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15 de enero de 2021 a las 21:55

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El aumento acelerado de casos de covid-19 en Uruguay ha puesto en entredicho el relato de una supuesta excepcionalidad cívica de nuestra comunidad, que hemos escuchado hasta hace poco tiempo, como explicación al comportamiento más benévolo que tuvo al inicio la pandemia en comparación al resto del mundo, donde todo ha sido un espanto.

El año pasado, mientras capitales cosmopolitas como Berlín y París, o ciudades vigorosas al estilo de Nueva York o históricas como Venecia, se convirtieron en urbes fantasmas, padeciendo la cuarentena obligatoria intermitente y acostumbrándose al sonido del toque de queda y a la muerte, Montevideo, aunque con restricciones, pudo mantener su alma, una rareza también en la región.

La situación envidiable que tuvo el país, bendecido con el color verde de un mapamundi dominado por una paleta de amarillo, naranja y rojo, fue directamente proporcional al comportamiento de los uruguayos.

Al principio hubo una baja sustancial de la movilidad, un respeto a la medida del distanciamiento físico y a la permanencia en la morada todo lo posible, tal como recomendó el gobierno, en diálogo con la comunidad científica.

Es probable que el incentivo negativo del miedo o la ansiedad, que provocó la incertidumbre por el desconocimiento de la pandemia, haya tenido un papel determinante en el comportamiento social, como sugirió el psiquiatra Ricardo Bernardi, integrante del GACH.

Según Bernardi, hay evidencia internacional de que el contagio de covid-19 aumenta cuando la gente empieza a perder temor y, de algún modo, tiende a bajar la guardia.

Pero hubo otra explicación, más especulativa, que parece haber calado hondo pero ahora es cuestionada por el avance del covid-19: un alto capital social, una profunda confianza en las instituciones y una cohesión social, todo lo cual se refleja en la resiliencia de los uruguayos.

Si ello fuera así, entonces no estaríamos hoy atravesando el peor momento de la pandemia, con más fallecidos y camas ocupadas en los hospitales, y la triste estadística de que somos el país de América Latina con más casos por millón de habitantes.

En cuestión de meses, cambió el comportamiento social y con ello aumentaron de forma preocupante los casos, lo que explica que el color verde, ganado en buena ley en 2020 por haber mantenido a raya al virus, se haya convertido tristemente en una imagen del pasado.

Es por eso que nos parece una excelente idea la creación de un observatorio del comportamiento, en el propio GACH, formado por cientistas sociales y bajo la dirección del sociólogo Fernando Filgueira, para estudiar la actitud de los uruguayos frente a la pandemia y conocer las razones que explican el acatamiento o no de las recomendaciones del gobierno.

Ello permitirá diseñar nuevas estrategias de comunicación de bien público, dirigidas a grupos etarios o sectores sociales sin apego a las medidas sanitarias y que explica, en buena parte, la tendencia de aumento del covid-19.

Sabiendo de la imposibilidad de volver a la buena situación que tuvimos hasta agosto o setiembre pasado, es fundamental que, en el tramo final sin la vacuna, se pueda disminuir el número de casos. Es la única manera de evitar restricciones que robustecen la fatiga social y generan más perjuicios a una débil economía.

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