redimensionando el sentido de comunidad, sin el cual la vida humana se siente devaluada.
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