Incidentes en la Plaza de los Dos Congresos, en Buenos Aires.

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Milei empezó ganando el partido que se juega en el Congreso y en la calle

Pese a que debió hacer concesiones con la Ley Omnibus votada en la Cámara de Diputados de Argentina, en la calle logró dar una imagen de poder frente al kirchnerismo y la ultra izquierda. pero le quedan todavía batallas difíciles.
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05 de febrero de 2024 a las 16:29

Érase una vez un país que amaba sancionar leyes, tomando partido intensamente a favor o en contra de cada una de ellas.

En ocasiones, los legisladores lo hacían hasta en las vacaciones de verano y a altas horas de la noche.

La prensa, también interesada, reflejaba cada uno de los debates con detalle. Muchos ciudadanos se reunían en las calles, aplaudían a sus favoritos y hasta se golpeaban entre los seguidores de las diferentes posiciones. 

Érase una vez un país que no cumplía las leyes. Sin importarlo que estas dijeran, en general, se hacía otra cosa.

Un país donde el narco y el nepotismo eran cosas comunes, que no pagaba las deudas que contraía y cuyos habitantes no respetaban ni siquiera las luces del semáforo.

La gente común, además, ocupada en sobrevivir en condiciones cada vez más difíciles, no atendía lo que hacían sus representantes políticos, a quienes despreciaban tanto o más que a los jueces.

Paradójicamente, ambos países son el mismo: Argentina.

Y una postal de esta paradoja pudo verse en la discusión de la llamada ley ómnibus (bautizada así porque en su interior se incluyen centenares de leyes) presentada por el nuevo gobierno argentino y que, obtuvo media sanción de la cámara de diputados el viernes pasado.

El escenario donde el gobierno de Javier Milei se juega gran parte de su futuro político y económico transcurre en ambas Argentinas que, además, están muy conectadas.

Y en un país tan futbolero como este, solo sirve ganar, no importa como, ni en que estadio se juegue, porque nadie se acuerda del segundo.

Por eso, en estos días, los dos escenarios de la vida política argentina estuvieron bien definidos; por un lado, dentro del palacio del Congreso, con los debates y las negociaciones y, por otro lado, afuera del Congreso, en la calle, con las movilizaciones opositoras y los disturbios y provocaciones a las fuerzas del orden. 

En ese ámbito, el gobierno aceptó gustoso el reto evidente que le plantearon las fuerzas de la ultra izquierda y del kirchnerismo, porque allí mismo, tenía mucho que ganar o que perder. 

Es decir, no se trata tanto sobre si se ocupa la vereda o la calle en términos prácticos y concretos. Más bien es si se respondía a ese desafío abierto y público, o se lo dejaba pasar. 

El gobierno podría haberse planteado algo así: “Si los dejo tomar las calles para evitar mayores problemas y centrarme en lo que pasa dentro del Congreso, ¿alguien garantiza que no se producirán desbordes que luego afecten la votación en el pleno y a la opinión pública?”.

La democracia argentina, desde hace 40 años, no tiene interlocutor para contestar esa pregunta. 

Dejar la calle librada al azar dependiendo del autocontrol de los partidos trotskistas, implicaba desatender una mecha, pequeña a simple vista, pero que al encenderse podría alcanzar consecuencias impredecibles. 

La ingrata experiencia del gobierno de Mauricio Macri en circunstancias parecidas estuvo siempre presente, y era un ejemplo a no repetir.

Y si bien en estos días parecía que la disputa callejera estaba circunscripta a la zona aledaña al Congreso, lo que pasara ahí tendría efectos multiplicadores. 

Lo que no entendieron Marcos Peña y Elisa Carrió en 2017 fue que la discusión real era quién disponía el poder de la ley en el espacio público.Dicho más fácil: quien manda de verdad. 

¿Estará vigente la ley escrita, formal, impuesta desde el Estado y que defiende la ministra de Seguridad Patricia Bullrich o prevalece una ley informal, que se negocia en cada momento, que va cambiando según la asimetría de fuerzas, el lugar donde transcurra el drama y el puntero político de turno?

En esta cancha el gobierno logró mostrar su autoridad y lo hizo en forma pública.

Se vio por TV y en las redes. Así, impuso las reglas de juego, no se dejó correr por acusaciones tremendistas y tampoco dudó en utilizar la fuerza para mostrar que aun en la informalidad del aguante y la calle, por ahora, no tiene rivales. 

En este punto, el Gobierno ganó. Y tenía una motivación más para hacerlo: sus votantes.

Sobre todo, aquellos que no siguieron el debate ni por un instante, pero que estaban interesados en ver la actitud del gobierno puertas afuera del Congreso, porque eso daría señales de cómo podrían ser también las reglas de la vida cotidiana. 

Hasta los desmanes y golpes propinados a diputados fueron funcionales a la escenografía que buscó el oficialismo. 

Aun ya finalizada la votación, cuando los manifestantes eran solo unas decenas y en estado estéticamente lamentable, las fuerzas del orden permanecieron ahí, numerosas, firmes y más para transmitir el mensaje de orden que para prevenir la nula capacidad de daño de los que aún quedaban en la zona.

Es que el conflicto lumpen y la estricta aplicación de la ley unifican y vitalizan al gobierno, recomponen el vínculo con sus seguidores primarios, los del 30% de la primera vuelta, y vuelve a traerle el apoyo de quienes lo votaron en el balotaje. 

La agenda de Milei se ve más claramente en la cuestión del orden y la aplicación de la ley que en otros ámbitos. 

En el territorio de la casta las cosas no fueron tan fáciles. En el Congreso, en el vínculo con otros partidos, fueran propios, aliados, dialoguistas o adversarios, se ha mostrado menos dúctil, pero, sobre todo, carente de capacidad para explicar qué es lo que quiere y de recursos técnicos para sustentarlo. 

Encima, cada día que pasaba, la sensación era que ley se iba reduciendo un poquito más. 

Aun así, el resultado final le fue favorable y la mayoría de la cámara apoyó (lo que quedaba) de la ley ómnibus mostrando que el gobierno aun con limitaciones y carencias, además tiene músculo en ese territorio.

Posiblemente su mayor éxito fue también dejar aislado en la votación al kirchnerismo y a la ultra izquierda, y que de su lado quedara una amplia gama de partidos y grupos con los que en el futuro podría sostener su programa de gobierno.

Pero sea en una cancha o sea en la otra, sea en la informalidad y en la fuerza callejera, o en la política profesional y las reglas de juego escritas, lo cierto es que el partido se va a definir por el resultado final.

Y en eso descansa el desafío más grande que tiene Milei a corto plazo, hacer goles y empezar a mostrar que el esfuerzo popular está dando algunos resultados: bajar la inflación, mover la economía, conseguir inversiones, reducir el gasto político y mejorar los salarios. 

Goles son amores y sin ellos no habrá un futuro venturoso para el gobierno de Javier Milei.

 

(*) Fernando Pedrosa es Profesor e Investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires 

 

 

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